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La confrontación entre EEUU e Irán sigue subiendo de tono. La semana pasada Irán anunció que, sin retirarse del acuerdo nuclear que ese país había originalmente firmado con Washington y otras cinco potencias (Francia, Alemania, Reino Unido, Rusia y China), “reduciría su compromiso” con el mismo. Recordemos que, hasta el momento, solo EEUU se ha salido de este convenio nuclear. Un año después de eso, mediante una señal que el presidente iraní Rohani busca sea interpretada no como el final de la diplomacia, sino como un sostenimiento de la misma, pero con un nuevo “lenguaje y una nueva lógica”, Teherán informó que ahora ya no exportaría sus excedentes de uranio enriquecido y agua pesada, sino que los conservaría en casa. A la vez, el presidente iraní otorga un plazo de 60 días a los países que aún se mantienen en el pacto, especialmente a los europeos, para que aseguren que Teherán podrá recibir los beneficios del mismo a pesar de la presión estadounidense. ¿Qué significa todo esto? ¿Cuál es el contexto en el que estos anuncios se dan? ¿Estamos al borde de una guerra? Hoy en el blog, algunos apuntes para contextualizar.
1. Primero, el acuerdo nuclear entre Irán y las potencias no es un tratado vinculante, sino una serie de términos pactados por las partes, cuya única garantía de cumplimiento es el acuerdo mismo. Si una parte incumple con lo pactado, la otra tiene la opción de dar marcha atrás en sus compromisos. En síntesis, este entendimiento de 2015 establecía que: (1) Se revertiría la capacidad nuclear iraní, incrementando el lapso de tiempo que a este país le tomaría brincar del punto en el que se encontraba hasta poder armar una bomba atómica. Esto se conseguía desactivando casi 14 mil centrífugas y enviando fuera de Irán unas 10 toneladas de uranio ya enriquecido (suficiente para armar unas 7 u 8 bombas); (2) El enriquecimiento de uranio en Irán continuaría a través de unas 5,000 centrífugas que permanecen activas, pero no sería un enriquecimiento de niveles mayores que al 4%. Para una bomba nuclear se requiere enriquecer uranio a niveles de hasta 90%. Entre otras restricciones, para poder cumplir con las condiciones del pacto, Irán necesita vender el exceso de uranio enriquecido y agua pesada que le es permitido conservar en el país (el anuncio de la semana tiene que ver justo con eso); (3) Las instalaciones subterráneas de Fordow se convertirían en instalaciones solo de investigación pero sin material nuclear ubicado en ellas; (4) Se bloqueaba el reactor principal de plutonio, garantizando que no se produciría ese material en grado suficiente para el armado de armas nucleares; (5) Se impedía la construcción, al menos durante 10 a 15 años, de nuevas instalaciones que pudieran enriquecer material para efectos nucleares; (6) Solo si se respetaba el 100% de lo anterior, las sanciones diplomáticas y financieras contra Irán serían levantadas y sostenidas sin efecto.
2. Hace un año, Trump—para quien este es el peor acuerdo “de la historia”—decidió retirarse del mismo, e ir escalando la presión en contra de Irán a fin de orillarle a renegociar los términos del pacto. Esto no significa que el acuerdo haya quedado automáticamente sin efecto, pues todas las demás partes han decidido permanecer en él. Lo que sí significó, sin embargo, es la competencia entre la política de Trump, empujando con toda fuerza en contra de Teherán, y los otros firmantes del pacto, en especial los tres países europeos señalados, intentando rescatarlo.
3. Un año después, no obstante, ha quedado claro que a las potencias europeas no ha sido nada fácil la tarea de mantener el pacto con vida. La mayor parte de las empresas de sus países y de muchos más, así como la mayoría de los gobiernos, han elegido cancelar los contratos y negocios con Irán ante el temor de las represalias estadounidenses. Se ha intentado elaborar un mecanismo financiero para que las empresas puedan comerciar con Irán sin ser afectadas por las medidas estadounidenses, pero hasta ahora nada de esto ha sido exitoso. El resultado neto es que Irán ha seguido cumpliendo con su parte del acuerdo, pero ya no goza de los beneficios del mismo; su economía se encuentra colapsada y la presión interna contra Rohani, social y política, continúa aumentando.
4. Aún así, hasta ahora se estimaba que Teherán iba a optar por permanecer en el pacto. Según ese cálculo, Irán intentaría subsistir a pesar de las actuales condiciones, y esperaría mejores tiempos con un cambio de administración en la Casa Blanca. Esta estimación aparentemente ha cambiado. Irán ha decidido moverse de la posición que mantuvo durante el último año.
5. El contexto previo a los últimos anuncios incluye dos factores adicionales: (1) Hasta ahora, Washington eximía de sanciones a algunos países que importan petróleo de Irán (como la India, China o Turquía) siempre que lo hicieran hasta cierto monto. Recientemente EEUU anunció el final de esas exenciones; (2) El Departamento de Estado asignó a las Guardias Revolucionarias Iraníes la categoría de Organización Terrorista Extranjera, siendo esta la primera vez que Washington nombra con esa clasificación a un cuerpo perteneciente a las fuerzas de seguridad de un estado.
