
Los Ángeles.— Tres hombres latinos cargan un par de tablas y una escalera que colocan cuidadosamente frente a los vidrios de un restaurante de hamburguesas enclavado en la esquina entre las calles Quinta y Hill, en el centro de Los Ángeles, California. El miedo se enraizó en el corazón de la ciudad, a días de la protesta contra las redadas convocada para el fin de semana.
Es mediodía en la ciudad angelina y los trabajadores de la construcción recorren las calles de la principal arteria comercial del condado. Trabajan a marchas forzadas colocando material sobre las ventanas y fachadas de los edificios que días antes fueron pintados con grafiti, algunos incluso que resultaron con vidrios rotos tras las protestas del fin de semana pasado.
“Estamos protegiendo los edificios, las cosas están un poco tensas”, responde uno de los trabajadores en español muy claro. “El patrón tiene miedo y uno también”, asegura, “... pero de la migra”, y se echa a reír. Todos están a la expectativa ante el llamado No Kings Day, una jornada nacional de protestas contra las políticas de Trump organizada para coincidir con su cumpleaños 79 y con el desfile militar organizado en Washington por el aniversario del ejército.
Desde la semana pasada, agentes del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) realizan redadas en diferentes zonas de la ciudad, sobre todo en donde se concentran las comunidades latinas como Huntington Park. A raíz de esta intervención las protestas no se han frenado. La respuesta del presidente Donald Trump fue enviar miles de elementos de la Guardia Nacional y cientos de marines; el 10 de junio entró en vigor un toque de queda nocturno ordenado por la alcaldesa de Los Ángeles, Karen Bass, que abarca solamente el centro de la ciudad, donde se concentran los edificios de gobierno y la zona comercial.
Aunque la medida solamente aplica desde las ocho de la noche hasta las seis de la mañana, ese perímetro permanece acordonado y blindado por oficiales que portan equipo antimotines y uniforme militar, con escudos y armas con balas de goma. Durante la noche, policías patrullan las calles en convoy, van a caballo y en vehículos oficiales.
“Tengo miedo”, se escucha decir a una empleada de limpieza que entra a uno de los baños públicos dentro de un mercado sobre la calle Hill, en el centro. Le dice a su compañera que recién recibió una alerta sobre una operación del ICE realizada en el vecindario donde vive. “No quiero llegar, apenas se llevaron a mi vecina, dicen que no les dan de comer y que la tienen en un cuarto frío, frío”.
El reloj marca dos minutos antes de las 20:00 horas y en los celulares suena una alerta que advierte a los usuarios sobre la entrada del toque de queda, acompañada de un mensaje que informa sobre la detención de quienes rompan con la medida.
Pero la gente se mantiene frente a los policías, algunos parados en un pequeño puente peatonal. Otros sentados sobre la calle, en un intento de desobediencia civil y pacífica, sin ningún equipo de protección contra las balas de goma que los oficiales ya han disparado en las manifestaciones pasadas.
La tensión sube, el silencio parece llegar al centro de la ciudad, pero desde la bocina que lleva uno de los manifestantes se escapa una canción de Bob Marley, que dice: “Cuando la mañana reúne el arcoíris, quiero que sepas que yo también soy un arcoíris”; mientras suena, algunos bailan alrededor.
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