Con conflictos en Ucrania y Gaza, la paz parece cada vez más lejos, mientras las autocracias emergen, empezando por Estados Unidos bajo el gobierno de Donald Trump. Además, la migración parece ser el nuevo enemigo y los organismos internacionales poco pueden hacer, al ser cada vez más ignorados, lo que lleva a repensar su estructura y decisiones ante los desafíos actuales. Mientras, México, en algún momento impulsor de la paz, ahora se encuentra atrapado en el nacionalismo
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El papel internacional de México
Derzu Daniel Ramírez Ortiz
Profesor de Relaciones Internacionales en UPAEP
Es indiscutible que, en el siglo XX, la diplomacia mexicana hizo historia en la construcción de la paz y en la promoción mundial de las mejores causas.
México fue fundador de la ONU e impulsor de instituciones para la solución pacífica de controversias. Un actor proactivo en las agendas de desarme, de la no proliferación nuclear y mediador de conflictos armados. Más recientemente, derivado de una reinterpretación del principio de la no intervención, México alcanzó cierto protagonismo en la protección internacional de los derechos humanos. De igual manera, a partir del replanteamiento de su modelo económico, fue relevante en la construcción del sistema mundial de comercio.
Como país débil y receptor, en diversos periodos, de acciones hostiles por parte de potencias, la construcción de reglas de convivencia internacional — que refrenaran el unilateralismo de los estados poderosos en temas de seguridad, políticos y económicos — ganó centralidad en las interpretaciones del interés nacional mexicano.
Sin embargo, es debatible que, en las últimas décadas, México haya robustecido o siquiera conservado su papel internacional. De los noventa en adelante, se ha priorizado la agenda comercial en detrimento de las otras. Inclusive, el sensible asunto migratorio, se ha subordinado a la lógica del proteccionismo comercial estadounidense. En relación a las capacidades, la política exterior no ha sido una prioridad presupuestal para el estado mexicano.
En el último sexenio, se produjo quizá, el mayor desdibujamiento de la diplomacia mexicana. La política exterior se convirtió en instrumento de cortejo de audiencias internas y se subordinó a una narrativa nacionalista cercana al chauvinismo. Se produjeron diversos roces y rompimientos diplomáticos con países de Europa y América Latina. Hubo ambigüedad frente a la invasión de Ucrania. La ONU fue catalogada de florero mundial desde el discurso presidencial y la proactividad de antaño, hoy contrasta con la falta de iniciativas que fortalezcan al multilateralismo en su peor crisis.
En la coyuntura actual, la prioridad es sobrevivir a los embates del vecino del norte en medio de complejos problemas domésticos. De no darse un giro estratégico, México seguirá el camino hacia la irrelevancia internacional.
Migrantes, el nuevo enemigo
Scarlett Limón Crump - Analista internacional
A 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, los migrantes se han convertido en el nuevo enemigo público. No por lo que hacen, sino por lo que representan: la pobreza, la otredad, el despojo. Y eso, al poder, le incomoda más que cualquier ejército.
Hoy, las fronteras se militarizan no para frenar conflictos armados, sino para contener cuerpos desplazados por el hambre, la violencia o la emergencia climática. Ya no hacen falta trincheras: los muros, las vallas electrificadas y los centros de detención cumplen esa función. La amenaza no viene de ejércitos invasores, sino de quienes migran con la esperanza de sobrevivir.
Los muros físicos —de Estados Unidos a Hungría, pasando por Israel— son solo una parte del problema. Existen también muros simbólicos: políticas restrictivas, discursos de odio, burocracias que deciden quién merece empatía y quién debe ser descartado. Bajo esta lógica aporofóbica, el delito no es migrar: es hacerlo siendo pobre.
La ultraderecha ha entendido cómo capitalizar el miedo. Desde Trump hasta Orban, pasando por Milei o Abascal, la narrativa de la “invasión” se ha vuelto una herramienta electoral para justificar medidas cada vez más inhumanas. Los medios y las redes sociales, lejos de matizar, amplifican estos discursos y deshumanizan aún más.
¿Y el “nunca más” que prometimos al terminar la guerra? ¿Qué aprendimos realmente? Porque si ocho décadas después seguimos persiguiendo minorías, levantando muros y justificando el odio, entonces no fue un aprendizaje: fue una pausa.
México y América Latina, históricamente territorios de tránsito, hoy también reproducen lógicas de contención. Mirar hacia el sur global con responsabilidad implica entender que no basta con indignarse ante la historia; toca actuar frente a su repetición.
¿Hacia dónde nos dirigimos?
Belén Elizabeth Licona Romero
Doctoranda en Seguridad Internacional por la Universidad Anáhuac México. Maestra en Relaciones Internacionales y Derecho Internacional por University of Aberdeen.
