Gabriela de Lourdes Hernández Chalte considera que el amor no se refleja en lo individual, sino en lo colectivo, filosofía de vida que la ha llevado a dirigir, desde 2011, la Casa Tochan que acepta a migrantes de diversas nacionalidades, desde cubanos, venezolanos hasta asiáticos y africanos que llegan a la Ciudad de México en su paso para llegar a Estados Unidos.
Gabriela es madre, abuela y directora del albergue Tochan. Se considera una luchadora social, pues su carrera profesional como activista y defensora de derechos humanos está enmarcada del aprendizaje del movimiento zapatista.
“He sido congruente hasta donde veo mi vida”, asegura en entrevista con EL UNIVERSAL con quien comparte su visión sobre el panorama migratorio que prevalece en el país y en la capital.
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![Mujeres a seguir | Gabriela de Lourdes Hernández Chalte | Activista (10/02/2025) Foto: Berenice Fregoso | El Universal](https://www.eluniversal.com.mx/resizer/v2/BH7QHHBFUNDOZNJ6WCXAP4D7Z4.jpg?auth=e588a354cadec9c741b5a9f56e3c48b3a80986a0196bb02fcc4312ff47619acc&smart=true&height=620)
Considera que la llegada de Donald Trump a la presidencia y sus políticas migratorias “serán un reto para las autoridades”; sin embargo, “como sociedad civil estamos convencidos de que estamos haciendo lo correcto en apoyar al migrante que está tan lejos de su tierra”.
“Ya no son sólo centroamericanos, vienen de Venezuela y más allá, Perú, Ecuador. Tenemos a mucha gente africana, asiática, en fin. Dicen que estos tiempos son los de movilidad y no tenemos que asustarnos, porque la movilidad hizo que el mundo cambie”.
Estudió la carrera de Ciencias Políticas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). De niña no imaginó encabezar un refugio, aunque siempre sintió coraje por las injusticias, refiere.
“Pensaba que tenía que haber alguien que defendiera a la gente. Nunca me vi como defensora de derechos humanos, me vi más como activista social. Y creo que he sido congruente. Aquí seguiremos hasta que otra cosa no suceda”, resalta.
Su camino profesional, puntualiza, inició al participar en el comité Monseñor Romero, en el que varias organizaciones civiles, como Sin Fronteras, analizaron qué hacer con los migrantes que durante el gobierno del expresidente Felipe Calderón buscaron acceder a una visa humanitaria en nuestro país.
La activista explica que la Casa Tochan, ubicada en la alcaldía Álvaro Obregón, por ahora sólo recibe a varones, tiene capacidad máxima para 100 personas, aunque en épocas de mayor demanda atiende a más de 150 personas.
La labor que realizan en este albergue comenzó con prestar asilo a ciudadanos víctimas de las guerras de naciones centroamericanas: Nicaragua, El Salvador y Guatemala.
“Estuvo Doña Rigoberta Menchú, obviamente antes de que fuera Premio Nobel de la Paz. Incluso la casa se compró con ese fin social en ese momento. Después de que se fueron los guatemaltecos, dejó de dar uso y se decidió que empezara a tener a los migrantes que venían en ese momento, hasta 2011”, acota.
Gabriela asegura que la mejor forma para revertir las malas decisiones de los imperios y de los malos gobiernos es la organización y el compañerismo, por ello día a día trabaja en la Casa Tochan para ayudar a migrantes que salen huyendo de sus hogares por ser víctimas de las violencias o para buscar una mejor calidad de vida.
“Estuve con los zapatistas dando talleres de derechos humanos. Acompañé a los presos de Atenco. Y, bueno, después estuve aquí apoyando a la población migrante desde una perspectiva de lucha. Por eso es que no queremos ver dolor, sino rebeldías. Como directora del albergue fomento el que podamos encontrarnos, ser compañeros y tratar de organizarnos”, abunda.
