Miami.— En las aulas y bibliotecas universitarias de hoy en Estados Unidos —y gran parte del mundo digitalizado—, la escena se repite: los estudiantes abren una pestaña con el LMS, otra con Google o un chatbot y, sobre ese trípode digital realizan una tarea, una reseña o el bosquejo de una investigación para la escuela o universidad.
La universidad estadounidense de la segunda y tercera década del siglo 21 vive un cambio revolucionario: la inteligencia artificial y las herramientas digitales ya no son un complemento, sino el eje invisible de gran parte del trabajo académico. Plataformas como ChatGPT, Copilot o sistemas de búsqueda académica asistida por IA se han integrado en la rutina de los estudiantes para redactar, resumir, traducir, buscar fuentes y hasta generar hipótesis de investigación. Esto ha multiplicado la velocidad y el alcance de lo que pueden producir, pero también ha abierto un debate incómodo: ¿están ganando eficiencia a costa de perder autonomía intelectual?
“La dependencia intelectual de hoy no es sólo tecnológica; es cultural y por supuesto, un hábito generacional”, explica a EL UNIVERSAL la socióloga Cecilia Castañeda. En la jerarquía de soluciones, “las personas que pueden orientar, asesorar y las bibliotecas y hemerotecas han quedado relegadas a recursos exóticos”, dice la especialista, “mientras que la era digital, a un click de distancia opera como primer y a veces único filtro de su realidad”.
Lee también “Necesitamos reaccionar colectivamente ante la IA”: Juan Villoro
En educación superior, la adopción ya es masiva y sostenida. De acuerdo con Time for Class 2025, 42% de los estudiantes universitarios usan herramientas de IA generativa al menos semanalmente, pero la mayoría diariamente, frente a 40% de administradores y 30% de profesores. Aun así, sólo 28% de las instituciones reportan tener una política formal sobre el uso de la IA. Además, cuando necesitan ayuda académica, 84% de los alumnos recurren a personas (asesores y docentes) y sólo 17% a herramientas de IA para explicar conceptos.
En paralelo, una encuesta nacional de Inside Higher Ed, en el área Student Voice del 29 de agosto de 2025, halló que 85% del alumnado afirma haber usado IA para su trabajo de curso en el último año, sobre todo para generar ideas, preguntarle como a un tutor y estudiar para exámenes, lo que confirma que la práctica va por delante de la regulación y que el “copiloto” tecnológico convive y compite con las redes humanas de apoyo en cada campus estadounidense.
La mudanza no empezó con los chatbots actuales. Desde hace más de una década, los estudios de Project Information Literacy registraron un patrón persistente: “Los estudiantes de todo el mundo recurrían a los motores de búsqueda y a sitios públicos de internet como Google y Wikipedia… más que a los recursos de la biblioteca del campus”. El hallazgo, que en su momento parecía una simple preferencia por la conveniencia, terminó consolidándose como una ética de trabajo; empezar por el algoritmo, aceptar su ordenamiento del mundo y sólo después, si el tiempo y el interés lo permiten, confirmar lo encontrado. Esa inversión del método es la grieta por la que se escapa el oficio de investigar.
Lee también IA y tecnologías estratégicas para el futuro empresarial en México
Los resultados son visibles cuando se evalúa la capacidad de juicio. El equipo del Stanford History Education Group (SHEG) ha documentado por años que los jóvenes “nativos digitales” fallan al evaluar credibilidad, detectar intereses y verificar afirmaciones. Su propuesta, inspirada en cómo trabajan los verificadores de datos, plantea algo que rompe con la forma tradicional de enseñar; para entender bien una página web, lo mejor es salir de ella, buscar información en otras fuentes, ver el contexto y luego volver. Esta forma de “leer lateralmente” ayuda a no quedarse sólo con la primera respuesta que da un buscador o una IA y a desarrollar un pensamiento más crítico; al tiempo de verificar.
“Tratar el conocimiento como un servicio a domicilio; es decir, pides, te lo entregan, lo calificas y pasas a otra cosa, no sólo empobrece lo que hace cada estudiante digital; también le resta atención y capacidad para concentrarte y seguir buscando y valorar”, señala Castañeda. La última edición de PISA recogió que 59% de los estudiantes reportan distracciones por dispositivos digitales de sus compañeros en clase y que quienes se distraen con sus celulares o laptops tienden a obtener puntajes notablemente más bajos. Pero incluso ahí donde existen prohibiciones, cerca de un tercio reconoce seguir usando el teléfono con frecuencia.
De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE, organismo intergubernamental con sede en París que reúne a países como Estados Unidos, México, España, Francia, Alemania, Japón, Chile y Colombia, entre otros, para comparar políticas públicas, fijar estándares y recomendar mejores prácticas en temas económicos y sociales), las escuelas intentan construir el hábito de la concentración, pero la interfaz de la distracción digital compite por pedazos de tiempo cada vez más delicados. En el extremo, sus investigaciones sugieren que fragmentar la atención a lo largo del día vuelve a los estudiantes más vulnerables a aceptar respuestas plausibles sin la fatiga y la recompensa de corroborarlas.

Lee también ¿Por qué la decisión de la corte a no reconocer derechos de autor de la IA no cierra el debate?
