Oaxaca de Juárez.— En el centro de Santo Domingo Tomaltepec, una comunidad de los Valles Centrales de Oaxaca, apenas se escucha el ruido de los trabajadores a los que les falta poco para concluir el desarme de los módulos que se instalaron para la feria del pan y la talabartería, la iglesia está cerrada y algunos negocios de comida y bebidas sobre la plaza principal continúan abiertos ante unas calles vacías.
“Ayer terminó la feria y hubo fiesta, y algunos tomaron”, responde una de las personas a la pregunta de dónde se puede encontrar uno de los talleres de talabartería, arte y oficio que consiste en la elaboración de artículos como carteras y bolsas de piel o cuero de animales.
Es lunes, pero la víspera fue de celebración, por eso el silencio, las calles sin personas, las casas y negocios cerrados; un día de descanso merecido. Además, una semana antes de la feria toda la comunidad se volcó en las labores para sofocar un incendio forestal que se prolongó por más de tres días.
Aun así, Cándido Robles accede y de inmediato abre la puerta de su taller. Él es uno de los pocos artesanos que persiste en Santo Domingo Tomaltepec dedicados a la talabartería, una de las principales actividades económicas de la comunidad por cerca de 50 años, pero que gradualmente va desapareciendo, pues, de acuerdo con Robles, “ya quedan unos 15 talleres”.
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Estos espacios están desapareciendo por la competencia, la disminución en las ventas, un mercado inundado de mercancías baratas, la imposibilidad de competir con grandes empresas que producen por millones y a precios más bajos, la falta de unidad entre los propios artesanos, la migración y por el desinterés de las nuevas generaciones que buscan otras oportunidades de vida y trabajo, advierte el artesano.
Dos de los cuatro hijos de Cándido Robles aprendieron el oficio, incluso han ido más allá porque innovaron en el tipo de artículos que tradicionalmente se realizaban en los talleres de Santo Domingo Tomaltepec; por ejemplo, elaboran bolsas de mujer con detalles de textiles tradicionales de Oaxaca, libretas, agendas, entre otras piezas que destacan por sus intervenciones.
El origen de la talabartería en Tomaltepec

El oficio de elaborar artículos de piel inició hace unos 50 años —relata el artesano—, y creció gracias a una parte de la población que emigró a la Ciudad de México y empezó a llevar a personas de la comunidad a trabajar con ellos, quienes después decidieron volver para emprender su propio taller.
“Esta familia era de Tomaltepec, nada más que radicaba en [la Ciudad de] México. Ellos hacían ese trabajo. Cuando ellos aprendieron o ya tenían pedidos, como carteras y todo lo que se trabaja, trajeron trabajo a la gente del pueblo. De ahí fue que muchos de nosotros aprendimos el oficio y nos quedamos con eso. Es una herencia de las personas que lo iniciaron, pues ya no viven. Ya fallecieron”.
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El último de los integrantes de esa familia que aún se dedicaba a este arte falleció hace aproximadamente dos años, pero Cándido Robles sostiene que dejaron la talabartería como legado “porque no fueron envidiosos, nunca se negaron a enseñar”. Era la familia Martínez Bautista, precisa y menciona a algunos de ellos como Noé Martínez Bautista, Isaac Martínez y Leví Martínez.
“Era una familia muy grande y todos tenían ese negocio. Desafortunadamente ya nadie de ellos vive, dejó la herencia de este trabajo y nosotros ahora lo exponemos”, comenta.
Un oficio que aprendió a los 15 años

La familia de Cándido Robles emigró a la Ciudad de México cuando él tenía nueve años, y cuando cumplió 15 años empezó a trabajar en el taller de la familia Martínez Bautista; fue ahí donde aprendió el oficio. “Con esa familia aprendí. Entonces, en realidad no fueron egoístas porque le abrieron el espacio a la gente”, recalca.
No precisa a qué edad decidió regresar a Santo Domingo Tomaltepec, pero debió ser cuando tenía 20 o 22 años, y trabajó en los talleres que para entonces ya existían en la comunidad; luego, hizo un esfuerzo y adquirió sus propias máquinas de coser y el demás equipo necesario para emprender su propio taller.
“La talabartería fue y es para mí, mi pasión. Me gustó mucho, me gusta mucho trabajar. Ahorita, por ejemplo, yo no estoy trabajando, la razón es que no tengo ganas de hacerlo, pero cuando tengo ganas, me concentro en mi trabajo, me olvido de la calle, me pongo a trabajar. Y cuando me encierro, ya no salgo”.
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La muerte de su esposa, hace cuatro años a causa de cáncer, fue un gran golpe para él y uno de los principales motivos por los que dejó de trabajar.
Su trabajo no tiene una rutina definida, puede empezar muy temprano o muy tarde. Una vez que empieza, se concentra y le dedica todo el tiempo necesario porque para él debe realizarse con gusto y que esté bien hecho. “Soy trabajador y mi propio jefe, creo que es la ventaja”, refiere.
Su pasión por la talabartería se la heredó a dos de sus cuatro hijos, quienes, motivados por la competencia y la propia juventud, incursionaron en el diseño de nuevos productos no tradicionales y en la introducción de nuevos elementos, como los textiles oaxaqueños, o pequeñas bolsas que se abren de múltiples formas.
Persistir, pese a la competencia

Cándido Robles muestra sus carteras y bolsitas, que además son llaveros; pequeñas guitarras, sombreros y huaraches con los imanes que las personas generalmente colocan en sus refrigeradores, bolsas, agendas, libretas, tarjeteros, guarda credenciales, entre otros productos.
Su principal insumo son las pieles de borrego, de chivo y hasta de toro, que compran y traen principalmente de Toluca, Estado de México, y la calidad de la piel es variable, según el tipo de artesanía o artículo que vayan a elaborar, lo que también determina su precio de venta.
En todos ellos, sin embargo, la calidad, los detalles y la durabilidad se enfrentan a la competencia de la producción en masa, a la invasión de productos chinos, incluso, a la misma competencia entre los talabarteros de Santo Domingo Tomaltepec.
“Nunca nos pudimos poner de acuerdo para fijar precios. Yo tengo un precio que creo justo, pero luego hay otros que dan más barato, y ya no hay mucha ganancia”, explica.
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La variedad en precio es una de las razones por las que se ha ido perdiendo el oficio en la comunidad, y que las nuevas generaciones decidan dedicarse a otra cosa o a emigrar.
“Todo esto viene cuando no se unen las personas para hacer un grupo bien fuerte, es entonces cuando los demás aprovechan porque hay un descontrol entre nosotros. Yo tengo un precio que creo que es el justo, pero viene otro y se lo da un poco más barato. Entonces, no hubo ese acuerdo. Yo lo intenté hace unos 20 años con algunas personas, quisimos manejar precios, pero muchas personas no quisieron”, dice
Continúa, “hoy quedan alrededor de 15 talleres en la población, pero los maestros artesanos ya son adultos mayores y no tienen quien continúe con la tradición”.
Uno de los sueños de Cándido Robles —confiesa— es lograr la unidad entre todos los artesanos de la talabartería y lograr la construcción de un mercado en el que cada uno pudiera exhibir y vender sus piezas.
“Yo tenía una idea, la ilusión de tener un mercado artesanal en Santo Domingo porque es un producto de tu pueblo. Hecho por ti mismo”, expresa el artesano.
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