Con todo y la incertidumbre, el Pitchfork Music Festival regresa este fin de semana para su segunda edición en México. Del 2 al 4 de mayo, el Estadio Fray Nano y la Casa del Lago UNAM se convertirán en el epicentro de la música contemporánea alternativa (y de mucho de lo que esa amplia etiqueta puede significar). El cartel, como ya es costumbre desde que el festival se creó (en Chicago del 2011), incluye a grandes artistas mundialmente conocidos de la escena del rock alternativo/ hip-hop/ electrónica y, también, ¿por qué no decirlo?, un poco de “música del mundo”. En esta ocasión vienen la británica Beth Gibbons (Portishead), los americanos Earl Sweatshirt y Oneohtrix Point Never, así como los brasileños Tim Bernardes y Rodrigo Amarante. Por su parte, del lado mexicano, aparecen nombres de nacionales que, en unos años, han logrado proyectarse ampliamente, uno de ellos, incluso a nivel internacional. Me refiero a Silvana Estrada (que obtuvo un Grammy en 2022 por su propuesta que algo tiene de reinvención de las raíces jarochas). Por su parte, también están otros proyectos que van poco a poco ganando terreno en la escena underground mexicana como el grupo experimental de improvisación-punk Luz, luz, luz, el de folk acústico A veces siempre (donde participa el bajista de Austin TV) y el de electrónica de Edgar Mondragón. Finalmente, también aparece Rosas, artista culichi constructor de universos sonoros que transitan entre la canción de autor, el trip-hop y la experimentación.
El hecho de que Rosas haya sido incluido en un cartel de tal envergadura evidencia el buen momento que atraviesa en su carrera artística (además de la inclusión en el Pitchfork, Rosas ha venido abriendo shows para artistas mexicanos legendarios como Julieta Venegas y Porter). Por su parte, también nos otorga un buen pretexto para profundizar y enterarnos más a fondo sobre su historia y su propuesta artística.
Casi un músico
Cuando a Julieta, en una entrevista para FiloNews, le preguntan qué talentos emergentes le llaman la atención, no duda en mencionar a Rosas, “una especie de cantautor pero más raro, muy experimental con la guitarra, con una voz muy especial y el temperamento melancólico de compositores clásicos como Juan Gabriel. Además, es actor”.
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Este último aspecto mencionado por la autora de “Andar conmigo” (y crítica literaria) es sumamente significativo en el caso de Rosas pues puede pensarse como la piedra fundacional sobre la que él ha erguido toda su concepción sobre la música. Y es que, desde sus inicios, ha sido en calidad de actor y performer (y no de músico) que el culichi se ha identificado y es desde esa identidad teatral y performera que ha mirado hacia lo musical. Dicha mentalidad lúdica (la fantasía de un actor que se imagina en los zapatos de un músico) ya estaría presente desde que Víctor Rosas (ese es su verdadero nombre) se estrenara en la escena musical culichi con Casi Música, junto al trombonista Jorge Peraza y al guitarrista Jezzrel Carrillo, a principios de la segunda década de los 2000s. En este grupo, del cual era vocalista, Victor no solo cantaba sino que zapateaba a placer, recitaba poemas a través de un micrófono con efectos y echaba mano constante de una simpática utilería: un aparato oldie de sonido (en el que reproducía contenidos grabados dentro de un cassette), una kalimba y un metalófono. Frente a estos instrumentos, con finta de juguetitos, Rosas parecía un niño, inventando siempre desde la espontaneidad no educada, sin ninguna pretensión virtuosística o académica. No obstante, su anunciado carácter de no-músico (que a él le ha gustado, desde siempre, destacar en sus conciertos), solía ser puesto en duda cuando los presentes lo escuchaban cantar: su voz era tan brillante y sus inflexiones tan expresivas que podrían fácilmente pasar por propios de una persona con sólidas tablas musicales. Pero Víctor, realmente, no solo nunca se mostró interesado en asistir a alguna clase de música o en aprender por su cuenta tablaturas en internet sino que hizo de ese no saber (de ese no querer saber) una poética en si.
Cuando, al separarse de Casi Música, tomó la guitarra para acompañarse a si mismo en la presentación y grabación de sus nuevas canciones (que derivarían en el nacimiento de su primer disco de solista Nacemos originales, morimos copias de 2012), Víctor continuó haciendo lo que sabía hacer; jugar con formas instintivas, acordes que no había aprendido en un manual sino que había ido “descubriendo” por él mismo en su exploración del instrumento y que, en consecuencia, muchas veces se desviaban de la morfología tradicional propuesta por la tablatura—. Según lo que le habría dicho un músico (este sí, formado) en una peda, su sonoridad, inconscientemente se había dirigido en términos harmónicos hacia lo suspendido”.
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Rompecabezas de poemas y canciones
A nivel de lírica, por su parte, podemos pensar a Rosas, más que como un compositor, como un descompositor, así he oído que él mismo se autonombra en algunas de sus presentaciones en vivo. Con ello hace alusión al hecho de que, desde los tiempos del grupo, su forma de articular canciones ha sido tomar, a manera de homenaje (a veces más y a veces menos oculto) fragmentos de otras canciones y reformularlos o recontextualizarlos, otorgándoles de esta manera nuevos matices y significados.
