Miami.— La independencia energética ha sido una de las promesas centrales en el discurso político del presidente estadounidense , una afirmación que, aunque atractiva para su base electoral, enfrenta complejidades y realidades económicas que desafían su viabilidad.

Durante su administración anterior y en su segundo mandato, Trump ha insistido en que EU no necesita importar petróleo de ninguna nación. Sin embargo, “el , las necesidades específicas de las refinerías estadounidenses y las dinámicas geopolíticas nos hablan de una realidad mucho más compleja”, dice Pablo Salas, politólogo, a EL UNIVERSAL.

“Estados Unidos no necesita el petróleo de nadie”, afirmó Trump durante un mitin, enfatizando los logros alcanzados bajo su liderazgo en la producción de petróleo y gas. Gracias al auge del fracking y otras tecnologías avanzadas de extracción, EU ha aumentado significativamente su capacidad de producción, convirtiéndose en el mayor productor mundial de petróleo. Esto ha permitido que la Unión Americana alcance el estatus de exportador neto de energía por primera vez en décadas. Pero, ¿significa esto que la nación ha dejado atrás su dependencia de las importaciones?

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El precio del combustible se muestra en una gasolinera el 6 de marzo en Chicago, Illinois. Foto: Scott Olson / AFP
El precio del combustible se muestra en una gasolinera el 6 de marzo en Chicago, Illinois. Foto: Scott Olson / AFP

La respuesta es más matizada de lo que sus declaraciones sugieren. A pesar de los avances en la producción doméstica, “Estados Unidos sigue importando petróleo, principalmente porque no todo el petróleo producido en el país [Estados Unidos] cumple con las necesidades de sus refinerías”, señala Salas. Las refinerías estadounidenses están diseñadas para procesar crudo pesado, un tipo de petróleo que se importa principalmente de países como Canadá, México y Venezuela. Este tipo de petróleo es fundamental para producir ciertos productos refinados que demanda el mercado interno estadounidense.

Actualmente, los principales países de los que Estados Unidos importa petróleo son: Canadá, con aproximadamente 3 millones 800 mil barriles diarios, convirtiéndose en el proveedor más grande. “Imagínate, Canadá y para como están las cosas con el vecino del norte”, subraya el politólogo. México, en todo caso, le representa a Estados Unidos cerca de 457 mil barriles diarios.

En la lista también están Arabia Saudita, con alrededor de 275 mil barriles diarios; Venezuela, con unos 228 mil barriles diarios, aunque esta cifra ha disminuido drásticamente debido a sanciones económicas. Brasil aporta aproximadamente 224 mil barriles diarios; Colombia cerca de 210 mil barriles diarios; Irak, con 198 mil barriles diarios; Nigeria, 139 mil barriles diarios, y Ecuador aproximadamente 120 mil barriles diarios.

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Este nivel de importación, aunque significativamente reducido en comparación con décadas anteriores, refuerza la idea de que EU sigue siendo parte integral del mercado global de petróleo.

Salas señala que “importar ciertos tipos de crudo es más eficiente y económico que adaptar nuestras refinerías [de EU] para procesar únicamente el petróleo producido internamente”. Las importaciones también tienen un propósito estratégico: mantener relaciones comerciales estables con países como Canadá y México asegura un suministro confiable y fortalece las alianzas regionales, fundamentales para la seguridad energética, a pesar de los desencuentros iniciales entre Trump, la presidenta de México Claudia Sheinbaum y el anterior primer ministro de Canadá, Justin Trudeau.

El Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) desempeña un papel crucial para garantizar un flujo constante de petróleo entre estos países, beneficiando no sólo a la economía estadounidense, sino a toda la región.

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Sin embargo, la retórica de Trump no se limita sólo a la autosuficiencia energética. Su administración ha utilizado el petróleo como una herramienta de política exterior. Las sanciones impuestas a países como Venezuela e Irán han restringido las importaciones desde estas naciones, a la vez que buscan ejercer presión política para lograr cambios de régimen o cumplir otros objetivos diplomáticos.

Al mismo tiempo, Trump ha amenazado con imponer aranceles al petróleo importado de Canadá y México. Aunque estas medidas están en pausa hasta el 2 de abril, los mercados han reaccionado con incertidumbre.

En el caso del petróleo canadiense, un arancel de 10%, como el propuesto anteriormente, afectaría principalmente al crudo pesado, indispensable para muchas refinerías estadounidenses. Por otro lado, un arancel de 25% sobre el petróleo mexicano podría generar interrupciones abruptas, porque las refinerías estadounidenses tienen más opciones para reemplazar el crudo mexicano. Sin embargo, este tipo de cambios no ocurre de la noche a la mañana y puede generar costos logísticos adicionales.

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Una pieza clave en esta narrativa energética es el fracking, una tecnología que ha permitido a Estados Unidos desbloquear vastas reservas de petróleo y gas natural atrapadas en formaciones de esquisto. Este método consiste en perforar pozos verticales y horizontales e inyectar una mezcla de agua, arena y productos químicos a alta presión para fracturar la roca y liberar los recursos atrapados.

“El fracking ha permitido a Estados Unidos alcanzar niveles récord de producción, pero a un costo ambiental significativo”, señala Salas.

Entre los impactos más preocupantes están la contaminación del agua subterránea, el uso intensivo de agua y las emisiones de metano, un gas de efecto invernadero mucho más potente que el dióxido de carbono.

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Este debate refleja una tensión más amplia en la política energética de Trump, priorizar los combustibles fósiles mientras minimiza el apoyo a las energías renovables. “Todos hemos visto y vivido que bajo su liderazgo [de Trump], Estados Unidos ha relajado regulaciones ambientales y ha promovido la expansión de la extracción en tierras y aguas federales”, dice el experto en política. Estas decisiones, aunque beneficiosas para la industria, han generado críticas por su impacto ambiental y por alejarse de los compromisos climáticos internacionales.

En última instancia, la promesa de independencia energética de Trump es más una herramienta retórica que una realidad alcanzable. Las dinámicas del mercado global, las necesidades específicas de la infraestructura estadounidense y las complejidades geopolíticas aseguran que las importaciones de petróleo seguirán siendo una parte esencial de la estrategia energética de Estados Unidos.

Como señala Salas, “la independencia total es un objetivo político atractivo, pero el mercado energético global funciona con interdependencia, no con aislamiento”.

Así, la paradoja energética de Trump plantea preguntas fundamentales, ¿cómo puede Estados Unidos equilibrar su deseo de autosuficiencia con las realidades del mercado global y las demandas ambientales? Este equilibrio, como lo demuestra la compleja relación de Estados Unidos con sus proveedores de petróleo, será un desafío central en los próximos años, y no sólo para la administración Trump, sino para cualquier líder que busque definir el futuro energético de Estados Unidos.

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