Miami. El presidente estadounidense, , ha llevado a nuevos niveles su política arancelaria. O como lo definen algunos, su “terrorismo arancelario”. para todo y por todo.

Estados Unidos se ha convertido en “Arancelandia”, y el impacto, aunque él insiste en que “pasará”, lo resienten los ciudadanos de a pie, y ha llevado a empresarios a alzar la voz en contra y a la Justicia a iniciar investigaciones ante las sospechas de que Trump esté usando los aranceles para beneficiarse a él mismo o a sus “cuates”, manipulando los mercados. Larry Fink, director de BlackRock, y David Solomon, CEO de Goldman Sachs, advierten de una posible recesión donde antes ni se vislumbraba.

Desde su regreso a la Casa Blanca, el 20 de enero pasado, Trump está manejando la política comercial estadounidense como uno de sus reality shows: castigos, sorpresas y, sobre todo, improvisación.

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México, Canadá, China, la Unión Europea y el resto del mundo intentan dilucidar la estrategia donde no la hay, mientras apresuran, como pueden, medidas para mitigar el impacto. Plan A, B, C y D, como los que la presidenta Claudia Sheinbaum dijo tener, se vuelven necesarios ante la incierta política estadounidense. Acero, tomate, automóviles, tecnología, nada se salva del dedo de Trump.

“Cada arancel que impone el gobierno estadounidense no responde a una estrategia, sino a impulsos. Es como una forma presidencial de meteorología emocional o una tómbola, para ponerlo en términos del gobierno de México, donde pareciera meter la mano y sacar la decisión del momento” comenta a Pablo Salas desde Florida. La política exterior ya no se discute entre cancilleres del mundo. Se firma desde el Despacho Oval con la misma espontaneidad con que se elige una corbata.

El 14 de abril, el Departamento de Comercio de Estados Unidos anunció que se impondrá una “cuota” de 20.91% a partir del 14 de julio. El acuerdo de suspensión de 2019, que durante seis años mantuvo a raya una guerra de jitomates, fue enterrado con una frase del gobierno: “El acuerdo de 2019 no protegió adecuadamente a nuestros productores. Es hora de restaurar la competencia justa”.

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Del otro lado del Río Bravo, la presidente Claudia Sheinbaum contestó sin escándalo y con la serenidad que la caracteriza, “nuestra intención es preservar las condiciones favorables para el comercio de tomates entre ambos países”. Nadie esperaba otra reacción dada su personalidad; pero el daño está hecho. Y no solo por el porcentaje que representan los tomates mexicanos, sino también por el principio romántico de un Trump impetuoso, castigar la interdependencia regional en nombre de una nostalgia agrícola sin fundamento.

Lo cierto es que “castigar al tomate mexicano no mejora la agricultura en Florida” subraya el politólogo, “Trump no impuso ese arancel necesariamente por razones comerciales; seguramente lo hizo porque alguien en su staff le recordó que los agricultores de Florida lo adoran, que votaron por él. Es una medida pensada para un mitin, no para la economía”.

Cuatro días antes, tras las quejas de agricultores de Texas por el agua que México debe a Estados Unidos bajo el Tratado de Aguas de 1944, Trump sacó otro comodín bajo la manga: “México le debe a Texas 1.3 millones de acres-pies de agua. Si no cumplen, enfrentaremos esta injusticia con aranceles y sanciones”.

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La respuesta mexicana no se hizo esperar. “Desde el miércoles 9 de abril se envió una propuesta integral para atender el envío de agua a Texas”, declaró Sheinbaum, quien recordó, como si eso importara, que “han sido tres años de sequía y, en la medida de la disponibilidad de agua, México ha estado cumpliendo.” Pero en la Unión Americana, bautizada en un meme en redes como ‘Arancelandia’, para su presidente las sequías no son problema del clima, son pretextos inadmisibles de México.

