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Atlacomulco, Méx.— Entre las montañas y valles de Atlacomulco, en el Estado de México, existe un bosque que no sólo es refugio de árboles centenarios y fauna silvestre, sino el corazón de seis comunidades que dependen de él para sobrevivir.
El Magueyal, con sus 300 hectáreas de extensión, es un santuario donde el agua fluye directamente desde la tierra, cristalina y libre de cualquier intervención humana y ha sido resguardada generación tras generación.
Aquí, entre los pinos, encinos y oyameles el agua brota de manantiales y cascadas e, incluso, de la misma tierra, serpentea entre rocas y raíces hasta llenar los canales que riegan cultivos y abastecen a cientos de familias.
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Los pobladores beben de la tierra con confianza absoluta, llenan garrafones directamente de los ojos de agua y sumergen sus manos en los manantiales, como si fueran fuentes sagradas.
“El agua aquí nunca nos ha fallado, es hermoso ver cómo brota, limpia y cristalina”, dice una de las personas mayores de la comunidad, quienes han transmitido por generaciones el respeto y el deber de proteger este bosque.
“El agua baja de las cascadas y se junta en el río con los escurrimientos de la Isla de las Aves, El Magueyal y toda esta parte de Atotonilco, aquí abrimos los canales ahorita que baja el agua para regar y siempre ha sido así, la tierra, sola nos provee” señaló Antonio, quien es originario de San Pablo Atotonilco.
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Amenaza
Este espacio no ha estado exento de amenazas. Durante el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa se planeó la construcción de la carretera Atizapán de Zaragoza-Arco Norte, que pretendía atravesar El Magueyal y otras comunidades cercanas, y fue durante la administración de Enrique Peña Nieto, que el proyecto quedó en el olvido.
El pasado domingo 9 de marzo los habitantes se reunieron con el presidente municipal Nicolás Martínez y otras autoridades locales para frenar la construcción de una nave industrial para el procesamiento de basura, un proyecto que, según los pobladores, representaba un riesgo directo para los mantos acuíferos.
Delegados y representantes de San Ignacio de Loyola, San Luis Boro, El Salto, La Joya y San Pablo Atotonilco fueron claros: el agua está por encima del dinero y del desarrollo industrial. No permitirán que su bosque, su fuente de vida, sea contaminado.
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“Tenemos ya muchos rezagos aquí con el basurero de San Luis Boro, que ahora ya está cerrado y fue gracias a la resistencia de los pueblos, era una grave contaminación y dinero invertido que se quedó ahí, ya que construyeron un biodigestor, que jamás sirvió que porque estaba fracturado y todos los lixiviados llegaron a las presas, no vamos a repetir la historia”, señaló uno de los representantes de San Luis Boro.