
Analizar la situación en Gaza tras 20 meses de conflicto representa un reto mayúsculo, comenzando por el hecho de que el enfrentamiento entre Israel y Hamas no se inicia el 7 de octubre de 2023, sino mucho antes. Por ello, cualquier intento de exposición en un texto como este será, inevitablemente, parcial y limitado. No obstante, este artículo busca aportar algunas piezas que no pueden entenderse de manera aislada; se combinan y entrelazan para dar forma a lo que hoy es un conflicto sin un final cercano a la vista y una crisis humanitaria sin precedentes en la región.
1. Primera pieza: La narrativa militar y de seguridad nacional en Israel. Desde la perspectiva militar israelí, los ataques del 7 de octubre no representaron simplemente una ofensiva de Hamas, sino una amenaza existencial sin precedente que desnudó las debilidades del aparato de seguridad del país. El lanzamiento masivo de misiles, las masacres, las violaciones y los secuestros perpetrados por miles de militantes que lograron infiltrarse en su territorio configuraron un escenario de colapso militar y sicológico con repercusiones históricas. A esto se sumó el mensaje que, implícita o explícitamente, se enviaba a sus enemigos regionales —especialmente Irán y su red de aliados como Hezbolá o los hutíes—: Israel, antes percibido como el ejército más poderoso de Medio Oriente, era ahora vulnerable. El trauma colectivo, la crisis de liderazgo político con un gobierno profundamente polarizado y debilitado, y el temor geopolítico frente a una posible escalada regional generaron una conclusión dominante: no hay alternativa más que responder con una demostración de fuerza.
Esa lógica ha sustentado la operación militar en Gaza, cuyo objetivo declarado no ha sido otro que la eliminación total de las capacidades de Hamas para gobernar o lanzar nuevos ataques. Desde esa narrativa, la seguridad nacional se ha erigido como prioridad absoluta, incluso por encima de las consideraciones legales o morales, a pesar de las acusaciones de crímenes de guerra y genocidio. La insistencia en esta meta ha sido alimentada no sólo por las amenazas abiertas de Hamas y otros actores que hasta hace no mucho tiempo, prometían repetir el 7 de octubre hasta destruir al Estado israelí, sino también por el respaldo mayoritario de la sociedad israelí —respaldo que fue disminuyendo con los meses— incluido el de voces críticas al gobierno. En este contexto, el trauma y el miedo han modelado una definición de victoria que admite escaso cuestionamiento: la supervivencia del país, a cualquier costo.
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2. Segunda pieza: las motivaciones políticas de Netanyahu y su gobierno. Como sabemos, ya desde mucho antes de los ataques del 7 de octubre, el gobierno de ese primer ministro coaligado con elementos ultranacionalistas, ortodoxos y de extrema derecha, generó, con sus medidas, fuertes divisiones al interior de la sociedad israelí y una protesta social sin precedentes. Pero posteriormente, una vez que sobrevienen los atentados en octubre del 23, la prevalencia de criterios políticos en la toma de decisiones fue marcando la agenda cada vez más.
3. Tercera pieza: las motivaciones y racionalidad de Hamas. La estrategia de Hamas no se juega principalmente en el campo militar, sino en un terreno donde ha demostrado ser mucho más eficaz: el simbólico, sicológico y político. Sus ataques no buscaban una victoria convencional, sino un reposicionamiento estratégico de la causa palestina frente a la oleada de normalización árabe con Israel, como quedó claro en documentos filtrados donde Yahya Sinwar subrayaba que detener el acercamiento entre Arabia Saudita e Israel era un deber existencial. Más allá de ello, Hamas ha logrado, al menos parcialmente, atrapar a Israel en una guerra prolongada, sin que éste haya podido alcanzar sus objetivos declarados, mientras la agrupación refuerza su narrativa de resistencia, gana legitimidad en amplios sectores del mundo árabe y proyecta su lucha como parte de un pueblo oprimido que se defiende como puede. Dentro de ese marco, Hamas se fortalece más cuando combate que cuando gobierna y logra incluso transformar las consecuencias de la respuesta israelí —especialmente el sufrimiento de civiles palestinos— en capital político y simbólico que alimenta su causa.
