Hace unos días, el primer ministro canadiense Justin Trudeau admitió que su gobierno “cometió algunos errores” en materia de inmigración. En un video transmitido en redes sociales, esbozó los planes de su administración para reducir el número de inmigrantes que llegan bajo su programa de residencia permanente durante los próximos tres años. Esta declaración no solo refleja un cambio significativo en la política migratoria canadiense, sino que también pone de manifiesto la creciente presión que enfrenta Trudeau en un contexto político cada vez más adverso.
Trudeau, otrora símbolo de cambio y esperanza en Canadá, se enfrenta ahora a una realidad política implacable. Desde su contundente victoria en 2015, cuando obtuvo 184 escaños y 39.5% del voto popular, el primer ministro ha experimentado un declive constante en su popularidad. Las encuestas recientes pintan un panorama sombrío: sólo 23% de los canadienses aprueba su gestión, mientras que un abrumador 72% cree que debería dimitir. Este desplome en su popularidad no es casual.
La razón es simple: la economía. La inflación ha golpeado duramente a los canadienses y 41% reporta que su situación financiera empeoró en el último año. El costo de la vivienda se ha disparado y la canasta básica es cada vez más cara. Los escándalos políticos y las promesas incumplidas han erosionado la confianza en Trudeau. Mientras tanto, la oposición conservadora, liderada por Pierre Poilievre, capitaliza el descontento, aventajando a los liberales por 17 puntos en las encuestas.
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Ante este panorama, Trudeau ha lanzado una serie de medidas que huelen a desesperación electoral. La suspensión temporal del IVA en productos esenciales como alimentos y ropa para niños (del 14 de diciembre al 15 de febrero de 2025). Esta medida busca aliviar la carga financiera sobre las familias canadienses justo antes de la temporada navideña. Además, se enviarán cheques de 250 dólares canadienses a cerca de 18.7 millones de canadienses como parte del “Reembolso a los canadienses trabajadores”, una estrategia claramente diseñada para generar apoyo inmediato entre los votantes. Sin embargo, son parches que no resuelven los problemas de fondo.
En materia migratoria, ha dado un giro radical. Su gobierno anunció una reducción drástica en los objetivos de inmigración: de 500 mil nuevos residentes permanentes previstos para 2025 a solo 365 mil para 2027. Es un cambio radical que busca dar respuesta a las críticas sobre la presión que la inmigración masiva ha ejercido sobre el mercado inmobiliario y los servicios públicos. Esta decisión busca equilibrar las necesidades laborales del país con las preocupaciones sobre la saturación del mercado laboral y la disponibilidad de vivienda.
Sin embargo, estas medidas no han sido bien recibidas por todos; grupos empresariales han expresado su preocupación por cómo estos recortes afectarán su capacidad para atraer trabajadores necesarios para cubrir vacantes laborales críticas.
La política migratoria ha sido un pilar fundamental del gobierno de Trudeau. Durante años, Canadá se presentó como un modelo a seguir en términos de apertura y acogida a inmigrantes. Sin embargo, este cambio de rumbo plantea serias interrogantes sobre la dirección futura del país. La reducción drástica en los niveles de inmigración no solo afecta a quienes buscan construir una nueva vida en Canadá, sino que también podría tener repercusiones económicas significativas. Los inmigrantes han sido un motor clave para el crecimiento económico del país, contribuyendo a sectores vitales como la salud, la construcción, la tecnología y la agricultura.
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Pero es en el ámbito del comercio internacional donde Trudeau ha mostrado su jugada más peligrosa. Sus comentarios sobre la posible exclusión de México del Tratado de Libre Comercio México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) podrían convertirse en una bomba de tiempo rumbo a la renegociación del Acuerdo comercial. Trudeau expresó preocupaciones sobre las inversiones chinas en México, sugiriendo que Canadá podría “buscar otras opciones” si México no aborda estas inquietudes. Esta postura hace eco de la que han manifestado líderes provinciales como Doug Ford de Ontario y Danielle Smith de Alberta.
Ford ha instado a negociar un acuerdo bilateral con Estados Unidos que deje fuera a México, argumentando que este país no debería beneficiarse del tratado si permite que China infiltre sus productos en América del Norte. Trudeau ha intentado navegar esta situación complicada con cautela; aunque reconoce las preocupaciones legítimas sobre las inversiones chinas en México, también enfatiza la importancia de mantener una relación comercial sólida entre los tres países. Sin embargo, sus comentarios reflejan una creciente desesperación ante la posibilidad real de perder apoyo electoral si no logra manejar adecuadamente estas relaciones comerciales.
El 19 de noviembre, en los pasillos del G20, la presidenta Claudia Sheinbaum y el primer ministro Justin Trudeau protagonizaron un encuentro que, a primera vista, parecía tranquilizador. Según Sheinbaum, Trudeau le aseguró que no contemplaba excluir a México del T-MEC. Pero no nos engañemos: la diplomacia tiene muchas caras y esta es solo una de ellas.
Si bien México parece confiar en su relación con el primer ministro Trudeau, es crucial recordar que el federalismo canadiense es muy fuerte y que las decisiones comerciales no dependen únicamente del gobierno federal. Las exportaciones de petróleo y gas de Alberta, así como las piezas y vehículos ensamblados en Ontario, son algunos de los productos más valiosos que Canadá envía a Estados Unidos. Cada provincia y territorio tiene un interés en las próximas negociaciones y serán consultados sobre la estrategia final de Canadá rumbo a la renegociación en 2026.
Días antes, en la cumbre de la APEC en Perú, a la que México no asistió, cortesía de la desastrosa política exterior heredada del gobierno de López Obrador, Trudeau ya había lanzado una advertencia velada sugiriendo que el papel de México en el T-MEC podría necesitar una “revisión” debido a las inversiones chinas en el país.
La ausencia de México en foros como la APEC no es un simple desliz diplomático; es un error estratégico mayúsculo. Mientras la región Asia-Pacífico discutía el futuro del comercio y la geopolítica, México se quedó sin voz ni voto, vulnerable a las maquinaciones de otros. Sin posibilidad de adelantarse para evitar que el tema de las inversiones chinas en México se usen como el chivo expiatorio perfecto para enfrentar problemas domésticos y electorales de nuestro vecino del Norte. La apuesta de Trudeau es una jugada peligrosa que podría desestabilizar no solo el T-MEC, sino toda la arquitectura comercial de Norteamérica.
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Pero aquí está la ironía: tanto México como Canadá están cometiendo el mismo error. Están dejando que sus problemas internos dicten su política exterior, olvidando que el verdadero desafío viene de Washington. Con Donald Trump a unos meses de ocupar la Casa Blanca, la mejor —y quizás única— apuesta de ambos países es mantenerse unidos. Juntos, Canadá y México representan más de un tercio del comercio estadounidense. Norteamérica tiene todo el potencial para ser el bloque económico más importante a nivel mundial, renunciar a ello no es solamente una mala decisión sino que sería suicida.
Trudeau debe entender que su mejor apuesta, incluso frente al riesgo de una elección anticipada, es mantener la alianza con México. Es una visión de largo plazo en un mundo político y electoral obsesionado con el corto plazo. Pero es la única alternativa que tiene sentido.
México, por su parte, necesita despertar de su letargo diplomático. El T-MEC no es un regalo, es el resultado de décadas de negociaciones y compromisos. Si el gobierno de Sheinbaum no actúa con decisión y astucia, México podría encontrarse excluido de un acuerdo que es el pilar de su economía.
Analista internacional