Garry Kasparov advirtió en su libro Winter Is Coming que tras las primaveras democráticas llegaría un invierno autoritario. Hoy, esa predicción se cumple: la democracia global atraviesa un crudo invierno. El informe Freedom in the World 2025 de Freedom House revela 19 años consecutivos de retroceso democrático a nivel mundial.

Las cifras son heladoras: ocho de cada diez personas en el planeta viven bajo algún tipo de autocracia o semiautocracia. Apenas el 20% de la humanidad habita países considerados “Libres” por Freedom House; el resto padece gobiernos “Parcialmente Libres” o “No Libres”. Detrás de ese 80% hay realidades duras: ciudadanos sometidos a dictaduras abiertas o a líderes electos que, una vez en el poder, socavan las instituciones para perpetuarse. En mi Nicaragua natal, por ejemplo, unas elecciones vaciadas de contenido y la persecución a disidentes sepultaron en pocos años una democracia emergente. Y Nicaragua es solo una pieza más del mosaico autoritario global.

El 2024 profundizó esta tendencia ominosa. Fue un año repleto de elecciones –66 países celebraron comicios nacionales– pero en 27 de ellos hubo violencia política significativa. Casi la mitad no fueron realmente libres ni pacíficas. En al menos 20 países candidatos sufrieron ataques, y en 14 se atacaron centros de votación. Vimos políticos asesinados en campaña, urnas incendiadas, protestas postelectorales reprimidas a tiros.

Ni siquiera quien solía dar lecciones de democracia se salva. Estados Unidos sufrió un declive sostenido en su propio puntaje: perdió cerca de 10 puntos en la última década. La polarización extrema, los ataques a la prensa desde el poder y hechos inéditos como el asalto al Capitolio en 2021 han pasado factura. Esa erosión “desde dentro” de la que fuera la democracia más influyente manda una señal inquietante: si la luz del faro estadounidense titila, el mundo lo nota. Los autoritarios celebran cada tropiezo de Occidente, pues les sirve para justificar sus abusos.

México ofrece un espejo cercano de esta encrucijada. Tras dos décadas de democracia electoral, Freedom House lo volvió a clasificar como “Parcialmente Libre” con apenas 59 puntos sobre 100. Duele ver que el país se aleja de la categoría de “Libre”. ¿Qué ocurre? En resumen, déficits graves de estado de derecho. Hay alternancia política y elecciones competitivas, sí, pero la vida democrática plena está frenada por la violencia y la impunidad. México sufre violencia desmesurada del crimen organizado, corrupción arraigada y abusos de derechos humanos cometidos tanto por actores estatales como por el narco. La impunidad campea, dejando estos crímenes sin castigo. Se suman ataques constantes a periodistas, asesinatos de líderes sociales, y erosión de instituciones clave. Las embestidas contra el árbitro electoral (INE) y la militarización de funciones civiles avivan el temor de un mayor deterioro democrático.

El panorama global está plagado de ejemplos inquietantes. La deriva autoritaria no distingue ideologías ni continentes. Vemos un auge del “autoritarismo digital”, con regímenes que controlan internet y redes sociales para silenciar la disidencia. Y abundan casos emblemáticos: autocracias descaradas como Venezuela o Rusia, y democracias desfiguradas como El Salvador, Turquía, Hungría o Túnez. Todos comparten la misma deriva siniestra: concentración de poder y supresión de libertades.

Precisamente porque la democracia vive su hora más oscura, es cuando más debemos luchar por ella. El informe de Freedom House, pese a su dureza, recuerda que aún hay destellos de esperanza. En medio del declive global, algunos países mejoraron modestamente sus puntajes, señal de que la marea autoritaria puede resistirse. Hubo comicios competitivos que sacaron a déspotas del poder, protestas masivas que arrancaron concesiones a los poderosos, periodistas y activistas que —pese a todo— siguieron alzando la voz.

La democracia no puede morir bajo una mirada indiferente. Es hora de una resistencia democrática global, cívica y moral. Desde cada trinchera —un periódico independiente, un aula universitaria, una plaza pública o un parlamento— reivindiquemos los valores universales de libertad y dignidad humana. Aún estamos a tiempo de cambiar el rumbo de la historia, pero solo si enfrentamos juntos este largo invierno democrático y trabajamos incansablemente por una nueva primavera de la libertad.

*Presidente de la Red Liberal de América Latina (Relial)

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