Hamas anticipaba y asumió la represalia israelí tras sus atentados terroristas, resguardándose en una compleja red de túneles y zonas densamente pobladas, construyendo la trampa ideal: cuanto más responde Israel, más se multiplican las víctimas civiles, y con ello se refuerza la imagen de Israel como agresor. Este encuadre ha sido emulado por Hezbolá e incluso respaldado por Irán, quienes buscan insertar su lucha en un discurso global contra el colonialismo y el racismo (...) Pero al margen de eso, los rehenes cautivos representaron para Hamas su seguro de vida y su salvoconducto hacia lo que dicta su razón de ser: la resistencia.
4. Cuarta pieza la contradicción intrínseca entre liberar rehenes y “destruir” a Hamas. En la narrativa del gobierno israelí las metas de sus ofensivas masivas, incluso frente al costo en víctimas civiles palestinas que esta guerra ha ocasionado, consisten en (a) la destrucción de las capacidades militares y de gobierno de Hamas, y (b) la liberación de 100% de los rehenes que aún siguen en manos de esa y otras agrupaciones en Gaza. Sin embargo, desde hace meses, la contradicción que implica obtener ambas metas a la vez ha sido evidente y esto genera un impacto social en Israel difícil de dimensionar. Netanyahu insiste en que la presión militar aumentada sobre la franja —lo que sigue ocasionando un número inconmensurable de víctimas civiles palestinas— es la única forma de garantizar la liberación de los rehenes. Pero esa afirmación ha probado su invalidez desde hace tiempo. Hamas ha sido atacada como nunca, y efectivamente, se encuentra seriamente dañada. Y, sin embargo, hasta este punto, esta agrupación parece lejos de estar dispuesta a rendirse. Se calcula que unos 15 mil combatientes han sido reclutados en los últimos meses. Faltos de experiencia, sin duda, pero dispuestos a seguir librando una interminable guerra de guerrillas en contra de un ejército mucho más poderoso. El resultado entre la sociedad israelí, nuevamente, está a la vista: únicamente 24% de la población apoya al gobierno actual.
5. Quinta pieza, el supuesto básico: la presión militar eliminará a Hamas. Muchas de las personas que aún siguen apoyando a Netanyahu lo hacen porque consideran que sólo la presión militar máxima y la conquista total de Gaza garantizarán la derrota y el final de Hamas. Esto no sólo ha sido cuestionado por el propio liderazgo militar israelí desde hace más de un año, sino que está fundamentado en supuestos que no son verificables en la historia o en la evidencia. Los fenómenos del terrorismo y el extremismo no terminan con las estrategias de fuerza masiva. A veces efectivamente se desplazan, mutan y adoptan formas distintas. Otras veces, las más, simplemente se quedan en donde están y adquieren métodos de lucha diferentes para seguir resistiendo. Asumir por tanto que la conquista total de Gaza eliminará la resistencia islámica y las tácticas terroristas que los grupos militantes como Hamas o la Yihad islámica emplean, no es algo que pueda respaldarse. Tampoco es la única alternativa posible.
6. Sexta pieza, buscar alternativas. Regreso al inicio. Incluso asumiendo que los estados no toman decisiones a partir de consideraciones morales, o que están dispuestas a violar la legalidad internacional con tal de garantizar su supervivencia y su seguridad nacional, lo que queda claro en este punto para expertos en Israel y para una buena parte de su sociedad es que esa seguridad nacional está siendo cada vez más vulnerada mediante medidas que parecen estar siendo tomadas con criterios políticos y no con criterios de seguridad. El Instituto de Estudios de Seguridad Nacional de la Universidad de Tel Aviv lo detalla en dos recientes ensayos y recomienda la adopción del plan egipcio que, a pesar de los sacrificios que supone para Israel, resulta la vía más certera para comenzar a pensar un camino hacia una solución de largo plazo. Esto supone un cese al fuego total e inmediato a cambio de la liberación de 100% de los rehenes (para lo que se requiere como nunca la presión de Washington con apoyo del Cairo y de Qatar, tanto hacia Netanyahu como hacia Hamas) y un plan de transición hacia un gobierno civil para Gaza sin Hamas, aunque al final esa agrupación no sea “totalmente desmantelada o destruida”, además de un proyecto de seguridad y reconstrucción garantizados por terceros países. Esta no es la única alternativa posible y seguramente presenta fallas. Lo que muestra, sin embargo, es que hay personas incluso en toda la región e incluso dentro de Israel, pensando en cómo ofrecer alternativas que no consistan en la perpetuación de la guerra y la ocupación israelí de Gaza. Pero incluso bajo esos supuestos, si lo que estamos viviendo no resulta en un proceso de paz de largo plazo, lo único que estaremos haciendo será prolongar la intratabilidad eterna de este conflicto.
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