6. Ante ese panorama, es indispensable considerar el acomodo de fuerzas internas en Teherán. Si bien los promotores de las negociaciones con Washington y las otras potencias que llevaron a la firma del acuerdo nuclear, eran el presidente Rohani y su ministro exterior Javad Zarif, hay que comprender que en un régimen como el iraní, estos funcionarios no pudieron haber dado esos pasos sin el consentimiento del líder supremo, el Ayatola Alí Khamenei. Por tanto, es tan importante para él como para Rohani y Zarif, el procurar hacer todo lo posible antes de tener que reconocer que su estrategia negociadora con Occidente fue un fracaso. De ahí que se ha intentado escalonar las medidas y reacciones ante la presión máxima ejercida por Trump. Una de esas medidas ha sido el cambio de mando en las Guardias Revolucionarias. El Ayatola acaba de reemplazar a Mohammad Ali Jafari por Hussein Salami, de línea más dura, un año antes de que el término de Jafari se cumpliera, lo que al mismo tiempo señala una concesión ante los actores más duros en Teherán, que un mensaje hacia Washington y sus aliados.
7. Justo en ese entorno, aparentemente llegó inteligencia a Estados Unidos relativa a que sus fuerzas estacionadas en Irak (unas cinco mil tropas) o sus intereses en otros sitios de la región podrían sufrir ataques, fueran estos directamente llevados a cabo por Irán o por alguno de sus aliados en la zona (como lo son las milicias chíítas en Irak o los Houthies en Yemen). Esas son las razones que la Casa Blanca argumentó para justificar un ascenso de su presencia en el Golfo Pérsico (sitio por donde pasa una aproximada quinta parte del petróleo que se comercia a nivel mundial) mediante el despliegue de un portaaviones que se suma a sus fuerzas, además de un aumento de misiles Patriot en la región. No es que esos movimientos tengan mayores implicaciones estratégicas, sino que se llevaron a cabo con ruido intencional. El anuncio de que Irán reduce su compromiso con el pacto nuclear es el último componente de esta cadena de eventos.
8. Ahora, ¿significa todo lo anterior que estamos ante una escalada que podría terminar en un enfrentamiento armado? En principio, no necesariamente. La realidad es que, aún con todo el ruido, ni Irán ni Trump desean una guerra, la cual no se sabe qué tan prolongada sería, cuánto costaría (un tema que es especialmente relevante para Trump y su base) y mucho menos cómo pueda terminar. Ahí siguen vivas las aventuras irresueltas de Irak y Afganistán, de las que el actual presidente ha prometido sacar a su país, como para andarse metiendo en una nueva. En cambio, lo que parecería que estamos viendo es una exhibición de músculos y ejercicios de presión material y psicológica entre las partes enfrentadas. Esta presión, hasta el momento, ha consistido de: (a) una continuada ofensiva diplomática, financiera y amenazas militares contra Irán de manera escalonada por parte de la Casa Blanca, lo que incluye repercusiones en contra de cualquier actor que no se alinea con Washington, con el fin último de sentar a Teherán a renegociar sus condiciones partiendo de nuevos arreglos; (b) el apoyo a favor de las medidas de Trump por parte de sus aliados en Medio Oriente, como lo son Israel y Arabia Saudita entre otros; (c) las reacciones (hasta ahora insuficientes) por parte de todos aquellos quienes consideran que los acuerdos prevalecientes con Irán pueden aún ser salvados sin la necesidad de una escalada militar; y (d) la más reciente respuesta por parte de Irán que busca comunicar que la presión máxima en su contra tendrá consecuencias irreversibles y que vale la pena que los terceros interesados en evitar una escalada, muevan sus fichas con mayor velocidad y eficacia.
9. El riesgo mayor es, por supuesto, que la espiral siga ascendiendo. En la medida en que las potencias europeas no consigan responder eficientemente ante la nueva toma de posición de Irán, y las cosas sigan como hasta ahora, todo parece indicar que Teherán seguirá tomando medidas que le terminarían por retirar del pacto nuclear, lo que eventualmente podría, en efecto, ocasionar enfrentamientos militares ya sea con Washington, con Israel o con ambos. De igual forma, en el camino, cualquier error de cálculo o percepción imprecisa de los diversos mensajes que todas las partes se están mandando, podría resultar en algún incidente y una rápida escalada. Adicionalmente, Irán tiene muchos instrumentos para contrarrestar la presión que está padeciendo de manera indirecta. Nada descarta que alguna de sus milicias aliadas (desde Hezbollah en Líbano, la Jihad Islámica en Gaza o las milicias chíítas en Irak) puedan actuar en contra de intereses estadounidenses o en contra de alguno de sus aliados.
10. La mecha, en pocas palabras, está encendida. Y, si bien todo apunta a que, en principio, los actores buscarán distintas alternativas antes de pensar en un conflicto armado directo, todas las partes saben que están jugando con fuego.
Seguiremos pendientes del tema.
Twitter: @maurimm