Jesús María, Ags.— Dos elementos que forman parte del Escudo Nacional: el nopal y la serpiente, han estado presentes desde siempre en la vida de don Rodolfo, quien lleva más de 40 años en la recolección y “peladitas” en el jardín principal del municipio de Jesús María, Aguascalientes.

Don Rodolfo recorre 110 kilómetros en su camioneta Ford clásica hasta las huertas de Pinos y General Pánfilo Natera, Zacatecas, que producen el favorito, en donde, dice, sortea el riesgo de toparse con una víbora de cascabel o con otro animal ponzoñoso entre la maleza y las nopaleras. Ahí se abre camino con un machete para alejar el peligro.

“¡Es riesgoso!”, comenta el comerciante. En días recientes, un animal negro largo con la cabeza naranja, conocido como pipa, le picó en el hombro cerca de una nopalera y le causó una hinchazón y necrosis, por lo que tuvo que ir al médico a recibir atención y evitar una complicación mayor.

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El hombre de 60 años, de tez morena curtida por el sol, que viste pantalón de mezclilla y una camisa de manga larga estampada con bravos corceles, muestra un video grabado en el celular de su hija en el que se ve el proceso cotidiano para obtener la mercancía.

Con el rostro apenas visible al taparlo una gorra roja bordada en el frente con una marca en inglés, dice que lo primero es comprar la tuna, porque en algunas huertas se niegan a venderla, y es que comenta que este fue un mal año de producción de tuna, bajó a la mitad, “por la canícula”, por lo que la tienen que ir a buscar al monte.

“Ahora hubo muy poca tuna, a lo que vimos, fue a causa de la canícula; se secó, se quemó”.

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Eso hace que se tenga que trabajar y hacer más gastos, “tan sólo en la vuelta son como 2 mil pesos de gasolina. Ahora traemos unas 10 cajas; cuando hay [buen año] traemos 15 o 20 cajas”.

Una vez que hace el trato, comienza el proceso de “enganchar, despicar y barrer”.

Ata a un palo una larga, curva y filosa cuchilla, la dirige hacia las pencas altas, raja parcialmente la parte superior del nopal coronado de tunas y ensarta esa mitad con la punta del metal para jalarla y bajarla al suelo; y así, sucesivamente, con las demás cactáceas hasta cubrir la cuota de lo que pagó.

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Después, sus hijos y tres ayudantes (a cada uno le paga 400 pesos) desprenden cada fruto con las manos cubiertas con guantes de hule para no espinarse y llenan botes de plástico de 19 litros; su esposa e hija los vacían en los cajones de madera, los juntan en fila india y con una escoba las “barren” para quitarles una gran cantidad de espinas.

Don Rodolfo tiene su hogar en el municipio de General Pánfilo Natera, Zacatecas, del que se aleja con su esposa e hijos de julio a septiembre para comercializar las tunas frente al kiosco; desde hace 40 años tiene un permiso oficial para realizar sus ventas por un periodo de tres meses.

Su jornada comienza a las 5 de la mañana para cargar la camioneta, después bajar el producto y montar el puesto, a unos cinco metros de las torres para bolear calzado, y culmina a las 8 de la noche, hasta acabar las tunas que están en botes con agua.

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“En Pinos [las tunas] se encuentran en las tenencias de La Victoria, El Chino y otras, pasando Salinas”, señala.

En los arcos del portal de la calle Ignacio Allende, al lado de un local de gorditas y en medio de puestos de banderas y atuendos tricolores, exhibe la destreza que le permite pelar 2 mil tunas blancas cada día, durante 12 horas continuas.

Con la mano izquierda coge con cuidado una “blanca cristalina” aún con espinas y con la diestra corta la tapa superior de la gruesa cáscara con un afilado cuchillo, la raja longitudinalmente, la abre y del interior surge un carnoso y jugoso fruto que, sin tocarlo con los dedos, coloca en una charola.

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Su esposa María Inés, sentada en una silla de plástico, hace lo mismo, pero a ella le toca pelar las cardonas y las anaranjadas, y las pone en otra charola a la vista de los marchantes, sobre una mesa cubierta con un mantel de hule en color rosa con estampas de frutas. Ella lleva puesto un mantel de tela azul y ambos arrojan las cáscaras en un bote blanco.

“¡Pruébenlas!”, ofrece a las personas que se aproximan.

Los clientes asienten sobre la calidad de la mercancía traída desde Pinos, Zacatecas, la región tunera por excelencia en el país. “Saben deliciosas y están muy dulces”, dice Margarita, quien paga 80 pesos por dos bolsas de un kilo, una de rojas y otra de blancas, “son para la familia”.

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“Estas son de las buenas, dulces, y jugosas”, suma la señora Esther, de la tercera edad, pero se inclina por una dotación de “la roja cardona, que hay en muy pocas partes”, comenta.

A unos metros de la Presidencia Municipal y sin importarle la competencia de la esquina, expresa: “La gente ya nos conoce… y nos ayudamos poquito”.

María Inés comparte que las mejores ventas las tienen en este mes, porque mucha gente se acerca a la plaza por el mes patrio, y “les gusta mucho la tuna cardona”, es la que más piden. Dice que al igual que su esposo, ella alista al menos 2 mil piezas que van de la charola al consumo.

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Ahí mismo, don Rodolfo saca filo a los cuchillos que se desgastan de tanto cortar.

Una vez que pase la temporada del mes de septiembre, el matrimonio volverá a su tierra, en donde seguirán con sus actividades de comercio con churritos, ‘hielitos’ que elaboran con la flor de la biznaga y fruta.

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