Patricia Santiz perdió sus dedos hace varios años, pero aún así, teje los trajes típicos de su natal Chiapas con los muñones de sus manos; sus piernas fueron amputadas, pero eso no le impide recorrer la Ciudad de México a bordo de su silla de ruedas para poder vender las prendas artesanales en el Centro Histórico. Su motivación: sacar adelante a sus dos hijos.

“Muchos me preguntaron ¿por qué decidiste tener hijos? Estás enferma, no tienes tus pies, no tienes tus manos, no tienes dinero, pero lo que sí tengo es mucho amor a la vida y, sobre todo, a mis hijos (...), a veces tengo muchos dolores y siento que ya no puedo, pero escucho a mis hijos y me levanto y voy de nuevo a la carga, por ellos”, enfatiza Paty.

Paty comenzó a sufrir desde los siete años los estragos de una enfermedad que los médicos en un principio no podían diagnosticar, pero que la dejaba postrada en cama con fiebre y dolores constantes y a menudo tenía que ser internada en urgencias. Fue hasta que viajó a la Ciudad de México que le diagnosticaron osteomielitis crónica y neuropatía sensorial periférica.

“Desde entonces mi vida cambió porque tenía que venir constantemente a la Ciudad de México a tratamientos. En ese entonces comencé a bordar, ese era mi escape y me daba alegría cuando me internaban por meses. Tuve que aprender a hacerlo prácticamente sin dedos, porque ya para ese entonces había perdido varios”.

Aquí Paty conoció al padre de sus hijos y quedó embarazada del primero, Balam. “El líder de mi comunidad veía mucho riesgo en que yo tuviera un niño y en el hospital me decían que por mi enfermedad, lo iba a perder. Pero cuando estuve embarazada mi enfermedad paró por un tiempo y lo tuve. Los doctores me dijeron que generé anticuerpos y por eso soporté todo, pero también creo que fue por el amor que ya sentía por mi hijo”, relata.

“Tenía que salir del hospital y buscar una forma de sacarlo adelante a pesar de mi enfermedad, desde entonces empecé a vender en la calle. (...) Tenerlo me regresó las ganas de vivir que había perdido cuando me amputaron la primera pierna”, dice.

Desde entonces, Paty tuvo que sortear muchos obstáculos para hacerse de un lugar en el Centro Histórico; pasar por numerosos decomisos de mercancía, discriminación por ser indígena y hablar su lengua, luchas con líderes de ambulantes y peleas con otros comerciantes hasta que consiguió un espacio en la calle de Venustiano Carranza.

Señala que “bordar cada vez se ha hecho más difícil porque tengo varias heridas en las manos. Por la mala circulación y todas mis cirugías, me han dichos los doctores que ya no lo haga, pero si no lo hago, siento que me ahogo, es algo que traigo en la sangre”.

Cinco años después nació su segundo hijo, Aarón, y esto trajo más complicaciones a la salud de Paty, por lo que los doctores le daban 15 días de vida luego de dar a luz por segunda vez. Pero una vez más Paty sorprendió a los médicos y salió adelante

Paty fue víctima de violencia intrafamiliar, por lo que después de 10 años se separó y con ayuda de su madre ha logrado sacar adelante a sus hijos.

Balam y Aarón tienen 15 y 10 años, respectivamente, viven en Chiapas con su abuela, pero eventualmente visitan a su madre y la ayudan en su negocio

“Para este 10 de mayo, yo le diría a todas las madres que somos muy afortunadas porque el amor por un hijo o una hija es el valor más puro. Cada vez que veo a mis hijos le digo a mi mamá: no sé qué hice tan bien para que Dios me diera estos dos regalos y daría todo por ellos”.

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