Cuando un conflicto armado como el que se libra entre y sigue dejando tal cantidad de muertos y heridos, es natural reaccionar con frustración, apatía o desesperanza. Aun así, como parte de la tarea que inevitablemente esas y otras sociedades tendremos que afrontar hacia el futuro, resulta indispensable detenernos a reflexionar sobre los factores que nos han llevado hasta este punto, con el objetivo de aportar ideas y generar algo de luz que nos ayude a prevenir situaciones semejantes en esta y en otras regiones del planeta. Sin pretender ser exhaustivo, comparto acá algunas de esas reflexiones.

Primera: el tema central a nivel internacional va mucho más allá de este conflicto en particular. Se trata del momento tan delicado que atraviesa el sistema de arreglos e instituciones internacionales como gestores y garantes de paz. No es algo nuevo, pero en los últimos años se ha acentuado: la ineficacia de los órganos multilaterales para resolver controversias, la debilidad del derecho internacional, las limitaciones de los tratados de desarme y control de armas, y el mensaje, ampliamente difundido, de que la única garantía real de seguridad para los Estados radica en su capacidad militar, en los despliegues de fuerza, en la determinación de usar esa fuerza y en la disuasión que ello genera. En un entorno anárquico como ese, los Estados tienden a decidir bajo criterios estrictamente de seguridad nacional, incluso si esas decisiones contravienen la legislación internacional vigente. Ya sobre el actuar de Israel habrá una evaluación a fondo producto de las acusaciones que están siendo procesadas por cortes internacionales. Sin embargo, en la comunidad de seguridad internacional, no sólo en este caso, prevalece la convicción de que en este contexto de inseguridad, la fuerza debe ser mostrada y desplegada como hacía mucho no se observaba.

Segunda, un conflicto como el palestino-israelí, marcado por factores estructurales irresueltos, no se resuelve de manera automática con los años, sino que tiende a estallar de distintas formas, eventualmente con niveles de violencia cada vez más intensos. A veces el conflicto permanece en estado latente; en otras se expresa de maneras diversas; y en otras simplemente estalla con toda su fuerza. El iniciado en 2023, que ya lleva dos años, ha sido sin duda el más grave de todos, pero hay muchos antecedentes que le preceden y que debieron funcionar como llamados de atención. Hubiese sido deseable desplegar toda la actividad diplomática que ahora se ha desplegado, pero muchos años atrás.

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Tercera, por tanto, el hecho de que este conflicto, durante tantos años, haya recibido tan poca atención en la agenda mediática y diplomática internacional, no implica que haya desaparecido del mapa. Si en la Asamblea General de Naciones Unidas de 2025 el tema palestino fue central, basta pensar en el escaso o casi nulo lugar que ocupó en esas mismas reuniones entre 2015 y 2023. Cuando nadie habla de un tema y, al mismo tiempo, se abandona el trabajo político internacional de mediación para resolverlo, ese tema deja de ser prioritario y se desvanece en el olvido. Esto es crucial, pues parte de la estrategia y eficacia de Hamas ha sido devolverlo abruptamente a la agenda global.

Cuarta reflexión: Esto nos lleva a considerar las motivaciones de una organización como Hamas para recurrir a tácticas terroristas. Primero, porque la investigación muestra que los factores más correlacionados con el terrorismo son la conflictividad no resuelta, los bajos niveles de paz estructural y la percepción de privación de derechos y de que los canales políticos de negociación están bloqueados. Segundo, porque el terrorismo resulta altamente eficaz para posicionar temas en la agenda mediática global, atraer seguidores duros y blandos (aquellas personas que, sin compartir los medios utilizados, sí coinciden con las metas o líneas políticas del grupo). Y tercero, porque en el caso del conflicto Hamas-Israel abundan los antecedentes que muestran que cada vez que Hamas activa un enfrentamiento armado con Israel, la organización gana popularidad tanto a nivel interno como internacional, al mismo tiempo que logra vulnerar la posición de Israel en la esfera global.

Quinta reflexión. Estas condiciones, a su vez, generan la necesidad y el incentivo político para demostrar la fuerza en un país como Israel, especialmente cuando, como en el caso de Netanyahu, existe la presión de recuperar aprobación o de sostener una coalición que incluye componentes de línea dura. La investigación ha mostrado que las personas bajo estrés o miedo tienden a volverse menos tolerantes, más reactivas y más excluyentes hacia otros (Siegel, 2007; Wilson, 2004). Se ha demostrado también que la tensión derivada del miedo provoca un sentimiento de amenaza que bloquea la inclusión y favorece la discriminación (Canetti-Nisim et al., 2009). La exposición al terror hace que las personas apoyen menos los esfuerzos de paz y a las instituciones que los promueven. Estos sentimientos influyen en aspectos que van desde las preferencias electorales y el respaldo a medidas de mano dura, hasta el castigo colectivo hacia determinados grupos religiosos o sociales, incluyendo, en algunos casos, el deseo de represalias violentas contra los “enemigos” percibidos (Hanes y Machin, 2014).

