Que lo que se recuerde más de la semana de debates de alto nivel de la 80 Asamblea General de Naciones Unidas sea el berrinche de Donald Trump por las escaleras descompuestas, y el retiro de la visa al presidente colombiano, Gustavo Petro, dice mucho de lo que es hoy la Organización de las Naciones Unidas… y lo que no es.
La Asamblea, como ha ocurrido en decenas de cumbres, termina sin debates de fondo, sin intentos concretos de resolver los grandes conflictos que aquejan al mundo. En vez de ello, lo que vimos fue la polarización al máximo, los equipos divididos entre proisraelíes y propalestinos, promigrantes y antiinmigrantes, pro Ucrania y pro Rusia.
Por un lado, Trump comparando la migración con el “infierno”, y vanagloriándose de su nueva estrategia contra los cárteles que incluye eliminar lanchas que, dice, llevan drogas y narcotraficantes, pese a las dudas y denuncias por falta del debido proceso de su política.
Por el otro, un Petro que arriba de la tribuna denunció la política antidrogas de Estados Unidos como un intento de “dominar a los pueblos del sur” y, afuera, en las calles, se sumaba a las manifestaciones contra el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, por pedir “a todos los soldados del Ejército de Estados Unidos que no apunten sus fusiles contra la humanidad” y que “¡desobedezcan la orden de Trump! ¡Obedezcan la orden de la humanidad!”, lo que le valió la revocación de la visa.
El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, como el de Chile, Gabriel Boric, y el mismo Petro se convirtieron en defensores de la causa palestina.
El viernes, fue el turno de Netanyahu de subir a la tribuna, que usó para dejar en claro que Israel no permitirá la creación de un Estado palestino. Recordó la masacre del 7 de octubre de 2023 que inició el conflicto actual. Incluso llevaba un pin en la solapa con un QR por si alguien ha olvidado lo ocurrido hace dos años, recordárselo, de la manera más violenta. Y como ya es tradición, una buena parte de los delegados abandonó la tribuna.
El presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, también tuvo su turno en el estrado. Y lo usó para decir que la humanidad vive un “sálvese quien pueda” donde las armas, el rearme, es lo único que, a su juicio, puede definir victorias y sobrevivencias.
Pasados los discursos, ¿qué queda? Un amargo sabor de boca.
Trump presumió haber puesto fin “a siete guerras”. Pero las dos que prometió concluir, la de Israel-Hamas y la de Rusia-Ucrania, continúan. Mientras los líderes hablaban, el cerco continuaba en Gaza, los drones atacaban Ucrania y sobrevolaban otros países europeos, en un aparente sondeo de hasta dónde se acaba la paciencia europea. ¿El resultado? Mientras el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, y el canciller mexicano, Juan Ramón de la Fuente, defendían la necesidad de apostar por la diplomacia para la resolución de conflictos, los europeos pactaban un muro antidrones y el Kremlin advertía de las consecuencias de lo que llamó un “Juego peligroso”.
Quedó claro, tras esta semana de discursos, que la diplomacia está herida de muerte. Gobiernos como el de Trump y el de Netanyahu dejaron muy claro que no cederán en su estrategia de “imponer la paz por la fuerza”, mientras que países que llevan años de conflicto, como Ucrania, han terminado de desilusionarse y hoy sólo piden “más armas” para poder ganar, alentados ahora por un Trump que ha cambiado de opinión y cree ahora que los ucranianos, a quienes en el pasado llegó a acusar de iniciar la guerra, pueden ganarla y recuperar el territorio arrebatado.
Las luces de la ONU se apagan, mientras los migrantes se ven cada vez más perdidos, abandonados por los países que les van cerrando las puertas, sin opciones para tener mejor calidad de vida, con sus derechos y esperanzas borrados.
Palestinos y rehenes israelíes siguen siendo las víctimas de una guerra que no sólo es militar, sino política, aunque con una pequeña luz de esperanza, luego de que Netanyahu aceptara un plan que anunció Trump, pero a la espera de cómo, y si Hamas acepta y si se podrá implementar.
Sin consensos, sin intentos de solucionar crisis, éstas persisten, se extienden, mientras la defensa del multilateralismo, de la diplomacia pareciera haber pasado de moda.