Eso lo hizo en el comienzo de su carrera con “Tus pasos” y con el cover “Inteligencia dormida” que homenajeaban referencias a los compositores chilenos Gepe ( “Los barcos”) y Pedro Piedra — totales desconocidos en ese tiempo, más aún en Culiacán—. Versos de ambos eran cantados “a su manera”, montados en el fondo bossa-novísta que la guitarra de Jezz sustentaba. De esta manera, los presentaba al público culichi, traduciendo para este ideas (melodías y líricas) de geografías lejanas que de otra manera no le habrían sido reveladas. Así también lo hizo con la argentina Liliana Felipe, compositora queer de culto de quien Rosas toma “Sentirlo todo” para hacer su propia deconstrucción. Posteriormente lo haría también, entre varios otros, con la propia Julieta Venegas haciendo una versión de “ Diles que no me maten”, así como con otros compositores mexicanos tal vez menos conocidos (pero igualmente geniales e influyentes) como Valentina González, maestra de canto de Natalia Lafourcade y una precursora de la electrónica en México (con su grupo Sussie 4), a quien Rosas homenajea con “Si acaso” o Franco Narro, un cancionista sudcaliforniano experimental de cuya “Tierra de nadie” Rosas deriva su icónica canción “Santitos”.
Pero la labor de apropiación y resignificación por parte de Rosas no se limita a referencias musicales. Su rompecabezas poético/musical contempla también figuras de la literatura. Es el caso de Amaranta Caballero Prado, cuya Tesis autodoctoral, habría inspirado aquel verso emblemático “volar, volarbol, árbol” que usa en “Santitos”. Asimismo, otros poetas que Rosas suele mencionar como sus influencias son Carlos Atl, Sara Raca y Cynthia Franco.
Pero este despliegue de influencias no nos debería llevar a pensar que Rosas no posee originalidad para componer por si mismo. Más bien, él hace parte de una tipología de autores que, contrariando el ideal romántico de genialidad, se decanta por perfilarse, más que como un inventor, como un artista-traductor, especie de radio humano de última generación que con su antena inteligente va sintonizando selectivamente fragmentos significativos de obras diversas.
Su concepto de originalidad, en este sentido, no aspira a componer canciones que no se parezcan a ninguna, sino a seleccionar (y hacer lucir) con buen tino, y buen gusto musical, pedacería inspiradora, descubrimientos poéticos/ musicales que sustentan una inédita visión de la originalidad a través de la poética mezclada que su voz proyecta de una forma nueva.
De la tradición sinaloense de los Potros a Bjork
Un dato sobre Rosas que muy pocos conocen es que el culichi es hijo de un artista norteño hoy poco recordado pero que fue, en su tiempo, uno de los más icónicos a nivel nacional. Me refiero, precisamente, a Víctor Rosas, baterista fundador Los Potros de Culiacán y fallecido el año pasado. Esta agrupación alcanzó en los años sesenta una inmensa popularidad, con múltiples discos grabados y hasta una participación cinematográfica en la comedia musical Las musiqueras. Entre sus grandes éxitos se encuentran “Acábame de matar” y “El muchacho alegre”, temas que se conservan en la memoria y que traen rápido a ella la inconfundible sonoridad del retumbar de la tambora. Hay que decir, sin embargo, que el formato instrumental de los potros con el cuál dichas canciones habrían alcanzado por primera vez popularidad no fue el de la tambora sino uno que a los ojos de hoy se antoja un poco extraño: melodión, batería y hasta una guitarra eléctrica.
Rosas Junior, que por cosas de la vida nunca convivió demasiado con su padre y que solo lo llegó a ver en persona unas cuentas veces, no posee una mala imagen de él. Le provoca curiosidad. Me dice que, en alguna tarde ociosa, ya exploró el internet en busca de informaciones sobre sus logros como artistas. Le causa buen sentimiento el hecho de que, aún sin poseer su influencia musical cotidiana, el destino lo llevó por el mismo camino artístico que su padre.
Al igual que este, Rosas también se tornó un digno representante de la tierra donde nació, su música, su carácter y nunca ha renegado, como suelen hacer algunos alternativos, de sus raíces regionales. Más bien, las ha integrado y sintetizado a su manera. Paralelamente, el culichi profesa, desde la adolescencia, un culto ciego por la islandesa Bjork, a quien homenajea en su canción “Silencie” (haciendo referencia a “It’s Oh So Quiet”).
Esta vena se vendrá a reflejar en su producción a partir de segundo disco Santo o Remedio, donde podemos encontrar canciones como “Templos”, “Pasos” y “El mar en los ojos”, con una estética nítidamente tendiente hacia el trip-hop. Para él, la nueva estética de este álbum viene a ser una respuesta al anterior: “Todo está en constante cambio (yo, el mundo) y, por ende, también, mi estética.
A la pregunta de: ¿qué viene para Rosas? El culichi nos confesó que está casi confirmada una fecha en España y, además, que está en puerta la publicación de un par de temas realizados en colaboración con amigos, “Carne Rancia” y “Culichi”.