Este martes, Donald Trump cumple sus primeros 100 días en la presidencia de Estados Unidos. Desde el 20 de enero ha generado terremoto tras terremoto a nivel mundial, con desplome de bolsas, con advertencias hasta antes de su toma de posesión impensadas, de una recesión en el país (…) y en el planeta.

Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas para el republicano. En el tema de su guerra arancelaria no sólo ha tenido que revirar ante el claro mensaje de los mercados, aterrados y molestos con políticas que sólo generan inestabilidad. Su dardo más reciente, los aranceles recíprocos, fueron suspendidos para “negociar” acuerdos y calmar a las bolsas. Con China, finalmente ha tenido que frenar su absurda escalada arancelaria, ante el impacto que genera en Estados Unidos. Ahora habla de que su prioridad es “negociar” y su mismo equipo afirma que el aumento de tarifas no es factible indefinidamente.

Sus alardes han tenido consecuencias. No sólo ha dado a China el escenario que necesitaba para mostrar su fortaleza ante Estados Unidos, sino que ha permitido al gigante asiático mostrarse como una opción ante un socio que, han reconocido Canadá y países de la Unión Europea, ya no es de fiar.

En su empeño de “Estados Unidos primero”, Trump ha dejado en claro que el orden mundial de posguerra no existe más. Que la globalización está en franca decadencia y que Washington dejó de ser aliado del mundo libre. En el tema migratorio, Trump prometió “la mayor operación de deportación masiva” en la historia de Estados Unidos. Sin embargo, de acuerdo con los datos del Registro Federal, se quedará muy por debajo del millón de deportados que prometió en su primer año e incluso quizá menos de medio millón. En todo caso, menos que los 685 mil que deportó el presidente Joe Biden en su primer año de gobierno.

Lo que sí ha cambiado es el clima migratorio en Estados Unidos: entre los migrantes, incluso los que están legalmente en el país, reina el terror. Ni escuelas, ni iglesias, ni hospitales son ya lugares seguros.

Bajo el argumento de que pertenecen al Tren de Aragua o a la Mara Salvatrucha (MS-13), Trump ha deportado a cientos a una prisión en El Salvador con la anuencia de su nuevo “gran amigo”, el presidente Nayib Bukele. Trump ha violado las leyes que dan a los migrantes y solicitantes de asilo el derecho al debido proceso. Y ha ignorado cínicamente las órdenes de los jueces que le exigen emprender medidas concretas para devolver a los migrantes —algunos de los cuales gozaban de un estatus de protección.

Declaró la guerra a los tribunales que lo han enfrentado en temas que van de los recortes masivos en el gobierno a sus intentos de deportar a estudiantes de universidades. A Harvard, que se negó a aplicar sus políticas antiactivismo, antiinclusión, entre otras. También a los medios que no son obedientes ni sumisos. Avanza, a la vez, su remodelación para rodearse de blogueros y youtubers afines y de periodistas besapiés.

En 100 días, las señales de fractura en el gobierno crecen: del pleito de Elon Musk con su gabinete, que perdió el multimillonario, a la evidente falta de aptitudes de un secretario de Defensa que publica y comparte mensajes confidenciales en redes comerciales. Aunque en migración sigue gozando de un apoyo mayoritario, las señales de alerta están encendidas: comparado con otros presidentes en sus primeros 100 días, Trump tiene el porcentaje de aprobación más bajo en siete décadas: apenas 41%. Parece que su idea de “hacer grande” a Estados Unidos, y la de los estadounidenses, no son iguales.

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