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Sexta reflexión. La dimensión regional. El conflicto entre Hamas e Israel se enmarca en un entorno regional complejo, definido, por un lado, por la confrontación mayor entre Irán e Israel, y por otro, por los procesos de normalización de relaciones entre Israel y varios de sus vecinos. Ambos factores resultan centrales. Primero, porque Israel interpreta su enfrentamiento de largo plazo con Hamas —organización armada, financiada y entrenada por Irán— como una extensión de su conflicto con Teherán. Segundo, porque desde el 8 de octubre de 2023, distintos aliados de Irán —como Hezbolá o los hutíes— se sumaron de inmediato a las hostilidades contra Israel. Tercero, porque en este entorno global anárquico, Israel considera que Irán se encuentra lo suficientemente vulnerable como para ser atacado directamente, golpeando tanto su proyecto nuclear como su programa de misiles. Y cuarto, porque en el marco de la normalización entre Israel y varios países árabes, hasta antes de ese 7 de octubre, algunos gobiernos estimaban que era posible avanzar en esos procesos relegando el tema palestino a un segundo plano. Al mismo tiempo, y considerando la complejidad que genera en la región, debe valorarse el papel de mediadores como Egipto y Qatar en la gestión de los ceses de hostilidades observados hasta ahora.

Séptima reflexión. La dimensión internacional. Analizar este conflicto en toda su complejidad implica incorporar las rivalidades mayores entre EU y sus aliados con Rusia y China. Cuando Hamas atacó a Israel el 7 de octubre, Rusia llevaba 20 meses en su invasión frontal a Ucrania, sus relaciones con Occidente se encontraban en el peor punto desde la Guerra Fría, y las tensiones entre Washington y Beijing habían escalado al grado de que Xi Jinping optaba por respaldar a Moscú en este y otros temas. Estos factores han tenido y seguirán teniendo implicaciones directas para Medio Oriente, comenzando con la necesidad —primero para Biden y después para Trump— de garantizar no sólo que Irán y su eje no triunfaran en sus choques con Israel, sino también que Moscú y Beijing no capitalizaran lo que ahí ocurría. El creciente acercamiento entre Teherán y Moscú, visible en el apoyo iraní con armamento para la guerra rusa contra Ucrania, tuvo como contrapartida decisiones clave de Washington —bajo Biden y bajo Trump— para reforzar su respaldo a Israel. Así, cuando EU despliega fuerzas navales, lanza campañas contra los hutíes o bombardea instalaciones nucleares en Irán, el mensaje no se dirige únicamente a Teherán y sus aliados regionales, sino también a Rusia y China, para que tomen nota tanto del poderío militar estadounidense como de su determinación para emplearlo.

Séptima. La compleja combinación de factores antes descritos genera un escenario en el que, aparentemente, los incentivos para continuar y escalar la guerra han superado a los incentivos para frenar la espiral de violencia. Detener un conflicto exige revertir esa lógica, y durante dos años ello resultó imposible, provocando frustración y agotamiento en todas las partes mediadoras.

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Octava reflexión. En el ecosistema global actual, los procesos de comunicación y las guerras informativas son decisivos para valorar lo que ocurre más allá del terreno militar. Aun cuando Hamas y sus aliados —desde Hezbolá y los hutíes hasta Irán— han sufrido daños materiales significativos, ha sido Hamas, junto con las causas que enarbola, que ha logrado la mayor victoria política. El tema palestino ha sido reposicionado en la agenda internacional; el reconocimiento al Estado palestino se encuentra en un punto histórico; y la causa palestina recibe un respaldo probablemente sin precedentes, equiparable sólo al deterioro sufrido por la imagen y la posición de Israel. Habrá quienes sostengan que estos aspectos no son relevantes. No obstante, la teoría clásica recuerda que la guerra no es otra cosa que la continuación de la política por otros medios. Una guerra que obtiene victorias materiales, pero no victorias políticas, es una guerra que, en principio, debe replantearse en lo táctico y estratégico.

No podemos hablar de esta guerra en pasado. Al momento, las hostilidades continúan. Una parte de los rehenes capturados por Hamas hace dos años, sigue en cautiverio. Sigue habiendo muertes y heridos, en su mayor parte civiles palestinos. La crisis humanitaria padecida por la población de Gaza continúa en aumento. Instagram: @mauriciomesch. TW: @maurimm

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