Miami.— Ocho décadas de la muerte por suicidio de Hitler y del Día de la Victoria, cuando la entonces Unión Soviética se impuso sobre la Alemania nazi el 9 de mayo de 1945, un hecho clave para el fin de la Segunda Guerra Mundial, el nazismo no yace enterrado bajo los escombros de Berlín, sino que respira con un nuevo aliento en los márgenes del poder estadounidense; no como régimen, sino como ideología latente y bajo la sombra visible del segundo mandato de Donald Trump, que ha salido de las catacumbas digitales para marchar a la superficie con una soltura que espanta a la memoria. Ya no se presentan como soldados del Reich ni se enuncian como nazis, sino como patriotas defensores de una civilización blanca en decadencia, reciclados en siglas como The Base, Atomwaffen Division of National Socialist Order, y legitimados en su retórica por un ambiente político donde la condena explícita al supremacismo ha sido reemplazada por el silencio estratégico.

Trump, que volvió a la Casa Blanca el 20 de enero con un mandato fortalecido por la desconfianza en el sistema, ha sido acusado repetidamente de tolerar, coquetear o incluso alimentar a estos grupos extremistas con su discurso. En 2017, tras los eventos de Charlottesville donde neonazis marcharon con antorchas gritando Jews will not replace us (los judíos no nos van a reemplazar), el presidente declaró ante los medios: “Había gente muy agradable en ambos lados”.

En 2023, durante un mitin en Iowa, se refirió a sus oponentes como “alimañas que están destruyendo el país desde dentro”, una expresión calcada de los manuales propagandísticos del Tercer Reich, donde Hitler advirtió en Mein Kampf que “la propaganda debe limitarse a un pequeño número de puntos y repetirlos constantemente hasta que la última persona entienda lo que se pretende”. Esa repetición ha sido el hilo conductor del trumpismo, los enemigos son siempre internos, el caos siempre externo, la salvación siempre está en él.

La figura de Adolf Hitler, lejos de haber sido desterrada por el tiempo, ha sido resignificada como símbolo por estos grupos radicales. En canales de Telegram como Terrorgram, Mein Kampf se comparte como “manual de resistencia” y se difunden citas como “la humanidad tiene que librarse del judío, si no quiere sucumbir”, mientras se promueve la teoría del Gran Reemplazo con estética renovada y memes virales.

En las calles de Ohio, Texas y Florida se han reportado desde febrero marchas relámpago con pancartas que exaltan al “último gran líder blanco” y saludos nazis en eventos trumpistas.

Elon Musk, en enero, durante el desfile posterior a la toma de posesión de Trump, realizó un gesto que fue ampliamente interpretado como un saludo nazi. En su discurso, el asesor del mandatario colocó su mano derecha sobre el pecho y luego extendió el brazo derecho hacia adelante en un ángulo ascendente, con la palma hacia abajo y los dedos juntos. Repitió este gesto hacia la multitud detrás de él, mientras decía: “Mi corazón va hacia ustedes. Es gracias a ustedes que el futuro de la civilización está asegurado”.

Aunque Musk negó que se tratara de un saludo nazi, calificándolo de “gesto torpe en un momento de entusiasmo”, su acción fue celebrada por grupos de extrema derecha y neonazis, quienes lo interpretaron como una señal de apoyo.

Este incidente no fue aislado. En febrero, Steve Bannon, exasesor de Trump, realizó un gesto similar durante la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC, por sus siglas en inglés), lo que provocó críticas y la cancelación de la participación de algunos líderes europeos en el evento.

Asimismo, el actor y activista mexicano Eduardo Verástegui fue captado haciendo el mismo saludo nazi durante su intervención en la CPAC, generando polémica y condenas en redes sociales. En otro caso, un sacerdote católico fue suspendido por realizar un saludo nazi durante una cumbre provida en enero de 2025, lo que llevó a la revocación de su licencia eclesiástica.

Estos gestos, realizados por figuras públicas en eventos de tan alto perfil, han generado preocupación sobre la normalización de símbolos asociados al nazismo y la extrema derecha en la esfera política y social actual estadounidense y mundial.

Los grupos neonazis estadounidenses ya no se refugian en sótanos clandestinos. Se organizan, se arman y se infiltran. Un informe del Southern Poverty Law Center de marzo de 2025 reveló que al menos 67 miembros activos de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos están vinculados a células supremacistas, muchos de ellos con entrenamiento táctico y acceso a armamento pesado. The Base, por ejemplo, había instalado un campo de adiestramiento en el bosque de Michigan, mientras uno de sus cabecillas declaraba en grabaciones filtradas que “si la democracia muere, seremos nosotros quienes escribamos el nuevo orden”.