El tomate y el agua comparten algo más profundo que el origen geográfico del castigo: tras el gravamen o la amenaza no hay informes técnicos, no hay auditorías, no hay estudios de impacto. Solo una queja sectorial, una base electoral fiel y una reacción presidencial hecha decreto. Si el tomate ofende, se grava, si el agua del río no llega, se amenaza. No importa si la medida rompe cadenas de suministro o compromete tratados bilaterales.

“En Arancelandia no se castiga para corregir, se castiga para recordar quién manda. Y si eso incluye un tomate o un litro de agua, mejor. Son cosas que la gente entiende. Cosas que se ven”, explica Salas. Los anuncios de Trump han llegado a tomar por sorpresa a su propio gabinete, evidenciando una presidencia totalmente vertical donde el que sabe, anuncia y luego puede revirar, es uno solo.

En el reality de Trump, México se ha tornado el villano favorito.

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El 1 de febrero, firmó un decreto imponiendo un arancel general del 25% a todas las importaciones provenientes de México, citando la necesidad de frenar la inmigración y el tráfico de fentanilo. La medida iba a entrar en vigor el 4 de marzo, pero fue pospuesta al 2 de abril.

El 12 de marzo entraron en vigor aranceles de 25% al acero y al aluminio. El 3 de abril se sumó otro golpe: un arancel del 25% a todos los vehículos importados que no cumplieran con las reglas del T-MEC.

“Lo más curioso es que se castiga lo que ayer se celebraba... Primero se firma un acuerdo de integración y luego se impone un castigo por haberlo seguido. Esto no es política, es ensayo y error, con la incertidumbre de que haya consecuencias legales” comenta Salas.

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Michael R. Strain, del American Enterprise Institute, advierte que “este tipo de actitud arancelaria termina siendo una forma muy costosa de hacer política”.

Según la empresa UBS, en el caso de los aranceles a los vehículos, el costo por unidad para las automotrices que ensamblan fuera de EU aumentará por lo menos 4 mil 300 dólares. Dan Levy, analista de Barclays, señala que “las implicaciones de los aranceles llevarán a muchas compañías a retirar o reducir sus guías financieras futuras”.

Los empresarios han llamado a Trump a moderar su terrorismo arancelario. Incluso Robert Lighthizer, quien desempeñara un papel clave en la política comercial en el primer gobierno de Trump (2017-2021), externó su preocupación: “Esto ya no es competencia por productividad; es una guerra declarada por presiones políticas internas. Estamos usando los aranceles como si fueran tweets”.

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En medio de todo este huracán, a China le fue peor. El 2 de abril, Estados Unidos le puso aranceles del 54%. El 9 de abril, subieron al 104%. El 11, Trump anunció una tarifa total del 145%, sumando un 20% adicional por el fentanilo. China respondió con aranceles del 125% y la suspensión de compras a la empresa Boeing para sus aviones.

El 12 de abril, Trump anunció una exención temporal de aranceles para teléfonos inteligentes, computadoras portátiles, discos duros, monitores de pantalla plana y algunos chips semiconductores. “No vamos a subirle el precio al pueblo estadounidense mientras traemos de vuelta los empleos.” Pero la exención es provisional, mientras se diseñan tarifas específicas. “El día que se levanta con buen humor, salva el iPhone. El día que se levanta molesto, castiga al jitomate mexicano. Eso es lo más parecido que tenemos a una política comercial en la actualidad” dice el politólogo.

Trump anunció aranceles recíprocos que luego suspendió 90 días, para negociar. “Estados Unidos ya no es un socio confiable”, advirtió el primer ministro canadiense, Mark Carney. Los inversionistas exigen claridad, estabilidad y reglas claras, como en cualquier otra parte del mundo.

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“Aquí, cada tratado y arancel asignado dura lo que un buen o mal desayuno puede provocar en el humor de quien dirige la economía más poderosa del mundo”, concluye Salas.

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