Cada mañana, el canto de más de da la bienvenida a un nuevo día en la vida de Ale, una joven motivada desde pequeña por la vocación, la pasión y el amor que siente por los animales. Desde hace cinco años, en su santuario —único en su tipo en la Ciudad de México— llamado , ha sido el ángel guardián de cientos de aves urbanas en apuros, dándoles una segunda oportunidad al rescatarlas, rehabilitarlas y liberarlas. Durante la pandemia, un pequeño gorrión mexicano, asegura, fue su inspiración:

“El que cambió el rumbo de mi vida fue Plumito Pandemia. Venía desplumado, revolcado y con una patita rota… pero había que hacerle la lucha. Documenté todo su progreso en redes sociales hasta que se convirtió en un gorrión precioso, todo cantador. Empezó a volar y se liberó”, cuenta la joven, quien hasta entonces desconocía los cuidados que requieren las aves. Sin embargo, tras hacerse viral su primer rescate, comenzaron a llegarle muchos más.

Alejandra Loera estudió Comunicación y trabajó durante 17 años en una importante empresa televisiva mexicana. “Ahí alimentaba a las palomas, ya me conocían y se me subían todas”, recuerda. Siempre tuvo la vocación de ayudar. Hoy vive con dos perritas, un gatito y decenas de pajaritos que forman parte de los más de 300 animales que ha rescatado a lo largo de su vida. Su misión, afirma con orgullo, es ayudarlos y darles una segunda vida: “porque sí hay las herramientas”.

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Más de 130 pajaritos dan la bienvenida a un nuevo día en casa de Alejandra Loera, quien los rescata y rehabilita. (07/04/2025) Foto: Atenea Canpuzano | El Universal
Más de 130 pajaritos dan la bienvenida a un nuevo día en casa de Alejandra Loera, quien los rescata y rehabilita. (07/04/2025) Foto: Atenea Canpuzano | El Universal

Alitas Felices nació de forma espontánea. Con su primer rescate, Ale se dio cuenta de la gran necesidad de apoyar a las aves migratorias y locales de la Ciudad de México, que, aunque despiertan los días con su canto, suelen pasar desapercibidas. “Forman parte del paisaje para la mayoría de las personas”, lamenta. Tomó cursos, se especializó y ahora conoce casi todo lo necesario para cuidar un ave. “No había información ni lugares a dónde acudir si te encontrabas un pajarito herido, un bebé caído, uno que se estrelló en un vidrio o sufrió el ataque de un gato”, cuenta. Son precisamente esas las razones por las que, tan solo en un año, ha recibido más de 100 reportes.

Con determinación, Ale acondicionó durante dos años la parte alta de su casa en la colonia Condesa, convirtiéndola en un verdadero oasis para las “alitas”, como llama a los pajaritos que, debido a sus lesiones, ya no pueden ser liberados. Para que los más de 130 inquilinos emplumados convivan en armonía, Ale, junto con Blaquita Ortiz —su mano derecha, que conoce perfectamente a cada ave— los separan de acuerdo a sus necesidades: “Dependiendo del carácter, la especie y la personalidad del pajarito”, asegura.

Una antigua recámara de visitas, un baño y una terraza se han convertido en Alcatraz, Almoloya y el Aviario. Ahí revolotean decenas de alas bajo la protección de varias imágenes del Ángel Ariel, el guardián de los animales: un altar en la habitación, una cruz en Almoloya, un cuadro en la pared del aviario y una figura encima de la cama.

La joven, quien se define como amante de la libertad y de la vida, explica que dividió los espacios de forma creativa para que fueran seguros y evitar desplumados:

“Almoloya es para los pajaritos tremendos, pero con ‘antecedentes penales’… significa que estuvieron dentro del aviario, pero se empezaron a portar territoriales. Ahí están con otros pajaritos más ‘de su vuelo’. Lo creé para que tuvieran un espacio más seguro y estuvieran entre ‘rufianes del mismo clan’”, ríe. Entre ellos se toleran, menos Chencho, el líder del clan que está en Alcatraz. “Tienen su parte recreativa, con solecito, plantitas y mucho entretenimiento ambiental”, dice Ale, quien busca concientizar sobre la importancia de ayudar a los polluelos. “Si no los ayudamos, morirán, porque los papás no tienen la capacidad de devolverlos al nido”.

El Aviario es el espacio más especial: ahí conviven distintas especies en un entorno con ramas, columpios, comederos y casitas. “Otra de las misiones de Alitas es enseñarle a la gente que tiene aves domésticas, como los periquitos australianos, que pueden crearles espacios más lindos en casa y no tenerlos enjaulados en lugares de 20 x 30, donde se les atrofian las alitas y su vida se reduce a brincar de un palito a otro”.

“La idea es resguardar, cuidar y amar, pero respetando su libertad”.

Pavito y Begui son dos palomas blancas rescatadas. Ale explica que comúnmente son soltadas en iglesias para bodas, funerales o bautizos, pero al ser de palomar, no están adaptadas para vivir en libertad. Con su historia, busca concientizar y hacer un llamado para evitar el uso de estas aves en ritos o prácticas de santería, ya que no tienen mecanismos para camuflarse y suelen morir pronto.

Con Alitas Felices, Ale busca crear conciencia sobre la vulnerabilidad de las aves urbanas. Además de los depredadores, muchas sufren enfermedades propias de su especie, como la viruela aviar. Al no haber más centros de rehabilitación como el suyo, muchas quedan expuestas y sin oportunidad.

Hoy, sus días comienzan al amanecer con el canto de sus aves. A veces son jornadas comunes: limpiar el aviario, alimentar a los inquilinos con la ayuda de tres colaboradores y publicar en redes sociales los rescates más recientes. Pero casi a diario, también atiende solicitudes para rescatar a algún pajarito en apuros. “Es un trabajo de lunes a domingo”, admite. Y aunque agotador, dice: “me llena el corazón”.

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Plumito Pandemia fue alimentado cuando era muy pequeño; se convirtió en un gorrión cantador que fue liberado cuando se recuperó. (07/04/2025) Foto: Atenea Canpuzano | El Universal
Plumito Pandemia fue alimentado cuando era muy pequeño; se convirtió en un gorrión cantador que fue liberado cuando se recuperó. (07/04/2025) Foto: Atenea Canpuzano | El Universal

Neo, un bebé gorrión mexicano “con sus pelitos parados”, como dice entre risas, es su último rescatado. Mientras aplica el protocolo para recién llegados —desinfectar las alas y alimentarlo con una jeringa de un milímetro y papilla especial— comenta: “Aquí es donde inicia el camino hacia el cielo”. Para Ale, cualquier persona puede ser rescatista: “La receta es la empatía”.

Dado que necesita varias toneladas de alimento al mes, Ale utiliza sus redes sociales —donde documenta los rescates— para pedir apoyo. A través de transmisiones en vivo e historias, invita al público a apadrinar a un pajarito y colaborar con su manutención y gastos veterinarios.

Neo pasará su cuarentena en la habitación de huéspedes, donde todos los pichones se recuperan antes de unirse al aviario. Con un pequeño pájaro amarillo posado sobre su cabeza, Ale regula pacientemente la temperatura de los más pequeños y recuerda que su misión comienza con cada rescate. Para ella, cada polluelo representa la libertad de vivir cada día.

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