Miami.— Cada 30 de abril, en plazas, escuelas y hogares de decenas de países se celebra el Día del Niño con alegría, juegos, canciones y discursos que exaltan su valor, su ternura, su capacidad infinita de soñar. Se les canta, se les dibuja, se les promete un mundo mejor. Pero al caer la tarde, cuando se apagan los parlantes y se guardan las pancartas, muchos de los menores regresan a una realidad más cruda, la de un mundo que los ha dejado solos frente a esa pantalla, la de sus o tabletas.

La hiperconectividad ha colonizado la cotidianeidad de la niñez sin que las instituciones, las familias o los marcos normativos hayan sido capaces de ofrecer un contrapeso emocional, educativo o sanitario.

Lo que inició como un cambio de hábitos se ha convertido, según múltiples organismos internacionales, en una de las principales amenazas a la salud mental infantil en el siglo XXI y, por ende, de la civilización.

En casi todos los países industrializados, los adolescentes pasan más tiempo frente a pantallas que en cualquier otra actividad, incluida la escolarización presencial. El informe más reciente del Pew Research Center, publicado en abril de 2024, muestra que, por ejemplo, en Estados Unidos, 95% de los adolescentes de entre 13 y 17 años usan redes sociales a diario, y más de un tercio lo hace casi de forma constante.

Las plataformas más comunes, entre ellas TikTok, Instagram y YouTube, concentran más de cuatro horas diarias de atención acumulada. No es una tendencia exclusiva estadounidense: datos del Joint Research Centre de la Comisión Europea revelan que 89% de los adolescentes europeos de entre 11 y 17 años consume redes digitales a diario, y 38% supera las tres horas de uso por día.

“Estamos ante una emergencia invisible”, advirtió en Bruselas la comisaria de la Unión Europea, Helena Dalli, al presentar en 2023 la Estrategia de la Unión Europea sobre los Derechos del Niño: “La soledad digital, el ciberacoso y la son parte del nuevo lenguaje cotidiano entre menores, pero seguimos actuando como si se tratara de fenómenos aislados”, agregó.

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En Corea del Sur, uno de los países tecnológicamente más avanzados del mundo, 61% de los estudiantes de secundaria reconoce sentirse emocionalmente desbordado por la presión y angustia digital. En India, más de 15 mil adolescentes se suicidaron en 2023, y al menos un tercio de los casos, según la Oficina Nacional de Registros Criminales de la India (NCRB, por sus siglas en inglés), estuvieron relacionados con el rendimiento académico, la autoimagen y la sobreexposición en redes sociales, una combinación emocional muy difícil de sobrellevar para los menores, coinciden especialistas.

En Japón, la palabra hikikomori, que define a los jóvenes que se aíslan por completo de la vida social, se ha vuelto una categoría de salud pública. Aunque nació como fenómeno entre jóvenes, hay reportes de niños de nueve o 10 años que comienzan a autosegregarse. Muchos de ellos, encerrados en las redes sociales.

A mayor conectividad no regulada, mayor riesgo emocional. En Canadá, la Asociación de Psiquiatría Infantil estima que uno de cada cuatro menores de entre 10 y 14 años presenta síntomas clínicos de ansiedad generalizada, con mayor prevalencia en zonas urbanas de alta densidad digital. En Francia, los ingresos hospitalarios por autolesiones en menores se duplicaron desde 2019. “hay una brecha entre el discurso político y la realidad en las casas”, resume la socióloga francesa Laurence Guignard.

“Se promueve el bienestar infantil mientras se recortan fondos a los servicios públicos y se deja que las big tech diseñen la arquitectura de la vida social juvenil”, alerta.

En Alemania, 53% de los adolescentes de entre 12 y 18 años reporta angustia emocional frecuente vinculada al uso de redes.

La sicóloga alemana Hannah Krüger insiste en que “si no regulamos el ecosistema digital con la misma seriedad con la que regulamos los alimentos o los medicamentos, estamos permitiendo una intoxicación lenta, pero sistemática del desarrollo emocional infantil”.

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Las niñas presentan tasas más altas de depresión y trastornos de la imagen, como lo documentó el informe europeo del Comportamiento de Salud en Niños en Edad Escolar (HBSC, por sus siglas en inglés), que revela que 13% de las adolescentes muestra signos clínicos de adicción a plataformas sociales. El 22% dice que las redes afectan directamente su autoestima.

La región de América Latina presenta una agravante: la carencia de infraestructura de salud mental pública. Un estudio conjunto de UNICEF y el BID, divulgado en septiembre de 2023, advierte que menos de 7% de los adolescentes que manifiestan síntomas de ansiedad o ha recibido algún tipo de atención profesional.

La sicóloga chilena Carolina Figueroa propone iniciar por lo básico: “Los niños necesitan que alguien les diga: ‘Te veo, estoy aquí, no estás solo’, y eso no lo puede decir una app”.

En México, hay un psicólogo escolar por cada 2 mil 700 alumnos en secundarias públicas. La sicóloga sanitaria y experta en infancia y adolescencia, Belén Colomina, ha expresado su preocupación sobre el impacto de las redes sociales en la salud mental de los menores.

