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En una visita de cinco horas, el papa Francisco se convirtió este domingo en el primer pontífice que visita la famosa Bienal de Arte de Venecia, la más antigua del mundo, que se remonta a 1895, se reunió con detenidas, con artistas, con jóvenes, se subió a un vaporetto que surcó las aguas azules de la laguna, fue vivado por la multitud y presidió una misa al aire libre ante diez mil personas en la espléndida plaza San Marcos.
Desde allí, lanzó un llamado a cuidar el patrimonio ambiental y humano de Venecia, ciudad frágil que hasta podría dejar de existir, según advirtió, que “está llamada a ser signo de belleza accesible a todos, a partir de los últimos, signo de fraternidad y de cuidado para nuestra casa común”.
Luego de partir a las 6 de la mañana en helicóptero desde el Vaticano, dos horas más tarde Francisco comenzó su visita a la ciudad de la laguna en el impactante pabellón que la Santa Sede montó para la Bienal de Arte en la cárcel de mujeres de la isla de la Giudecca. En el patio interno de este instituto penitenciario que antes fue un convento, que se ha transformado en uno de los lugares más visitados de la Bienal, donde, colaborando con algunas detenidas ocho artistas contemporáneos de la talla del italiano Maurizio Cattelan instalaron sus obras, el Papa tuvo un emotivo encuentro con ochenta mujeres presas.
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“La cárcel es una realidad dura, y los problemas como la superpoblación, la carencia de estructuras y de recursos, los episodios de violencia, les generan mucho sufrimiento”, reconoció. “Pero también puede volverse un lugar de renacimiento, renacimiento moral y material, en el que la dignidad de las mujeres y de los hombres no es puesta en aislamiento, sino promovida a través del respeto recíproco y el cuidado de talentos y habilidades, que quizás quedaron dormidas o aprisionadas por los episodios de la vida, pero que pueden reemerger para el bien de todos y que merecen atención y confianza”, dijo. “Nadie le saca la dignidad a una persona ¡Nadie!”, clamó, provocando aplausos.
“Por favor, no aislar la dignidad, sino dar nuevas posibilidades”, pidió. “No olvidemos que todos tenemos errores que hacernos perdonar y heridas que sanar, yo también, y que todos podemos volvernos sanados que llevan sanación, perdonados que llevan perdón, renacidos que llevan renacimiento”, agregó.
Al reunirse más tarde con artistas, luego de evocar el encuentro que tuvo con muchos de ellos el año pasado en la Capilla Sixtina, les agradeció su labor y les dijo que “el mundo necesita de los artistas”. Y habló de la importancia del arte como un instrumento “para liberar al mundo de las antinomias insensatas y ya vaciadas, que intentan tomar la delantera en el racismo, en la xenofobia, en la desigualdad, en el desequilibrio ecológico y la aporofobia, este terrible neologismo que significa ‘fobia de los pobres’.
Detrás de estas antinomias siempre está el rechazo del otro. Está el egoísmo que nos hace funcionar como islas solitarias en lugar de archipiélagos colaborativos”, aseguró. “Les imploro, amigos artistas: imaginen ciudades que aún no existen en los mapas, ciudades en las que ningún ser humano es considerado un extranjero. Es por esto que cuando decimos ‘extranjeros en todas partes’, estamos proponiendo ‘hermanos en todas partes’”, añadió. El Papa aludió, así, al título de la edición de este año, la número 60, de la Bienal de Arte, “Extranjeros en todas partes”, curada por primera vez por un latinoamericano, el brasileño Adriano Pedrosa.
En una jornada soleada y fresca, en una Venecia blindada para la ocasión, pero de fiesta por la presencia del huésped ilustre, el Papa se subió luego a un taxi-vaporetto para desplazarse hasta la Basílica de Santa María della Salute, donde tuvo un encuentro con jóvenes, a quienes animó a ir contracorriente. “¡Sin miedo, jugate! ¡Apagá el televisor y abrí el Evangelio, dejá el celular y encontrá a las personas! El celular es muy útil para comunicar, pero tengan cuidado si el celular les impide encontrar a las personas. ¡Usá el celular, está bien, pero encontrá a las personas!”, arengó. “¿Sabés qué es un abrazo, un beso, un apretón de manos?”, preguntó, en un clima de gran entusiasmo.
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“Venecia es una con las aguas sobre las que se levanta, y sin el cuidado y la protección de este marco natural podría incluso dejar de existir”, advirtió en su homilía.
“Si hoy miramos Venecia, admiramos su encantadora belleza, pero también estamos preocupados por las varias problemáticas que la amenazan: los cambios climáticos, que tienen un impacto sobre las aguas de la laguna y el territorio; la fragilidad de las construcciones, de los bienes culturales, pero también de las personas; la dificultad de crear un ambiente que sea a medida de hombre a través de una adecuada gestión del turismo; y, además, todo lo que estas realidades amenazan de generar en términos de relaciones sociales deshilachadas, de individualismo y soledad”, lamentó. Y llamó a responder a todo esto con solidaridad y medidas de cuidado y atención no sólo al patrimonio ambiental, sino también al patrimonio humano. “Necesitamos que nuestras comunidades cristianas, nuestros barrios, las ciudades, se vuelvan lugares acogedores, inclusivos”, urgió. “Y Venecia, que desde siempre es un lugar de encuentro y de intercambio cultural, está llamada a ser signo de belleza accesible a todos, a partir de los últimos, signo de fraternidad y de cuidado para nuestra casa común”, concluyó, entre aplausos.
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