Ixmiquilpan.— La economía del Valle del Mezquital, en Hidalgo, una de las regiones del país con mayor expulsión de mano de obra a Estados Unidos, podría peligrar de concretarse las deportaciones de migrantes con las que amenaza el presidente electo Donald Trump.
En las comunidades de esta región, especialmente en municipios como Ixmiquilpan, los habitantes son, en su mayoría, adultos mayores que vieron partir a sus hijos hacia el norte hace 30 o 40 años.
Un 80% de la economía del Valle del Mezquital, particularmente en Ixmiquilpan, depende de las remesas que enviadas, las cuales son, fundamentalmente, para el autoconsumo. La economía de estos pueblos depende de esos recursos, que sostienen la compra y venta de alimentos y el comercio en pequeño.
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Anayeli Mejía, dirigente de la organización Consejo Supremo Ñhañhu, reconoce que las remesas mueven la economía, por lo que una deportación masiva, considera, colapsaría la zona.
Entre el sueño y la realidad
Las opiniones en las comunidades hidalguenses están divididas. Algunos creen que la deportación masiva puede ser una realidad, mientras otros confían en que solo sea una estrategia populista del que será el nuevo presidente estadounidense.
“Muchos trabajos en Estados Unidos son realizados por mexicanos”, comenta Marcelino Martínez, originario de Cerro Blanco, en San Salvador, quien fue uno de los pioneros en la migración durante la década de los años 80.
Marcelino recuerda su infancia marcada por la pobreza extrema.
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“Nunca en mi niñez probé carne, leche, pan o fruta, Así que un día mis pensamientos me llevaron hacia el norte”, dice.
Decidió emprender el camino a Estados Unidos, y tras él, muchos de sus vecinos siguieron sus pasos. “No sé si para bien o para mal, yo enseñé el camino”, reflexiona.
Reconoce que, aunque logró educar a sus hijos, nunca pudo formar un patrimonio. Ahora, sobreviviente de cáncer, se dedica a asesorar a quienes buscan emigrar, pero advierte que muchos regresan más pobres que al irse, y algunos nunca vuelven.
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Pese al temor sobre el futuro de los migrantes, Marcelino es escéptico respecto a las amenazas de deportación masiva. “En todos mis años trabajando allá, jamás vi o me tocó trabajar junto a un estadounidense en el campo, tal vez uno que otro de Jamaica o Haití, pero nunca un gringo”, asegura.
Su experiencia refleja el arraigado papel de los migrantes en la economía de Estados Unidos y las dificultades de quienes regresan a sus comunidades sin haber logrado cumplir sus sueños.
Entre la incertidumbre y la esperanza
José Martínez es un hombre fuerte de campo; a sus 61 años también se le quiebra la voz al recordar a sus tres hijos. Ellos son de la localidad de Huitexcalco, en el municipio de Chilcuautla, tierra árida donde no llega el riego ni hay un río.
En ese lugar no hay planta que se cultive; por ello, sus hijos, que tienen 20, 19 y 18 años de haber partido, no han regresado. Juan Antonio fue el primero en salir; a él le siguió Gonzalo y posteriormente Marcelo. A ninguno ha vuelto a ver.
José y su esposa tienen miedo de lo que se dice sobre las deportaciones, por lo que pueda pasar con sus hijos, que no tienen documentos.
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Dicen que unos días están tranquilos y otros preocupados; no saben qué pueda pasar, pero “primero Dios ilumine a ese presidente y no los regrese así, a la mala”, confía José.
Ellos tampoco tienen un negocio o un patrimonio formado de lo que han enviado sus hijos, solo una casa a donde llegar, pero sería empezar de nuevo.
La historia de Aniceta Silis y sus hijos, Alan Martín y Johnatan, quienes viven en Georgia, EU, es diferente. La madre se encarga de administrar lo que le mandan y con muchos años de trabajo y sacrificios ha logrado comprar varias hectáreas de terreno. Su objetivo es sembrar la tierra y engordar ganado. Por ello, dice, no tiene ninguna preocupación.
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“Él me dijo que solo iría unos años y regresaría”, dice en referencia a Alan, de 27 años.
Cuenta que sus hijos son buenos muchachos. “Fui dura, no les permití que se hicieran vagos y les enseñé que en la vida todo cuesta. Ellos aprendieron a cocinar y ser autosuficientes; todo eso que les enseñé ahora les sirve allá. No tenemos miedo al futuro; si se tienen que regresar, acá estarán bien”, asevera.
Para Reyna Martínez la situación es distinta. Sus hijos ya llevan 30 años en Estados Unidos y dice que no tienen intención de regresar.
Piensan que no pasará nada y que el gobierno de Estados Unidos no cumplirá con la deportación.
Una economía en riesgo
Anayeli Mejía, dirigente del Consejo Supremo Ñhañhu, señala que en Ixmiquilpan y la región del Valle del Mezquital las remesas mueven la economía, por lo que considera que una deportación masiva colapsaría la zona.
Dice que 80% de la economía del Valle del Mezquital, particularmente en Ixmiquilpan, depende de las remesas, ya que ocho de cada 10 personas en este lugar tienen algún familiar migrante o son migrantes.
En Estados Unidos viven aproximadamente 427 mil 895 migrantes provenientes de Hidalgo, de acuerdo con cifras del American Community Survey.
Todos enviaron alrededor de mil 692.53 millones de dólares en remesas durante 2022; mil 754.70 millones en 2023, y hasta septiembre de 2024, mil 334.09 millones.
Los municipios que más reciben estos recursos son Tulancingo, 197.79 millones de dólares; Ixmiquilpan, 173.33 millones; Pachuca, 156.38 millones; Actopan, 74.55 millones, y Zacualtipán, 69.80 millones.
Anayeli Mejía considera que el estado no se ha preocupado por preparar un plan de regreso ante una eventual deportación masiva.
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Señala que existe una preocupación real porque el gobierno no implemente un plan de retorno digno para quienes pudieran regresar a sus comunidades.
Además, en estos lugares no hay inversiones significativas que generen desarrollo económico. Otro de los temores es que se incremente la inseguridad y que haya una mayor desintegración familiar.
Precisa que si los migrantes regresan no tendrán un sustento económico, lo que agravará la problemática de la región.