Apunta que como madre vivió de su hija cuestionamientos del por qué no pasó más tiempo con ella, aunque remarca que siempre le inculcó que, “el amor no es egoísmo”. Hoy, indica, ella es abogada y entiende más la importancia de apoyar al prójimo.
“A veces mi hija se porta un poco egoísta y dice que ella sufrió porque yo anduve en esto. Decía que siempre anteponía la lucha a la familia. Yo le decía que el amor no se refleja sólo en lo individual, sino más en lo colectivo. A veces es difícil de entender, pero por lo menos me comprenden y saben que gran parte de la fortaleza que tengo después de tantos años de vida me la da mi trabajo. Y, en ese sentido, pues me respeta”.
“Hoy tengo la suerte también de que el papá de mi nieto esté trabajando con nosotros siendo abogado. Ya el tema migratorio se convierte en una conversación familiar como norma. Eso también fortalece la unión familiar, porque ya mi hija entiende más las historias y, desde su perspectiva, ella también ayuda”, refiere.
También remarca que su esposo, quien falleció en años recientes, fue un compañero de vida que la apoyó en su compromiso profesional, incluso cuando económicamente la situación no era favorecedora.
“Él me sostuvo porque fue un gran proveedor y nunca reclamaba nada. Entendía, porque en algún momento él también fue rebelde, pero decía que alguien tenía que trabajar. Y entonces creo que por eso fue mi compañero muchos años. Estuvimos juntos 25 años, aunque fuimos novios otros 15, creo. Y, bueno, creo que fue el hombre de mi vida, que me ayudó a lograr muchos sueños”, rememora.
Indica que la labor que realiza diariamente la ha llevado a celebrar en varias ocasiones con un pastel en el albergue Tochan, donde la gratificación es compartir también momentos de alegría que se viven dentro de este refugio, donde la esperanza no desaparece.
“De los zapatistas aprendí que... y esto también en la lucha revolucionaria de El Salvador, se decía que bailando también se luchaba. Entonces, a mí en particular me gusta mucho bailar. Siempre festejo de alguna manera así. No es necesario tanto, pero sí el estar alegres. Aquí he pasado muchos cumpleaños. El que ellos se preocupen y me hagan un pastelito es muy gratificante para mí”, sostiene.
Sobre el papel de la mujer hoy en día, resalta que “hemos avanzado mucho, aunque la violencia contra la mujer no termina y se tiene que seguir luchando más”.
“Recuerdo que Toño y yo, así se llamaba mi esposo, fuimos a planear familia antes de casarnos. En el Seguro Social nos dijeron que no, que hasta que estuviéramos casados. Significó varios problemas en cuanto a tener una vida sexual libre y sin peligros. Y nosotros quisimos ser responsables. Eso me marcó mucho el que me dijeran que no hasta que llevara yo un acta de matrimonio. Afortunadamente mi hija no tuvo esas trabas como mujer. Eso es para mí un gran paso”, reflexiona.
“Yo no hablé de muchos temas con mi hija porque así se acostumbraba. Afortunadamente después entendimos y juntas hablamos de muchas cosas, pero ya cuando ella era más que adolescente. Estamos ya en otro momento”, subraya.
Ante la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, indica que el panorama es incierto. Narra que el 20 de enero, cuando el presidente mencionó en sus primeros discursos las ideas migratorias que implementaría, el reflejo de los refugiados en Casa Tochan fue de angustia, tristeza, incluso dolor, pues la desesperación se mostró en sus rostros.
¿Cuál es el ánimo que perdura? Se le preguntó, “Sí con dolor, sí con rabia, pero con la cabeza fría al pensar qué va a pasar. Cuando vi llorar, les dije —y yo soy muy chillona— que debemos tener fortaleza. Sí desahogarnos, pero al mismo tiempo pensar qué se hará. Ellos me decían: es que yo no puedo regresar a mi casa. Vienen de países lejanos, tuvieron que, incluso, atravesar océanos, caminatas difíciles. Todo ese caminar no se puede perder en una ofuscación de no saber qué hacer. Siempre hay un plan B”, concluye.