Guadalajara.— En septiembre de 2015, cuando el papa Francisco visitó Cuba, Osmani Echevarría Guillén fue el único paramédico elegido por el gobierno de la isla caribeña para formar parte del equipo que resguardó durante tres días al Pontífice; hoy, mientras la salud del jerarca religioso es noticia diaria, Osmani, su esposa Yanara y su hijo Francis intentan adaptarse a la vida como refugiados en Guadalajara, Jalisco, donde a él le gustaría volver a ejercer como paramédico.
A principios de julio de 2023 salieron en avión desde La Habana, dejando prácticamente todo lo que tenían en Olguín, su tierra natal; pasaron por Nicaragua, Honduras y Guatemala antes de llegar, el 8 de julio, a Tapachula, Chiapas, donde solicitaron al Estado mexicano el reconocimiento como refugiados.
“En Cuba se tornó la situación difícil, pasó de una mejoría a ser insoportable. Vamos a hablar claro, la economía fue cayendo hasta que llegó al piso, prácticamente. El salario no daba para las cosas necesarias para poder sobrevivir, no era fácil llevar una vida, y entonces si usted manifestaba algo en Cuba que dijera que algo está mal, ya era un antisocial y estaba en contra del proceso revolucionario cubano, era mal mirado y lo sacaban de su trabajo”, narra Osmani a EL UNIVERSAL.
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Según datos de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar), entre 2013 y septiembre de 2024, el gobierno federal ha reconocido como refugiadas a 134 mil 960 personas, y sólo en el sexenio pasado, 562 mil 261 personas de 162 nacionalidades solicitaron la condición de refugiados en el país.
En este contexto, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) inició en 2018 un programa piloto para ayudar a la integración comunitaria de quienes elegían quedarse en México.
“El Programa de Integración Local (PIL) comenzó con un pilotaje muy controlado, con poquitas personas, pero se ha ampliado a más ciudades, y son muchas las personas que son reubicadas mes con mes. En enero pasado cumplimos 50 mil reubicaciones a nivel nacional”, dice Nancy Estrada, jefa de la oficina del ACNUR en Guadalajara.
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Los datos de la agencia señalan que anualmente estos 50 mil refugiados aportan más de 230 millones de pesos anuales al sistema tributario del país.
Una oportunidad llena de discriminación
Osmani, Yanara y Francis son parte de los más de 2 mil refugiados que llegaron a Jalisco el año pasado con apoyo de ACNUR, y aunque han logrado establecerse y tienen trabajos formales en los que ganan entre 8 mil y 10 mil pesos mensuales (Yanara labora en una tienda de conveniencia y Osmani en una empresa que fabrica paletas y helados), ha sido difícil adaptarse a Guadalajara, donde, además de la burocracia para revalidar sus estudios y poder ejercer de nuevo sus profesiones (él como paramédico y ella como profesora de Física), hay que enfrentarse a la discriminación, a una ciudad que se encarece y al fantasma de la inseguridad.
“Después de seis meses en Tapachula nos dieron a escoger entre Guadalajara, Saltillo o Monterrey, y escogimos Guadalajara porque nos dijeron que era de las más seguras, no sabíamos que había tanta violencia en México”, dice Osmani.
“Las rentas están difíciles aquí, y lo difícil no es tanto encontrarlas, sino que están caras, y también ha sido difícil porque de cierta forma sí somos muy discriminados”, relata Yanara.
“Nos hemos encontrado con muchas personas buenas, abiertas, amables que han tratado de ayudarnos, pero también con muchos muy xenofóbicos que piensan que venimos, no sé, a quitarles el trabajo, la posición que tienen y nos lo han dicho así mismo en la cara: ‘¿Qué hacen aquí y por qué vienen?’”, añade Osmani.
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Vivienda y trabajo, lo más complicado
Nancy Estrada considera que cuando una persona refugiada busca la naturalización después de unos años, es señal de que la integración en la comunidad se ha logrado, pero llegar a ese punto no es tan fácil.
“Recibimos perfiles muy variados, desde familias monoparentales, familias biparentales, adultos solos en edad laboral y pocos adultos mayores. Mayoritariamente están trabajando en servicios y manufactura en ciudades como Guadalajara, Monterrey o Saltillo”, indica.
Cuando ACNUR interviene en el proceso de refugio activa una serie de mecanismos para tratar de apoyar a quienes son acogidos por el Estado mexicano, después de que eligen la ciudad de destino los trasladan ahí. Los primeros tres días permanecen en algún hotel donde les proporcionan información sobre cómo conseguir vivienda y trabajo, esto último con apoyo del Servicio Nacional de Empleo. En Guadalajara, además, hay una red de albergues que recibe a los refugiados que no logran conseguir casa y empleo en tan poco tiempo.
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“Generalmente (el empleo) no es algo que solventamos de inicio, pero sí procuramos asesorarles sobre las ofertas que les hacen. Las personas no están obligadas a tomar ninguno de esos empleos y si no les convence, también pueden buscar por su propia cuenta; la verdad es que la mayoría consigue otros empleos después. Creo que también la situación general de la ciudad impacta en ellos, (Guadalajara) se ha encarecido mucho —por ejemplo— en el tema de vivienda, y las personas terminan yéndose hacia las orillas de los municipios, a colonias más remotas”, reconoce Estrada.
Frente a este tipo de situaciones, la agencia se acerca a los tres niveles de gobierno para tratar de generar acuerdos que permitan incorporar a las personas refugiadas en las reglas de operación para el acceso a programas sociales.
Karina Arias es parte del Programa de Asuntos Migratorios del Centro Universitario de Incidencia Social del Iteso y a través del trabajo de campo con migrantes y refugiados ha encontrado que conseguir una vivienda es una de las principales dificultades que enfrentan quienes llegan a establecerse en Guadalajara.
“O encuentran viviendas que pueden pagar, pero muy retiradas y con pocas vías de acceso a transporte, o bien son rentas muy caras que, incluso, a veces hasta por ser extranjeros les cobran adicional por cada niño, y obviamente no cuentan con un aval para un contrato de renta, lo que complica las cosas”, indica.
La académica pone además la mirada en otro tema importante, sobre todo para las familias monoparentales: el cuidado de los niños sin contar con redes de apoyo.
“Incluso cuando ya entran a trabajar, los horarios no son compatibles con los horarios escolares; este tema también es muy importante, sobre todo cuando estamos viendo que cada vez más viajan familias, ya no son mujeres solas u hombres solos, ya están viajando en núcleos familiares, y eso también es uno de los principales retos”, expone.
Sentados en una banca en el centro de Guadalajara, Yanara y Osmani comentan que su objetivo es hacer su vida en México; cuentan que a sus 16 años, su hijo Francis es el que mejor ha logrado adaptarse y ha podido revalidar sus estudios para entrar a la preparatoria.
“No queremos lujo, no queremos un alto nivel de vida o de riqueza, pero sí lo necesario para poder sobrevivir y darle a nuestro hijo un mejor futuro”, comparte Yanara.