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“Nunca se nos olvidará lo que pasó, fue muy triste. Las cosas ya no serán las mismas para los que viven por aquí”, dice uno de los comerciantes de la zona de Santa Martha Acatitla, con la voz entrecortada, mientras ordena mercancía en su puesto cerca del Puente de la Concordia, en Iztapalapa.
Este 10 de octubre se cumple un mes de la explosión de una pipa de gas LP que dejó 31 fallecidos, un suceso que provocó hondo pesar en esta área de la Ciudad de México.
El eco de la tragedia aún resuena en las calles, en las conversaciones y en los rostros de quienes transitan por este lugar, ahora transformado por el dolor y la memoria.
Eduardo, de 16 años, está a punto de sanar de las quemaduras que sufrió en un brazo mientras iba por tortillas para el puesto de tacos de su padre, ubicado a unos pasos de la estación del Metro Santa Marta.
Justo cuando caminaba por la calzada Ignacio Zaragoza ocurrió la explosión y corrió para ponerse a salvo. La onda expansiva lo alcanzó ligeramente y le quemó un brazo y la parte trasera de su oreja.
Las marcas en su piel comienzan a desvanecerse, pero el peso emocional de lo ocurrido lo acompaña.
“A veces sueño con el ruido, con el fuego”, confiesa, mientras ayuda a su padre a limpiar una de las mesas donde comieron unos clientes.
Como él, muchos vecinos enfrentan no sólo las secuelas físicas, sino un duelo colectivo. En el lugar exacto donde la pipa se volcó y explotó, el pavimento conserva manchas oscuras, como si el fuego hubiera tatuado su furia en la superficie. Los árboles cercanos están quemados y son testigos mudos de la catástrofe.
En esa misma área, un memorial espontáneo ha crecido con el paso de los días. Fotografías de las víctimas, algunas enmarcadas con cuidado, otras pegadas con cinta adhesiva, se alinean junto a veladoras que los vecinos llevaron, pero las lluvias recientes apagaron.
Alguien colocó una cruz de metal de casi dos metros de altura que está rodeada de un listón tricolor, veladoras y flores empapadas por el agua de lluvia que observan las miradas curiosas de los que pasan en los vehículos por ese punto de la zona oriente de la capital.
Bajo el puente, los pilares de concreto se han convertido en lienzos improvisados. “Sus vidas honran nuestro recuerdo” y “En su memoria la luz permanece”, son algunas de las frases plasmadas con pintura que reflejan el sentir de una comunidad que busca resignificar la tragedia.
Por la curva de ese distribuidor vial donde se registró la tragedia, en la que posteriormente apareció una grieta, la cual fue sellada por las autoridades capitalinas y se puede ver el parche de asfalto que la cubrió, continúa el paso, casi siempre lento, de pipas, tractocamiones de hasta dos remolques, transporte público y automóviles particulares, porque es una pendiente que conduce a la autopista México-Puebla.
El Puente de la Concordia, un distribuidor vial que antes era solamente un punto de paso de la metrópoli se ha convertido en un lugar de memoria. Cada veladora, mensaje escrito, persona que se detiene en el memorial, es un recordatorio de que, aunque la vida sigue, las heridas del 10 de septiembre permanecerán en el corazón de esta comunidad por mucho tiempo.