En una entrevista reciente señaló: “Las redes sociales afectan la autoestima de los jóvenes favoreciendo la adicción, la ansiedad, la comparación idealizada y una disminución de la tolerancia a la frustración”.

En Brasil, el Ministerio de Educación reconoció que el acceso a apoyo emocional es “residual” en más de 60% de las escuelas rurales. Pese a estas deficiencias, el acceso a redes sociales crece: 72% de los adolescentes latinoamericanos declara que sus decisiones emocionales se ven influenciadas por lo que ven o publican en línea, según datos regionales de Latinobarómetro.

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Soma Sara, fundadora de Everyone’s Invited, una organización benéfica que se centra en denunciar la cultura de la violación y la violencia sexual infantil, en Londres.. Foto: KIRSTY WIGGLESWORTH. AP
Soma Sara, fundadora de Everyone’s Invited, una organización benéfica que se centra en denunciar la cultura de la violación y la violencia sexual infantil, en Londres.. Foto: KIRSTY WIGGLESWORTH. AP

En China, según el Instituto de Psicología de la Academia China de Ciencias, los trastornos de ansiedad y estrés infantil han aumentado en más de 40% en las zonas urbanas desde 2015, pero el acceso a terapia está restringido por barreras burocráticas, estigma y saturación de profesionales.

En India la situación adquiere un rostro doble, el del privilegio y el del abandono. En ciudades como Bangalore o Nueva Delhi, los niños de clase media y alta tienen acceso constante a dispositivos, redes sociales y plataformas de educación digital, pero no a educación emocional. La cultura del éxito escolar es integral, millones de niños de entre 10 y 14 años asisten a academias preparatorias para exámenes nacionales cuya presión es, literalmente, letal.

Según el National Crime Records Bureau de la India, más de 12 mil estudiantes se suicidaron en 2022.

En África, donde la conectividad móvil ha crecido 30% en menos de una década, las consecuencias sicológicas comienzan a documentarse con mayor claridad. La Organización Mundial de la Salud (OMS), en su informe regional para África en 2024, alertó que nueve de 54 países tienen políticas específicas de salud mental infantil, y que el promedio continental de siquiatras infantiles es de 0.18 por cada 100 mil menores.

La doctora Matshidiso Moeti, directora regional de la OMS, fue tajante: “La exposición digital sin guía ni contención está generando un perfil sicológico nuevo en niños africanos, hiperconectados, aislados y sin marco de interpretación emocional”.

En países como Sudáfrica, donde se ha realizado un mayor seguimiento, 73% de los adolescentes encuestados afirma necesitar ayuda emocional, y 52% ha buscado orientación en línea en lugar de acudir a adultos.

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Oceanía, pese a sus índices más altos de servicios sanitarios, muestra cifras alarmantes. Nueva Zelanda, con su población más pequeña, enfrenta una grave problemática: 39% de los adolescentes maoríes asegura sentirse emocionalmente solo, y la tasa de suicidio juvenil duplica la media nacional.

La fragmentación institucional y la ausencia de marcos regulatorios globales permiten que las grandes plataformas sigan operando sin responsabilidad directa sobre los efectos emocionales de sus .

El cirujano general de Estados Unidos, Vivek Murthy, emitió en 2023 una advertencia formal: “Las redes sociales no han demostrado ser seguras para los menores. El riesgo de daño sicológico es real, medible y creciente. Los sistemas de diseño deben ser auditados con el mismo rigor con que se regulan alimentos o fármacos”.

La OMS, en un comunicado conjunto con UNICEF publicado en diciembre de 2023, pidió a los gobiernos del mundo implementar una legislación para proteger la salud mental de menores en entornos digitales, con énfasis en la transparencia algorítmica, la alfabetización emocional desde la infancia y la inclusión de sicología escolar obligatoria.

Pese a las advertencias, los presupuestos dedicados a salud mental infantil siguen siendo marginales. En Asia, menos de 2% del gasto sanitario está orientado a este rubro en países como Indonesia, Vietnam o Malasia. En África, sólo tres de cada 10 países cuentan con planes nacionales activos. En América Latina, el promedio de inversión no supera 1.8%. Sólo algunos países —como Finlandia, Canadá, Uruguay y Australia— han comenzado a aplicar enfoques integrales, con sicólogos en todas las escuelas, formación docente en primeros auxilios emocionales y restricciones en el uso de dispositivos durante la jornada escolar.

En Nueva York se implementó una plataforma pública de asistencia digital gratuita que en 2023 recibió más de 22 mil consultas de adolescentes con angustia extrema.

La siquiatra alemana Hannah Krüger, en la Cumbre Europea de Salud Infantil celebrada en Bruselas en enero de 2024, sintetizó el problema: “No estamos ante una generación débil. Estamos ante una generación expuesta sin preparación, sin defensa, sin acompañamiento, y eso no es un fracaso de ellos, es nuestro”.

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