La carrera rumbo a las elecciones de medio término en Estados Unidos se vuelve cada vez más sombría y preocupante.
El triunfo de los demócratas en las elecciones del pasado 4 de noviembre fue para el presidente Donald Trump la confirmación de que, si quiere que las cosas salgan como él quiere, tiene que involucrarse personalmente y hacer todo lo que esté a su alcance para que la oposición recupere el control de alguna o ambas cámaras del Congreso en noviembre de 2026.
Trump y los republicanos ya habían empezado a trabajar en ello, con el rediseño de distritos electorales para favorecer a su partido. Comenzó en Texas, pero ahora intentan lo mismo en Missouri, Carolina del Norte y Ohio. Sin embargo, los republicanos no son los únicos que recurren a este tipo de artilugios, que básicamente redibujan los distritos, reduciendo aquellos de la oposición, alegando cambios poblacionales, algo que permite la Constitución estadounidense. Los demócratas también los usan. Prueba de ello es California, que en la jornada electoral del 4 de noviembre sometió a votación una consulta para aprobar un nuevo mapa electoral que beneficia al Partido Demócrata.
Trump tiene otras opciones, que no sólo beneficiarían a los republicanos en 2026, sino para las presidenciales de 2028: aprovechando la minimayoría que tiene actualmente su partido en el Congreso, el mandatario estadounidense está presionando para que se aprueben reformas al sistema electoral que limiten el voto por correo y que obliguen a los votantes a demostrar que son ciudadanos estadounidenses.
Ambas reformas tienen como sustento la paranoia de Trump respecto al fraude que, insiste, le hicieron en las elecciones de 2020, que perdió frente al demócrata Joe Biden.
Trump alega, sin pruebas, que el voto por correo es sinónimo de fraude. Un estudio realizado por la Asociación Estadística Americana no encontró “ninguna prueba de que el voto por correo aumente el riesgo de fraude electoral en general”; de acuerdo con el medio The Hill, que usó como fuente la base de datos de la Heritage Foundation, indicó en 2020 que apenas 0.00006% del total de votos emitidos en los últimos 20 años fueron votos fraudulentos por correo. Según The New York Times, los estados que cuentan con sistemas de voto por correo universal registran “prácticamente cero fraudes”. Pero Trump tiene “otros datos”, e insiste en reformar el sistema de voto por correo, para poder así limitarlo.
La otra reforma, para que los votantes demuestren su ciudadanía, se basa en la especulación de Trump de que los demócratas han hecho que indocumentados acudan a las urnas y que por esa razón han mantenido lo que él llama una “política de fronteras abiertas”. La ley estadounidense prohíbe el voto a quienes no sean ciudadanos. Pero el objetivo de Trump es otro: sembrar, como hizo en 2020, dudas sobre el sistema electoral estadounidense para, en caso necesario, esgrimir de nueva cuenta el argumento del “fraude”.
Ya lo hizo en 2020, con resultados que vio todo el mundo cuando sus simpatizantes irrumpieron en el Congreso para tratar de frenar la certificación de la victoria de Biden.
La duda es: ¿cómo reaccionará el electorado en 2026? Las elecciones del 4 de noviembre dejaron una cosa clara: los votantes estadounidenses están cansados del estilo confrontacional del presidente y buscan opciones. ¿Podría cavar Trump su propia tumba?
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