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París.— El gobierno de Emmanuel Macron se cimbró ayer con un terremoto político que deja al presidente más aislado que nunca y con pocas opciones, más allá de unas elecciones que rechaza convocar.
El primer ministro Sébastien Lecornu anunció sorpresivamente su dimisión, tras las críticas que recibió el gobierno que nombró apenas 14 horas antes.
Macron dio de plazo a Lecornu hasta este miércoles para negociar “una plataforma de acción” que dé estabilidad para sacar al país del bloqueo político en el que está.
Lecornu aceptó la petición de Macron, en aras de “la estabilidad del país”.
Una vez concluidos esos contactos para buscar un eventual acuerdo, informará al jefe del Estado “el miércoles por la noche sobre si esto es posible o no, para que pueda sacar todas las conclusiones necesarias”, sin más precisiones.
Lecornu tendrá que sacar adelante los presupuestos de 2026, la piedra en la que tropezó su predecesor, el centrista François Bayrou, en medio de las exigencias de los partidos y con la acuciante necesidad de reducir el déficit público y la deuda que asfixian a las arcas del país. Originalmente estaba previsto que los presentara hoy, martes.
Es la última oportunidad del quinto primer ministro desde la reelección de Macron en 2022, el cuarto en poco más de un año, de no pasar a la historia como el más breve desde la Segunda Guerra Mundial.
La dimisión de Lecornu, quien asumió apenas el pasado 9 de septiembre, representa una situación sin precedente en un país que da señales de agotamiento ante la división de la Asamblea Nacional en tres bloques irreconciliables.
De inmediato, la líder ultraderechista Marine Le Pen exigió un adelanto de las elecciones legislativas, para aprovechar el viento a favor que auguran las encuestas a su partido, mientras que el izquierdista Jean-Luc Mélenchon reclamó la dimisión o destitución de Macron, quien con la renuncia de Lecornu se queda sin su más fiel escudero.
“Pedimos el examen inmediato de la moción presentada por 104 diputados para la destitución de Macron”, declaró en X Mélenchon, quien sólo sueña con eso desde que el actual mandatario llegó el poder.
La nueva crisis se desató el domingo, cuando Lecornu anunció a los integrantes de su gobierno. En particular, generó rechazo el regreso a la administración, en la cartera de Defensa, de Bruno Le Maire, quien fuera ministro de Economía hasta 2024, y a quien la oposición responsabiliza de la colosal deuda del país, que representa 115.6% del PIB.
A año y medio de terminar su mandato, sin posibilidad ya de reelección, le quedan pocas opciones a un Macron cuya convocatoria el año pasado a elecciones legislativas anticipadas terminó con una Asamblea dividida que hoy lo coloca al borde del colapso.
La crisis política francesa tiene más que preocupada a Europa, que ve cómo uno de sus socios clave se hunde en la deuda y la ingobernabilidad.
El costo del servicio de la deuda nacional este año se estima en 67 mil millones de euros, lo que supone un gasto superior al de todos los departamentos gubernamentales, excepto los de educación y defensa. Las previsiones apuntan a que, a finales de la década, superará incluso a estos, alcanzando 100 mil millones de euros al año. Apenas el viernes pasado, la agencia calificadora Fitch rebajó la calificación de la deuda francesa, en un reflejo sobre las dudas acerca de la estabilidad del país. La decisión podría encarecer los préstamos para el gobierno francés.
Si antes parecía impensable que Francia recurriera al Fondo Monetario Internacional para solicitar un préstamo o a la intervención del Banco Central Europeo, la idea ya no parece tan disparatada.
Tres posibles opciones se presentan al jefe del Estado: El nombramiento de un nuevo premier con enormes dificultades para ampliar una mayoría hacia la izquierda o la extrema derecha. Una nueva disolución de la Asamblea Nacional, en un intento desesperado por recuperar el control, o dimitir. Por ahora, Macron se aferra al Elíseo.