El FBI ha clasificado a estos grupos como amenazas terroristas domésticas, pero sus acciones han sido mínimas desde que la administración estadounidense, a través de la reestructuración del Departamento de Seguridad Nacional (DHS) y el nombramiento de aliados leales, desvió la prioridad hacia el monitoreo de movimientos antiamericanos como Black Lives Matter y grupos pro-palestinos. La política conocida como Project Esther, anunciada en marzo de 2025, propone la deportación de activistas pro-palestinos por presuntos vínculos con Hamas, pero este proyecto no menciona a una sola organización neonazi en sus directrices.

La plataforma X, antes Twitter y ahora propiedad de Musk, ha restablecido cuentas de figuras supremacistas, y en espacios de streaming como Kick o Discord se promueven juegos con nombres como Nazi Revival o Fourth Reich Simulator, donde los jugadores deben “limpiar territorios contaminados por inmigrantes”. En TikTok y YouTube Shorts, fragmentos editados de discursos de Hitler, con música épica y estética moderna, circulan con millones de visualizaciones entre jóvenes que muchas veces no saben siquiera que están citando al dictador asesino. Así, el nazismo ha entrado por la puerta trasera de la cultura digital.

Voces como la del historiador Robert Paxton han advertido que el fascismo no llega con botas, sino con el lenguaje de la normalidad. En una entrevista reciente declaró que “lo que vemos con Trump es una reactivación del fascismo social, no estatal. No necesita uniformes, sólo necesita impunidad y un público dispuesto a escuchar el odio sin llamarlo por su nombre”.

El exvicepresidente Al Gore también ha comparado la administración Trump con la Alemania nazi y lanzó una dura advertencia sobre el uso del poder por parte del presidente en un discurso dedicado al cambio climático. “Entiendo perfectamente por qué es erróneo comparar el Tercer Reich de Adolf Hitler con cualquier otro movimiento”, declaró Gore ante una audiencia de aproximadamente 150 defensores del clima y legisladores reunidos en un museo de ciencias en el paseo marítimo de San Francisco.

“Fue excepcionalmente malvado, punto. Lo entiendo. Pero la historia de ese mal emergente nos enseña lecciones importantes”. Añadió que “fue el mentor de [Jürgen] Habermas, Theodore Adorno, quien escribió que el primer paso en el descenso de esa nación al infierno fue, y cito textualmente, ‘la conversión de todas las cuestiones de verdad en cuestiones de poder’”, dijo Gore. “Describió cómo los nazis, y cito textualmente, ‘atacaron la esencia misma de la distinción entre lo verdadero y lo falso’. Fin de la cita. La administración Trump insiste en intentar crear su propia versión preferida de la realidad”.

Añadió que “ya hemos visto, por cierto, cómo los líderes populistas autoritarios han utilizado a los migrantes como chivos expiatorios y han avivado la xenofobia para impulsar su propio ascenso al poder”, dijo. “Y la búsqueda del poder es de lo que se trata. Nuestra constitución, escrita por nuestros fundadores, pretende protegernos de una amenaza idéntica a Donald Trump”, dijo.

Más allá del campo académico, sobrevivientes del Holocausto han alzado la voz. El rabino Marvin Hier, presidente del Centro Simon Wiesenthal, denunció en marzo que “lo que antes era innombrable, ahora desfila frente a nosotros con banderas y megáfonos”.

En las universidades, en las plazas, en los congresos regionales, el lenguaje del desprecio, la jerarquía racial y la nostalgia autoritaria se ha convertido en moneda de cambio para el discurso populista.

El periodista independiente Ben Makuch escribió en The Guardian que “entre los neonazis, una secta extremista que incita a actos terroristas para derrumbar la sociedad, el sentimiento parece igual de indiferente. Su consenso es que, si bien no es el momento de salir completamente de las sombras, sí es el momento de celebrar el fin de un gobierno estadounidense controlado por los demócratas”.

Añadió que “los neoclubes activos, colectivos neonazis y racistas de artes marciales mixtas que han surgido en gimnasios y ciudades de todo el país, también se están involucrando. Han aparecido publicaciones de Telegram afiliadas al movimiento desde sedes en California, Tennessee, Arizona, Pennsylvania y otros estados de Estados Unidos, declarando que presionarán al gobierno entrante para que continúe con las deportaciones masivas”. Joshua Fisher Birch, analista de terrorismo del The Counter Extremism Project, con sede en Nueva York, dijo que “los grupos de extrema derecha se están centrando en las deportaciones masivas y buscan atraer a posibles reclutas concentrándose en este tema”, pero “su profunda desconfianza hacia el gobierno y su antisemitismo extremo no han desaparecido”.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Comentarios