Bruselas.— Invocando miedos generados por el desconocimiento y prometiendo soluciones simples a desafíos complejos y de larga data, las fuerzas populistas de constantemente han ganado posiciones en la vida pública de los países de la (UE) durante las últimas dos décadas.

Sin embargo, aunque la fórmula tramposa, basada en exaltar el encono y la polarización social, está lejos de agotarse, los populistas están comenzando a caer por su propio peso cuando se ven confrontados con las realidades de tener a su mando la dirección de una nación y son incapaces de traducir su retórica en soluciones concretas.

Aquellos que logran mantenerse en el cargo, es porque se ven obligados a cambiar de estrategia. Muestran disciplina ante los candados de la democracia europea y dan la impresión, por lo menos en público, de abandonar el radicalismo y los insultos que dieron rentabilidad electoral.

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Jean Luis De Bouwer, investigador del Instituto Real de Relaciones Internacionales Egmont, afirma que Georgia Meloni ilustra cómo los radicales se ven forzados a jugar conforme a las reglas impuestas por la democracia europea si quieren permanecer en el cargo.

Asegura que como premier italiana, no se comporta igual que como aquella candidata que arrancó su carrera política en las filas del Frente de la Juventud del Movimiento Social Italiano, un partido fundado por personalidades que estuvieron al servicio de la Alemania nazi, y que a los 19 años llegó a decir que el dictador fascista italiano Benito Mussolini era un buen político.

Meloni se ha alineado a las políticas de la Unión Europea y a los principios de la OTAN, al tiempo que ha atenuado sustancialmente su discurso.

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Con ello ha conseguido un gobierno estable, algo que no lograron sus predecesores. De 2008 a 2022 pasaron por Palacio Chigi seis presidentes del Consejo de Ministros.

“La Giorgia Meloni de hoy no tiene nada que ver con la Giorgia Meloni de hace cinco o 10 años. Por esa razón, y lo que voy a decir es muy peligroso, no necesariamente debes temer que los populistas obtengan el poder y sean electos, porque al hacerlo, se verán confrontados con la dura realidad de las dificultades de manejar y administrar Estados de sociedades modernas, y tendrán que adaptarse”.

Señala que lo mismo ha ocurrido en Bélgica con Bart De Wever, premier desde el 3 de febrero pasado. Es líder de Nueva Alianza Flamenca, un partido separatista que aboga por la independencia de Flandes, una de las tres regiones que conforman el reinado belga, junto con Valonia y Bruselas capital.

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El historiador flamenco entendió que el camino radical no le daría los números para alcanzar la cúspide. Comprendió, en algún momento de su trayectoria política, que la única forma de avanzar era aplacando sus sueños y su discurso; después de todo, no podía llegar a la jefatura de gobierno sin la colaboración de otras fuerzas políticas (cinco partidos participan en la coalición) y el aval del rey Felipe, máximo símbolo de la unidad belga.

Un ejemplo de que los radicales caen cuando no dan el ancho, es decir, no están a la altura de las expectativas ciudadanas, es Geert Wilders, en Países Bajos. El extremista holandés hizo carrera política abanderando la lucha contra el Islam en Europa, y posteriormente demonizando a los migrantes y refugiados. En los comicios de 2023, el Partido por la Libertad (PVV, por sus siglas en neerlandés) fue el más votado. Luego de asegurar que el islam no era más una prioridad y que gobernaría por igual para todos, el partido de un solo hombre entró por vez primera en el gobierno.

Vetado por el resto de los partidos para ser premier, Wilders colocó seguidores en el gabinete; pero la ineficiencia e incapacidad para conseguir consensos condujo a la caída del primer gobierno con un partido de extrema derecha en Países Bajos.

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Colapsó en junio, obligando a convocar elecciones anticipadas, que ganó el Partido Social Liberal (D66), dirigido por Rob Jetten, quien ahora busca formar gobierno.

“Por el momento hay una tendencia expansionista en casi todos los Estados miembros de la Unión. Esto tiene que ver con el creciente distanciamiento entre los que toman las decisiones y una parte de la población que siente que fue dejada de lado y que quedó desconectada de la evolución de nuestras sociedades. En algunas ocasiones, ese malestar se canaliza a través de partidos políticos, y en otras, en movimientos, como los chalecos amarillos en Francia”, explica a EL UNIVERSAL De Bouwer en las oficinas del Egmont.

