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Entre chacos y sonrisas es la vida de Miguel Ángel, un artista urbano que se viste de Tortuga Ninja para iluminar los semáforos de Mixcoac.
Todos los días, desde muy temprano, Miguel Ángel, un artista urbano de 50 años, inicia su recorrido desde la zona alta de la alcaldía Álvaro Obregón, en un barrio conocido como Las Águilas, hasta las inmediaciones del mercado de Mixcoac, en Benito Juárez.
Su destino no es un escenario tradicional, sino los cruces peatonales donde el semáforo es su telón, y los segundos en rojo, su momento para brillar.
Miguel Ángel no lleva un traje cualquiera. Su piel va cubierta por pintura verde desde el pecho hasta la espalda, brazos y parte del cuello. Viste un pantalón verde, zapatos cafés y una máscara que simula el rostro de una tortuga ninja, con la característica cinta color naranja amarrada a la cabeza.
En la espalda, una mochila color café hace las veces de caparazón, completando su transformación en el personaje que da vida a su espectáculo: Miguel Ángel, la tortuga ninja.
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Inspirado desde niño por la serie animada de las Tortugas Ninja y por las legendarias películas de Bruce Lee, este artista autodidacta ha hecho de los chacos, aquellos nunchakus veloces que giran en sus manos, su firma, su danza, su voz sin palabras.
“Me agrada mucho hacer esto. Me sirve de ejercicio. Quedo satisfecho con que una persona me dé una moneda… y una sonrisa”, comparte Miguel Ángel, mientras seca el sudor de su frente y acomoda su máscara con orgullo.
Su rutina no está coreografiada por un director ni iluminada por focos profesionales, pero sus movimientos despiertan asombro en cada transeúnte y conductor que lo observa. En esos segundos breves entre el alto y el siga, Miguel Ángel gira, salta y hace girar los chacos con una precisión que solo los años de práctica pueden lograr.
Lo que para muchos es solo un personaje de caricatura, para él es un símbolo de fuerza, disciplina y conexión con su infancia. “Desde niño me llamaban la atención las tortugas, pero sobre todo Miguel Ángel, por sus chacos y por su carácter alegre. También Bruce Lee fue una gran inspiración para mí, por su fuerza, pero sobre todo por su control.”
Cada día, Miguel Ángel se convierte en ese niño que soñaba con pelear como sus héroes. Pero en lugar de combatir villanos, pelea contra el olvido, la indiferencia, y a veces, contra el juicio duro de quienes no entienden que el arte callejero también es cultura, también es vida.
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Quienes lo ven por primera vez suelen sorprenderse. Algunos niños gritan emocionados: “¡Mira, mamá, es una tortuga ninja!”, mientras los padres sacan el celular para grabarlo. Otros le hacen una señal de aprobación con el pulgar, o extienden la mano con unas monedas. “Gracias, maestro”, le dicen algunos conductores.
Y él, siempre con una sonrisa, responde con una reverencia, como si acabara de terminar una presentación en un teatro lleno.
“No tengo un sueldo, pero tengo un motivo para levantarme cada día. Si con mi acto le saco una sonrisa a alguien, para mí eso ya vale”, concluye Miguel Ángel, mientras espera que el siguiente semáforo cambie a rojo y el asfalto se convierta de nuevo en su escenario.
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