Bruselas.- Un profundo suspiro de alivio se sintió en el (ECDC por sus siglas en inglés), cuando los exámenes de laboratorio concluyeron que no había evidencia de que el identificado en murciélagos tuviera la capacidad de transmitirse a los humanos.

Los resultados divulgados el , señalan que si bien hay datos sobre la capacidad del virus para unirse a los receptores ACE2, el punto de entrada a las células humanas de algunos coronavirus, la información disponible no puede considerarse como prueba de riesgo de infección o transmisión en humanos.

“Muchos coronavirus y virus de la gripe de origen animal pueden reproducirse en células humanas, pero su reproducción en un laboratorio no significa necesariamente que estos virus puedan transmitirse con éxito de animales a humanos o entre humanos. Hay muchos otros factores que influyen en la capacidad de un virus para infectar a los humanos”.

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Los últimos hallazgos sobre el comportamiento del nuevo coronavirus identificado en murciélagos (merbecovirus BtHKU5-CoV-2) no es menor, ponen una vez más en relieve la necesidad de una vigilancia continua de los coronavirus y otros patógenos con potencial pandémico.

Al igual que otras instancias, como la Organización Mundial de la Salud, el centro europeo con sede en Estocolmo, Suecia, afirma que no es momento para las complacencias, insiste en que la pandemia desencadenada por el virus SARS-CoV-2 no fue la última que presenciará la humanidad.

Los científicos de la Columbia University’s Mailman School of Public Health calcularon hace poco más de una década que al menos 320 mil virus circulaban en los 5 mil 486 mamíferos conocidos. Si bien, la gran mayoría de los virus que circulan entre animales se transfieren solo entre ellos, a lo largo de la historia algunos patógenos han mostrado capacidad de traspasar la barrera animal infectando a los humanos.

Entre los agentes que han logrado pasar a los seres humanos por zoonosis, es decir, por transmisión natural desde otras especies vertebradas, está el VIH, el virus del Nilo Occidental, el ébola y el SARS.

Algunos de ellos han resultado ser altamente infecciosos y mortales, y cuando se salen de control, escapan de los focos rojos iniciales, terminan afectando varios países o el planeta entero con consecuencias catastróficas.

La última emergencia sanitaria puso crudamente de manifiesto el riesgo de la aparición de un virus desconocido en una comunidad internacional que no está preparada para combatirlo.

De acuerdo con el Banco Mundial, entre 2020 y 2023, la pandemia de Covid-19 provocó más de 7 millones de muertes confirmadas (aunque el número real se estima en 28 millones), aumentó en 70 millones de personas la población que vive en pobreza extrema y provocó más de 10 billones de dólares en pérdidas económicas.

La conmoción global no terminó con la declaración del fin de la emergencia por pandemia emitida el 5 de mayo de 2023 por el director general de la OMS, Tedros Adhanom; sus efectos se sienten hasta nuestros días y seguirán afectando a muchos países en los próximos años más allá de los impactos económicos.

La Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo, afirma que el estrés laboral aumentó en 44% durante la pandemia y, la depresión y la ansiedad en 26.8%. Los factores de riesgo psicosocial y la mala salud mental no han desaparecido, siguen siendo un problema importante en los lugares de trabajo.

Antes de la llegada de la Covid-19, la salud mental de niños y jóvenes presentaba un complejo panorama, sufrían de depresión, ansiedad y trastornos alimentarios; la interrupción de la vida diaria y los problemas asociados solo añadieron mayores riesgos.

La pandemia igualmente acentuó desafíos sociales. Por ejemplo, en Estados Unidos, que vivía una polarización creciente desde el primer mandato presidencial de Donald Trump en 2016, casi tres cuartas partes de los adultos, el 72%, afirma hoy que la pandemia contribuyó a separar al país en lugar de unirlo, de acuerdo con un estudio del Pew Research Center.

A pesar de que las cicatrices heredadas en la salud y el bienestar, y los llamados reiterados a seguir desarrollando capacidades, instrumentos y mecanismos para la prevención, la vigilancia y la detección de riesgos, cinco años después de que Tedros Adhanom anunciara en Ginebra que la enfermedad por la Covid-19 había adquirido el título de pandemia, la comunidad no está haciendo lo suficiente para evitar otro “Chernobyl sanitario”.

El Grupo Independiente de Preparación y Respuesta ante Pandemias (IPPR, por sus siglas en inglés), que inició su labor en septiembre de 2020, aseguró en su última evaluación que “a pesar de algunos avances, el mundo sigue sin estar preparado para evitar que un brote se convierta en pandemia”.

El impulso político al más alto nivel generado por la tragedia sanitaria ha ido decayendo y la atención de los países se ha ido desviando a cuestiones más urgentes desde una perspectiva política.

Esto se ha reflejado en menos inversión en capacidades de preparación y respuesta, así como en financiamiento a las fuentes de acción colectivas.

“Siguen existiendo demasiadas brechas y vulnerabilidades peligrosas, y los patógenos tienen una amplia oportunidad de desbordarse, escabullirse, y propagarse rápidamente”, en un mundo interconectado en el que 100 mil vuelos comerciales aterrizan cada día.

Para estar a la altura del reto, se requiere más dinero; entre 10 mil millones y 15 mil millones de dólares adicionales para colmar las lagunas en la preparación en los países de ingresos bajos y medios, y con probabilidades de ser la fuente inicial de un eventual brote.

Adicionalmente se requiere inyectar entre 10 mil 300 y 11 mil 500 millones de dólares anuales en fondos a la salud humana, animal y medioambiental, el denominado enfoque Una Salud, para elevar los estándares veterinarios públicos, mejorar la bioseguridad agrícola y reducir la deforestación en países de alto riesgo.

Igualmente se necesita una OMS fuerte, independiente y apoyada por una comunidad de naciones con visión colectiva, metas aún más distantes con el retorno de Trump a la presidencia.

A su llegada, el magnate emitió una orden ejecutiva para retirar a Estados Unidos de la OMS. El decreto incluyó la suspensión de prácticamente toda relación con Ginebra, desde la transferencia de fondos hasta la cooperación del personal gubernamental con las autoridades sanitarias.

Helen Clark y Ellen Johnson Sirleaf, copresidentas del IPPR, ven en la decisión de Washington un grave error, que tiene como consecuencia una mayor exposición a riesgo de brotes, muertes y pérdidas económicas, tanto adentro de la Unión Americana como afuera.

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Estados Unidos no está exento de ser fuente o blanco de una nueva amenaza pandémica. Ejemplo de ello, desde la primavera del 2024, Estados Unidos ha notificaron infecciones esporádicas en humanos asociadas a exposiciones de aves de corral o ganado lechero asociadas a brotes del virus H5N1.

Si bien no hay evidencia de contagio sostenido del virus H5N1 entre humanos en ningún país, una sola mutación podría desencadenar un tipo de gripe mortal que se propagaría a gran velocidad de persona a persona, lo que marcaría el inicio de una nueva pandemia, aseguran en una declaración Clark y Sirleaf.

De acuerdo con el panel científico independiente, la comunidad de naciones no está en condición de tomar riesgos. “La gente está agotada por la Covid-19 y las finanzas nacionales están al límite: el mundo no puede permitirse otra pandemia. De hecho, la próxima amenaza puede traer algo mucho peor”.

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