“Pero administrar sociedades modernas no es fácil y participar en la vida política de un gobierno es desafiante, porque hay que enfrentar asuntos cada vez más complejos y que en un mundo interconectado van más allá de las competencias de un ministro. Así que es muy difícil dar respuestas políticas simples, visibles y de impacto a las demandas de la gente.

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“De ahí que estemos viendo que los llamados líderes populistas, electos por la gente, al asumir el cargo, cambian radicalmente su comportamiento. Están obligados a adaptarse a las duras realidades cuando llegan al poder o aspiran a tenerlo, como ocurrió en Bélgica, en donde el primer ministro es jefe de un partido nacionalista. De Wever está comportándose como premier de Bélgica, a pesar de que todos conocemos sus antecedentes políticos”.

Hace 25 años, los ultras de derecha eran considerados paria y su discurso condenado. Fue el caso de Jörg Haider, líder del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), y que en 2000 causó revuelo en Europa al aspirar a la Cancillería de Austria.

Ahora, están asumiendo las riendas de gobiernos aprovechando los instrumentos de la democracia. El estar al frente de la administración pública, no obstante, está teniendo efectos contraproducentes, porque está permitiendo al electorado europeo darse cuenta de que el dorado prometido en campaña y basado en memorias del pasado, no llega.

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“Es difícil saber quién está teniendo mejor desempeño, porque la Unión Europea siempre ve la forma de regular y compensar a los países. No se puede decir que el país va bien o mal porque hay un político populista”, sostiene en conversación con este diario en su despacho Javier Carbonell, analista político del European Policy Centre.

“Lo que sí estamos viendo es que el populismo llega ofreciendo soluciones a problemas económicos tremendos, y termina dándose cuenta de que es muy difícil aplicar soluciones y realmente difícil solucionar el problema. Al final, no lo soluciona y la gente se desencanta, esperando a que llegue el siguiente oportunista”.

El experto en amenazas a la democracia y la participación de la extrema derecha en la política señala que uno de los países europeos que mayor desarrollo económico está teniendo en Europa es España, gobernado por un gobierno de izquierdas.

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Con el socialista Pedro Sánchez en la jefatura de gobierno, España creció 3.2% el año pasado y para este año, de gran incertidumbre económica, 2.6%, el mayor aumento entre las cuatro economías más grandes de la UE. Anticipa una caída de la inflación, de 2.3% este año a 1.9% en 2027, y seguir reduciendo el desempleo, de 10.4% a 9.9%, respectivamente.

La Comisión Europea sostiene que el desempeño español responde a la fuerte demanda interna, impulsada por el consumo privado, el repunte de la inversión, el sólido comportamiento del mercado laboral y la disminución del déficit público.

Dejando de lado a Polonia, en donde hay una fuerte recuperación económica, principalmente debido al aumento de la inversión pública financiada por la UE, Irlanda y Dinamarca, sobresalen por su dinamismo económico.

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El caso danés se caracteriza por un impulso a la producción industrial, particularmente en el sector farmacéutico, en combinación con la reanudación de la extracción de energía en el mar del Norte y un incremento en el gasto militar aprovechando las sólidas finanzas públicas. Dinamarca, gobernado por una coalición que integra a los Socialdemócratas, el partido liberal Venstre y los Moderados, creció 3.7% el año pasado y calcula 3.6% para el año en curso.

Dublín, bajo el timón de un gobierno de centroderecha, dará un salto de gigante, de 1.2% el año anterior a 3.4% este 2025.

Si bien el país es vulnerable por sus fuertes lazos comerciales y de inversión con Estados Unidos, el boom del Tigre Celta es impulsado, en gran medida, por el dinamismo de multinacionales, el aumento del comercio farmacéutico, la solidez de los servicios informáticos y un fuerte mercado laboral.

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“En Europa hay reglas y Bruselas es un actor. No se van a dar fondos económicos a países que violen el imperio de la ley y los derechos humanos. Hungría es el ejemplo del castigo, mientras que Meloni, en Italia, está en otra dinámica, en la de voy a hacer todo cambio posible que pueda dentro de las reglas del juego.

“Lo preocupante es que sabemos que, en cuanto Meloni esté fuerte, cuando haya más gobiernos de extrema derecha, la cosa va a cambiar. Es un riesgo peligroso el que estamos corriendo”, alerta Carbonell.

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