A 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, el mundo recuerda un conflicto devastador que cambió para siempre las relaciones internacionales. De aquel quiebre surgió un nuevo orden basado en la paz, la diplomacia y la cooperación entre naciones. Lejos de ser perfecta, esta estructura multilateral ha permitido evitar una nueva guerra mundial y sentar las bases para resolver desafíos comunes.
Hoy, ante un escenario global marcado por conflictos regionales, cambio climático, crisis migratorias y desigualdad, el sistema internacional enfrenta una prueba de resiliencia. Pero también una oportunidad. Nunca habíamos contado con tantos mecanismos de diálogo, tantos foros multilaterales, ni con una sociedad civil y juventudes tan activas en los debates globales.
Nuevas dinámicas como la cooperación Sur-Sur, las redes de ciudades globales, y el protagonismo de actores no estatales, como organizaciones, universidades y empresas, amplían las formas de participación internacional. La diplomacia también se construye desde lo local, lo académico y lo digital.
Además, la geopolítica ha dejado de ser solo territorial. Hoy se disputa también en el ciberespacio: en el control de datos, la soberanía tecnológica y la inteligencia artificial. Lo digital se ha convertido en un nuevo campo donde se proyecta poder, pero también donde puede ejercerse cooperación.
Este aniversario no debe ser solo una conmemoración, sino una invitación a renovar nuestro compromiso con un mundo más interdependiente, justo y sostenible. Apostar por el derecho internacional, por la integración regional y por una gobernanza global más equitativa es la mejor manera de honrar las lecciones del pasado.
Autocracias en auge: propaganda cultural y control informativo
Aranza Hernández González, Internacionalista especializada en estudios de género
En la actualidad, el ascenso de regímenes autoritarios ya no se limita a la erosión institucional o al gobierno de cuerpos bajo la fuerza. Las nuevas autocracias como Estados Unidos capturan e instrumentalizan la cultura, la estética y la tecnología con el fin de imponer una agenda ideológica conservadora y reaccionaria. Este fenómeno se manifiesta en el resurgimiento de narrativas asociadas al orden, los valores tradicionales, la masculinidad hegemónica, el nacionalismo y eurocentrismo.
El retorno del conservadurismo en productos culturales como el cine, música, literatura, moda y arquitectura, va más allá de una simple expresión estética, es un dispositivo de poder. La exaltación de pasados idealizados y de estructuras sociales jerárquicas funge como un mecanismo de “restauración” simbólica frente a los avances progresistas en torno a las luchas feministas, LGBTQIA+, antirracistas y anticoloniales.
Asimismo, la sobreproducción de contenido autogenerado por inteligencia artificial permite la propagación voraz y veloz de imágenes y mensajes ideológicos que refuerzan prejuicios estructurales. La fabricación del mismo algoritmo conservador ya no requiere de un artista o periodista para generar contenido que distorsione la realidad y propague miedo. Es así como la veracidad de la información es cooptada por las mismas autocracias; censuran la realidad sin necesidad de prohibirla. El control de la información a través de la filtración de contenido falso por medio de estas herramientas es la misma propaganda que permite el surgimiento de estas autocracias, pues normaliza los discursos de odio que las sustentan.
La subordinación del arte, cultura y tecnología como instrumentos clave para el dominio ideológico, es un patrón que se repite en diversas autocracias contemporáneas. Frente a esta realidad, cuestionar es resistir. Poner en disputa los sentidos, relatos e imágenes que configuran nuestra comprensión del mundo es clave para la defensa de gobiernos y sociedades plurales, críticas y democráticas.
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La promesa rota
Mateo Ritch Rocha
Analista de derechos humanos
Hace ochenta años, terminó uno de los capítulos más cruentos de la historia de Occidente. La Segunda Guerra Mundial dejó millones de muertes y la promesa de que este crimen no se repetiría. Ante esta situación, se crean los mecanismos de los derechos humanos internacionales como respuesta ética y política al exterminio. Su formulación respondió a la necesidad de establecer garantías frente a los crímenes cometidos durante la guerra, en búsqueda de que nunca se repitiera la violencia a una escala similar.
Sin embargo, hoy, a ocho décadas de distancia, el ideal de paz se desdibuja. Lo que fue concebido como una protección universal parece haberse vaciado de sentido frente a las atrocidades contemporáneas. Los crímenes masivos, los desplazamientos forzados y los genocidios transmitidos en tiempo real nos obligan a preguntarnos si los derechos humanos siguen vigentes o si han sido reducidos a una retórica sin consecuencias. El poder actúa con impunidad, mientras las instituciones que juraron protegernos guardan silencio.
Lo más alarmante no es sólo el sufrimiento de millones de personas, sino la normalización del horror. La crueldad se exhibe, se justifica, se convierte en espectáculo. La guerra ya no necesita esconderse: es pedagógica, envía un mensaje. Ese mensaje parece decir que la ley ha dejado de ser un límite, que la vida de algunos cuerpos no vale nada.
