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Miami.— Para millones de migrantes latinos, el Día de Acción de Gracias este año es una mezcla rara de reunión sombría y simulacro de emergencia. El olor a comida se mezcla con una atención permanente a notificaciones en el teléfono, el precio de cada platillo que tuvo que ser alternativo para no gastar de más y la sombra de la migra que acecha o que se llevó a algún ser querido, ausente en la mesa.
En los días previos a Acción de Gracias, el mapa de operativos se llenó de puntos rojos: en Charlotte, Carolina del Norte, la Operation Charlotte’s Web dejó más de 250 arrestos solo en noviembre, paralizó barrios enteros, con negocios cerrados, niños que dejaron de ir a la escuela y trabajadores que ya no se presentan por miedo a retenes y patrullas.
En el área de Baltimore, en Maryland, reportes locales señalan que el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) alquila oficinas adicionales para intensificar redadas hacia finales de mes, en un patrón similar al observado en Los Ángeles, Chicago, Portland y Memphis; en Nueva York, el portal de noticias Fingerlakes1.com registró que desde hace meses ICE lanzó una de las mayores operaciones de 2025.
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Al temor por las redadas se suma, pese a que el presidente Donald Trump asegura lo contrario, la preocupación por los precios de los alimentos. Aunque los folletos de promoción en el este de Houston señalan que este año una cena para 10 personas con pavo, puré, salsa y pastel cuesta en promedio 55 dólares con 18 centavos, alrededor de 5% menos que el año pasado y casi nueve dólares menos que el pico de 2022, para las familias latinas se trata de montos impagables.
Según Purdue Agriculture, el precio del pavo cayó más de 16%, pero se disparó el de diversos vegetales que se usan de guarnición. En términos generales, la comida en casa ha subido alrededor de 2.7% en 12 meses, bastante menos que durante los años más duros de inflación. Los migrantes lo ven de otro modo: los salarios no alcanzan, la renta no baja, la luz se come cualquier margen y se suma el miedo.
“Miedo a gastar lo poco que hay en una sola noche, miedo a salir a comprar en una ciudad donde la presencia de agentes federales se ha vuelto más visible, miedo a que la cena más importante del año se convierta en el peor momento”, dice Fernanda Romero, ama de casa y residente en EU, a EL UNIVERSAL desde Miami.
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Ana Arenas, mexicana de 39 años, en Homestead, en el sur de Miami, mientras limpia un cuarto con olor a comida recalentada, se detiene un momento para ver el estado de su refrigerador y lo muestra: una charola de pollo, medio kilo de carne molida, tortillas, huevos, frijoles. “La maestra de mi niña nos mandó una carta sobre la cena de Acción de Gracias y hasta adjuntó recetas”, cuenta a este diario; “yo la guardé por respeto, pero en mi cabeza hice la cuenta: el pavo, las verduras, los pastelillos, lo que se gasta en gas, en luz; y pensé: ‘no puedo, este año no puedo’”. En vez de ello, adelanta, “Voy a hacer lo que hacemos en tiempos difíciles: arroz, frijoles y un poco de pollo”.
En el mismo complejo donde vive Ana, tiene su hogar Luis Rodríguez, hondureño de 32 años, que trabaja por su cuenta arreglando carros en un taller improvisado.
“Antes intentaba hacer el esfuerzo por comprar un pavo, aunque fuera pequeño, porque mis hijos se ilusionan con esta cena y la disfrutan mucho; dicen que es como tener dos Navidades, pero aunque este año dicen que el costo de la cena baja, que el pavo está más barato, la realidad es que aquí, aunque baje, sigue siendo caro”, explica; “entonces decidimos que no, que vamos a hacer una sopa grande, que vamos a agradecer por seguir aquí y ya. Mis hijos me preguntaron por qué no va a haber pavo y les dije la verdad, porque el pavo no paga la renta si un día me quedo sin trabajo”.
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De acuerdo con Feeding America, la red nacional de bancos de alimentos, casi 17% de las personas latinas en EU vive en inseguridad alimentaria. Un análisis reciente del Urban Institute señala que, en 2025, los hogares que recorrían organizaciones benéficas para completar lo que les faltaba de alimentación seguían en niveles altos, sin volver nunca a la normalidad previa a la pandemia.
“Eso sin contar que viven en medio de un temor constante sobre la posibilidad de ser detenidos por ICE o CBP [la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza] y deportados”, subraya Romero, residente legal. “Yo no estoy segura ni mis hijos, aunque tengamos green card”, lamenta.
A unas cuadras del complejo de apartamentos, entre los letreros de “Distribución de comida para Acción de Gracias”, cajas de plástico se apilan con arroz, frijoles, pasta y verduras enlatadas. El director del pequeño centro, un mexicano-estadounidense, Rick Herrera, revisa una lista de familias apuntadas. Explica que este año conseguir pavos ha sido más complicado.
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En los últimos meses, Herrera dice que han circulado rumores de presencia de agentes migratorios cerca de centros de ayuda. “No hacemos filas enormes en la calle, por eso pedimos que lleguen por horarios, tratamos de que la comida no delate a nadie”.
En otro punto del barrio hay un salón parroquial de una iglesia que, desde hace años, organiza una cena comunitaria donde el pavo comparte mesa con guisos mexicanos y centroamericanos. En una esquina, un póster de la Virgen de Guadalupe; en otra, una mesa con información sobre asesoría legal.
Este 2025 la convocatoria se hizo de boca en boca y por chats privados; no hay evento público en redes sociales ni invitaciones masivas.
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