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El Colegio de México acaba de publicar un libro, elaborado por un grupo de estudios sobre las mejores experiencias del Estado Desarrollador para extraer lecciones válidas para México.
Desde sus orígenes, el Estado Desarrollador se sustentó en una escuela de política económica, opuesta a la del “libre mercado”, de Adam Smith. Su concepción era otra, ¿cómo puede el Estado impulsar el desarrollo para alcanzar a los países más avanzados? Así, el creador del Estado Desarrollador, se reconoce, es Alejandro Hamilton, primer Secretario del Tesoro de EU, que impulsó una política comercial proteccionista de apoyo a sus manufacturas nacientes, el primer Banco Nacional, y reestructuró la deuda de los Estados para manejar una Deuda Nacional. Bismarck, en Alemania, sigue una estrategia de industrialización similar para alcanzar a Inglaterra, enriquecido por el Estado de Bienestar Social.
El prototipo del Estado Desarrollador de la postguerra es Japón, seguido por su principal discípulo asiático, Corea. Después de su éxito, evoluciona hacia versiones más modernas: Deng Xiao Ping en China a partir de 1978. Vietnam, con su “Doi Moi” (renacimiento), desde 1986, que crece 32 años al 7% anual, impulsando exportaciones de manufacturas. Posteriormente, Finlandia con su transformación económica sustentada en un sistema educativo de primera calidad.
A través del modelo japonés, yo analizo cuáles son las características comunes del Estado Desarrollador y por qué podemos aprender de él. Se parte de la base de un Estado fuerte, que asume un objetivo común de trasformación económica nacionalista, en muchos casos para “superar humillaciones externas”. Se configura una visión de largo plazo, a través de un Plan Nacional de Desarrollo, operado por una Oficina cercana al Primer Ministro. Se impulsa un “consenso nacional” en que la principal motivación es acelerar el crecimiento, apoyado en un alto coeficiente de inversión, alrededor del 30% del PIB, con proyectos impecablemente evaluados. Para ejecutarlo, se crea un Consejo de Deliberación Económica con el sector privado y la academia.
Un elemento fundamental es una política industrial en que se seleccionan y apoyan sectores prioritarios, se determinan campeones nacionales y se conforman conglomerados industriales que integran en sus cadenas productivas a las PYMEs, estimulando el contenido local. La política comercial se subordina a la industrial, no al revés, usando un proteccionismo inteligente: con cuotas, aranceles y subsidios. Se administra y subvalúa el tipo de cambio para promover las exportaciones.
Se entendió algo que se olvidó en México, la política industrial se sustenta en “la política de financiamiento”, vinculado a apoyar políticas a través de Bancos de Desarrollo especializados (no desdibujados y fusionados como aquí Bancomext y Nafin), y se orienta el crédito de la banca comercial a la producción, no queda a la deriva. La apertura a la inversión extranjera se da, pero con condiciones. Se establece un fuerte entramado de instituciones: el MITI, para impulsar la política industrial y comercial y, el Ministerio de Hacienda, para orientar recursos; la Oficina de Planeación, bien coordinada. Se sustenta en una burocracia de alta calidad, una meritocracia, no la “ineptocracia” que prevalece en varias de nuestras entidades. Un fuerte apoyo a la educación técnica y científica. Esta es la estrategia que aplican los países exitosos de mayor crecimiento: China, Vietnam, etc. Hacia allá tenemos que voltear la mirada.
Lo importante del estudio es que el Estado Desarrollador, que combina un Estado transformador que da rumbo, con un sector privado que apoya, es el modelo que viene como “anillo al dedo” a la 4T, dándole contenido, objetivos, medios e instrumentos de lo cual carece hoy en día. ¡Hay que leer el libro!
Exembajador de México en Canadá.
@ suarezdavila