Quienes apoyan el uso de “copilot” dicen que, si se usa bien, una IA puede guiar, explicar, detectar errores y ayudar a pensar mejor sobre cómo aprendemos; pero la evidencia experimental obliga a matizar el entusiasmo. Un estudio de la Universidad de Pennsylvania con casi mil estudiantes de bachillerato halló que quienes usaron ChatGPT para practicar matemáticas resolvieron 48% más ejercicios y, sin embargo, obtuvieron 17% menos en el examen posterior. The Hechiner Report subraya que aprendieron a ‘acertar’ en la práctica, no a transferir el razonamiento. El hallazgo no invalida la herramienta; cabe tener presente que sin diseño pedagógico y controles humanos la máquina optimiza el rendimiento aparente, no la comprensión.
Los estudiantes dicen que muchos están usando la IA como muleta rápida y, al final, sienten que “sólo aprendemos a copiar y pegar”; cuando una alumna de último año en California fue detectada usando ChatGPT en un ejercicio menor, lo admitió con ironía: “Ni la IA puede salvarme”; y ese contraste cuenta la historia: primero la tentación del atajo y la respuesta inmediata y luego el golpe de realidad que, sin criterio propio, ninguna herramienta alcanza.
En la educación básica de Estados Unidos, desde kínder hasta último de prepa, un estudio de la organización RAND, basado en encuestas a distritos escolares, encontró que a fines de 2023 apenas 5% de los distritos tenían políticas específicas sobre uso estudiantil de IA; a mediados de 2024, casi la mitad decía haber ofrecido alguna capacitación docente, señal de un cambio, pero aún incipiente. En educación superior, Tyton Partners registra que sólo 28% de las universidades tienen políticas formales; muchas siguen en proceso. La escuela y la universidad, que ordenan el trabajo intelectual por excelencia, están intentando escribir el reglamento con el ‘partido ya en juego’.
Lee también La evolución de la ciencia: la IA como el siguiente paso
También las bibliotecas han sido reconfiguradas por la economía de la atención y del acceso; en muchas universidades la biblioteca ya no se usa primero para descubrir o dar seguimiento a información con ayuda de un bibliotecario, sino como la oficina que compra y administra suscripciones a bases de datos y revistas. Las encuestas de Ithaka S+R muestran que el profesorado lleva años valorando al bibliotecario sobre todo como gestor/comprador de recursos (licencias, paquetes, plataformas) y menos como guía de búsqueda. Por eso, en la práctica, los estudiantes suelen empezar en Google antes que ir con el bibliotecario. Si la biblioteca se concibe sobre todo como una billetera, el estudiante hará su búsqueda en Google, en Copilot o en un resumen de cualquier IA; y acudirá al acervo cuando necesite el PDF. El resultado resulta en un círculo vicioso en el que la búsqueda se externaliza y la verificación se posterga.
Pew Research Center midió la navegación real y vio que la probabilidad de que hagan click en las fuentes casi se reduce a menos de la mitad y casi nadie las abre; “si no se revisan las fuentes, no hay contraste y sin contraste no hay verificación. Para un estudiante eso quiere decir quedarse con una respuesta lista para usarse, pero sin contexto ni comprobación; convirtiendo la investigación en un recurso muy vulnerable”, subraya la socióloga.
El reto es para las instituciones que aún no cierran la pinza entre cultura de investigación y cultura de plataformas. Según una medición de Pew en este 2025, 84% prefiere el apoyo de sus compañeros y docentes a las herramientas digitales, aunque muchos usen IA a diario. La contradicción se explica porque, de acuerdo con académicos, los alumnos acuden a personas que saben, asesores, profesores; pero cuando aprieta el reloj, eligen velocidad y es cuando entra en acción la búsqueda digital a fe ciega.
El Departamento de Educación de Estados Unidos señala que “la inteligencia artificial en la educación sólo puede avanzar tan rápido como crezca la confianza”. Por eso recomienda que siempre haya personas supervisando su uso, para mantener el control, el criterio y la responsabilidad. Lo importante, dicen, es crear experiencias donde la IA no reemplace lo esencial del aprendizaje, como hacer buenas preguntas, comparar información y argumentar ideas.
En comparación con generaciones anteriores, “los estudiantes actuales —nativos digitales— tienen una ventaja clara en el manejo de la tecnología, acceso a la información y capacidad para aprender de forma autodirigida. Pero, las generaciones anteriores, formadas en entornos con menos apoyos tecnológicos, desarrollaban con más frecuencia hábitos de lectura profunda, análisis prolongado y reflexión estructurada”, dice Castañeda. Así las cosas, el contraste no es de “mejor” o “peor” preparación, sino de capacidades desplazadas; hoy se privilegia la inmediatez, la adaptabilidad y la navegación de grandes volúmenes de datos, ante la resistencia intelectual al esfuerzo sostenido y la construcción lenta de argumentos como sucedía en el pasado.
La verdadera cuestión no es si esta generación está menos capacitada, sino si el sistema educativo estadounidense está equilibrando la balanza: aprovechar la potencia de la IA sin dejar que sustituya las partes formativas del esfuerzo y el análisis. Ahí es donde se juega el futuro de la competencia académica en la era digital.