La paz parece inalcanzable, cada vez más condicionada por factores estructurales que obstaculizan su materialización. La paz y los derechos humanos se han vuelto una ficción, una acrobacia narrativa para justificar los crímenes de los países hegemónicos. En este escenario, reivindicar el sentido original de los derechos humanos exige una revisión crítica de su función política actual y del papel que desempeñan los organismos internacionales ante violaciones graves y persistentes.
Repensar la paz en tiempos de violencia internacional.
Nicole Bratt Bessudo, Internacionalista.
A 80 años del fin formal de la Segunda Guerra Mundial, ante un mundo interconectado y atravesado por múltiples tensiones, es indispensable repensar qué hemos aprendido realmente sobre la paz y el conflicto internacional.
En los últimos años, hemos observado múltiples crisis en Ucrania, Medio Oriente, Latinoamérica y China. Pero los conflictos van más allá de la guerra. El tejido social ha sido destrozado, eliminando puentes de cooperación y respeto.
La concentración de la riqueza ha exacerbado la desigualdad y la desconfianza social. Según Oxfam, sólo en 2024, la riqueza de la élite multimillonaria creció 2 billones de dólares, mientras que la pobreza global apenas ha cambiado desde 1990.
En este terreno lleno de desesperanza, los discursos de odio se camuflan de heroísmo. Los liderazgos autoritarios se fortalecen, alimentados por el hartazgo y la desinformación. El fascismo, el racismo y el militarismo han regresado al discurso político.
En 1963, tras observar el juicio de Eichmann, Hannah Arendt escribió sobre la banalidad del mal. Observó cómo el mal puede manifestarse de forma ordinaria a través de la ausencia de pensamiento crítico y la obediencia ciega. Comprendió que Eichmann no era un monstruo que había renunciado al bien, sino un hombre común que había renunciado al pensamiento.
Actualmente, como hace 80 años, miles de personas participan —a veces sin saberlo— en estos conflictos. Desde la comodidad de la rutina, hemos normalizado prácticas y discursos que glorifican la violencia. Es la misma banalidad del mal adaptada al siglo XXI.
Así, la creciente violencia y la indiferencia que la acompaña, nos plantea la necesidad de analizar la paz desde un nuevo ángulo. No como la ausencia de conflicto, sino como un proceso activo que requiere repensar las instituciones, transformar las estructuras y cuestionar la cotidianeidad constantemente. La paz no es una meta, es un trabajo constante, es la construcción de un nuevo sistema que coloque a la crítica y los derechos humanos en el centro.
La ONU a 80 años de la Segunda Guerra Mundial
Yu Chen Cheng, asociado COMEXI @Chennie_tw
En el lapso de los últimos 80 años desde de la creación de la ONU en el año 1945, han ocurrido alrededor de 35 guerras de gran dimensión en diferentes partes del mundo, arrebatando la vida a aproximadamente 40 millones de personas, como la Guerra de Corea, la Guerra de Vietnam, el genocidio en Runda, la guerra en la República Democrática del Congo y lo que está sucediendo en Gaza, etc.
Actualmente, la guerra no es algo tan ajeno a la humanidad. Lejos de eso, con lo recién ocurrido entre Irán e Israel, pareciera que era la gota que derramaría el vaso en un mundo cada vez más complejo y polarizado. La tensión internacional nunca había estado en un punto tan crítico y la humanidad estaba a punto de presenciar un posible conflicto internacional a gran escala con la incertidumbre a tope y con una sociedad cada vez menos empática y sensible a lo que le ocurre a los más desfavorecidos.
Del mismo modo, la ONU que tiene el propósito de resguardar la seguridad internacional y la paz a través de la mediación y la diplomacia, no ha podido cumplir con las expectativas y ha perdido fuerza y la confianza de la comunidad internacional. Lo que debería de ser el escenario para tomar decisiones que realmente sean en beneficio de los más desfavorecidos, la realidad ha sido otra, y lo podemos ver con lo que ocurre en Gaza, Ucrania y Yemen entre algunos ejemplos. Y no solamente es la guerra, sino también hay temas relevantes como: el cambio climático, los desplazamientos forzados, la crisis alimentaria, la migración y la falta de oportunidades.
Con lo anterior, es importante hacer una reflexión sobre los alcances y el peso de las decisiones que la ONU y otros organismos internacionales toman a diario. Hacer un estudio profundo sobre su estructura y la imparcialidad de estos, de si realmente se actúa en beneficio de la humanidad.
En esta orden de ideas, no estoy poniendo en discusión si la ONU funcione o no, caso contrario, posiblemente estaríamos peor si no hubiese sido por la lucha de pocos para mantener la paz y remando contra corriente de los intereses personales de los más poderosos. Pero no está demás reflexionar, ¿Cuánto tiempo podrá mantenerse la paz en un mundo tan corrompido y desequilibrado?