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Poza Rica, Veracruz.- Al fondo de la colonia Gaviotas, en el andador Pavoreales, hay un letrero que dice “SOS AL FONDO TAMBIÉN EXISTIMOS, VENGAN POR FAVOR”. Lo colocó Silvia Hernández como una llamada de auxilio de esta calle lejana, a donde ayer, cinco días después de la inundación, apenas llegó el Ejército y autoridades locales.
La dueña de la penúltima casa en la zona, cerca a la ribera del río, vio pasar, desde el sábado, camionetas de auxilio y también a funcionarios tomándose fotos en la entrada, pero nadie fue hasta su calle que ayer aún estaba enterrada bajo medio metro de lodo.
“Puse ese cartel porque toda la ayuda llega a la entrada y para acá nos tienen olvidados. No teníamos comida, no teníamos agua, no teníamos nada. Esto no es un reclamo, es una llamada de auxilio para que se acuerden que también existimos hasta el fondo de las Gaviotas. Aquí también tenemos daños, aquí también hay niños, personas mayores, y nadie ha venido.
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“Todo lo que hemos comido son tortas y galletas que traen los vecinos o las maestras de mi hija, ellas sí han venido a batir el lodo con nosotros. No nos han escuchado, no se ha parado ninguna autoridad, y lo único que pedimos es que no se olviden de nosotros, porque también somos seres humanos”, expresó en entrevista con EL UNIVERSAL.
La noche de la inundación la pasó refugiada en una escuela junto con tres familias más. Desde un tercer piso observó cómo el agua cubría los primeros dos niveles mientras escuchaban los gritos de los vecinos atrapados.
Días después, cuando el nivel bajó, regresó a su casa para hacer el recuento de los daños. No había luz, ni agua potable. Algunos de sus muebles se habían ido con la corriente y todo su patrimonio estaba enterrado bajo aguas negras.
Ante la falta de apoyo institucional, su hija, quien es maestra, contactó a compañeras y madres de familia para organizar colectas. Por su parte, sus vecinas se turnan todos los días para cocinar, limpiar o cuidar a los niños, mientras esperan que lleguen brigadas con vacunas o medicamentos.
Desde su puerta, la mujer describe su calle a esta casa editorial como una franja de destrucción, donde hay montones de basura acumulada, ramas secas, colchones hinchados y perros muertos que explotan de podridos entre el lodo.
“Hay tramos donde todavía no se puede pasar, y el olor ya es insoportable. No sé si sea de animales o de personas, pero nadie entra a revisar”, contó tras asegurar que muchos de sus vecinos siguen atrapados porque el agua aún cubre las entradas y el lodo se ha endurecido con el sol.
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Para Silvia, la emergencia no es solo material, pues habló del miedo, cansancio y abandono que siente junto a sus vecinos, pero que se va cuando observa el grupo tan solidario que conformó la comunidad para ayudar en labores, desde limpieza hasta alimentación y contención emocional.
Ayer, cuando el Ejército llegó pasadas las dos de la tarde, ella agradeció que por fin iba a entrar la ayuda, pues sus vecinos necesitan máquinas de trascabo y de desazolve para limpiar su colonia.
Sin embargo, reconoció que las autoridades no habían entrado desde que pasó el golpe de agua, hecho grave, pues cada día sin ayuda aumentaba el riesgo de enfermedades.
“Queremos que vengan, que vean cómo estamos. No pedimos mucho, solo agua limpia, comida y que no se olviden de nosotros”, insistió, mirando su cartel, que resiste colgado entre el lodo.
mahc
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