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El consumo de drogas, la desintegración familiar, la pobreza y la ausencia de la figura paterna por abandono o muerte es lo que tienen en común la mayoría de los jóvenes infractores de 14 a 16 años que purgan distintas condenas en la ciudad de Chihuahua. A su edad, varios de ellos no saben leer ni escribir.
El interés de enseñar a estos adolescentes fue lo que llevó al profesor Mario Trillo Corral a trabajar en el Centro de Rehabilitación Social para Adolescentes Infractores (Cersai) de Chihuahua.
Las crudas historias de vida de estos chicos lo motivó a compilar 14 de ellas en el libro Cuando el silencio estalla, la otra cara de la juventud, con el cual busca dar a conocer la realidad que viven los jóvenes en el estado y hacer un llamado a las autoridades para que apoyen a los que salen libres y eviten que vuelvan a caer en las drogas y el crimen.
Al llegar al centro correccional, Mario Trillo se topó con “esa realidad de la que nadie quiere hablar, de los jóvenes infractores, que no sólo han robado algo de la tienda”, sino que han tenido que ver en homicidios; algunos mataron a sus propias madres.
El Profe Mario, como le dicen los internos, es un hombre fortachón, practica el atletismo desde los 14 años, disciplina en la que fue medallista a nivel nacional. Se alejó un poco del deporte para adentrarse en la educación.
Cuando Mario llegó al Cersai de Chihuahua, la población era de 50 menores. Le tocó impartir clases de español y matemáticas a nivel primaria y secundaria, a jóvenes de 14 y 16 años. Dice que da clases “un poquito de todo, no es una secundaria ordinaria”.
Historias que reflejan la realidad de la juventud chihuahuense
En mayo de 2023 obtuvo la autorización del centro de reclusión para desarrollar el proyecto de un libro, en el cual plasma 14 historias que consideró las más impactantes: las de El Flaco, El Gato, El Toro, El Chabelo, El Pirata, El Cuervo, El Sultán, El Cholo, El Potro, El Calacas, El Alushe, El Vikingo, El Pitbull y El Faraón.
Él inventó los apodos y nada tienen que ver con la personalidad de los chicos, con dos excepciones: El Chabelo, porque “ese muchachito era un niño grandote con una estatura de 1.70 o 1.75 metros, con una falta de amor impresionante (…) siempre buscaba el contacto con alguien, y el de El Alushe, por ser el menor de todos, tenía 14 años”.
Con base en su experiencia, asegura: “El criminal no nace en las calles, nace en la casa” y muchas veces por descuido.
De todos los relatos, son tres los que más le impactaron: el de El Cuervo, quien mató a toda su familia, les disparó, los quemó y los desmembró, todo detonado por el consumo de alcohol y crystal.
Mató a su madre porque le caía mal, lo regañaba “de cualquier cosa”; a su padrastro y a su hermana porque, aunque se llevaba bien con ellos, estando drogado se le vino a la mente que “el jale era parejo”.
En el libro, El Cuervo relata que en la secundaria empezó a pensar en matar a su madre. Se aisló de la familia, comía solo y se desvelaba viendo en su celular videos de asesinatos y descuartizamientos.
Se consideraba “buena persona, bueno para jugar futbol”. Contó que su infancia fue muy buena, no le faltó nada, pero a los nueve años vio un asesinato y eso lo marcó.
Para Mario, la de El Calacas es la historia más triste, pues su propia madre lo hizo adicto y al final la mató. Él mismo dijo en la entrevista que si pudiera la volvería a matar.
Otra historia que resalta es la de El Faraón, quien por pobreza ingresó a los 16 años al crimen organizado y su primera misión fue descuartizar a una persona. Así mató a otros 15, a quienes él asegura ver todas las noches, incluso habla con ellos, por eso está medicado, pero afirma que lo volvería a hacer siempre y cuando le pagaran.
Más apoyo para no recaer
Durante el encierro, estos jóvenes “se limpian”, es decir, no toman alcohol ni consumen drogas, van a la escuela, hacen tareas y participan en varios talleres.
Sin embargo, no existe ningún programa gubernamental que les apoye cuando salen, por lo que la gran mayoría vuelve a delinquir, a reunirse con grupos criminales.
El sistema penitenciario de Chihuahua, a través de la Dirección de Ejecución de Penas y Medidas Judiciales, otorga beneficios como reducción de penas, solamente a aquellos adolescentes que no faltaron a clases, talleres y tuvieron buena conducta. A ellos se les da seguimiento para que logren la reinserción social mediante ayuda sicológica y vigilancia para que continúen yendo a la escuela.
Mario Trillo propone que, así como se supervisa a los adultos que firmen en las cárceles cada ocho días, se podría hacer una vigilancia de estos jóvenes, que tengan control antidoping, darles sitios de trabajo.
“Falta organización, pero ayudaría mucho en la vida de estos adolescentes”, considera.
La vida tras la liberación
Al terminar su condena en el Cersai, El Flaco se fue a Guadalajara, donde lo último que se supo de él es que “andaba trabajando bien” en una empresa de herrería. Según Mario, es el único que logró componer el camino y no volver a drogarse.
El libro incluye ilustraciones de El Pitbull, quien aprendió a dibujar durante el encierro; dijo que cuando recuperó su libertad le abrieron la puerta del Cersai y no supo qué hacer.
Mario recuerda con gusto a El Calacas, quien a los 16 años no sabía escribir ni su nombre, y aunque siempre se mostró renuente a aprender, actualmente cursa la secundaria y su profesor lo pone de ejemplo de superación.
El Calacas ayuda a los nuevos internos a aprender las vocales, a escribir, dice que le gusta enseñar a otros: “Es la manera de motivarlos —explica Mario—, que vean su antes y su después en la educación”.
Mario expone que algunos jóvenes, tras ser liberados, intentan regresar al Cersai a pedir ayuda, como pasó con El Toro, entonces líder de los internos, con su hermano El Sultán y también con El Chabelo, pero por cuestiones legales y de seguridad ya no se les puede brindar ayuda.
El Toro se drogaba desde los 8 años, a los 12 se “enranfló” (se integró a un grupo criminal) donde recibía órdenes, lo mismo cuidaba al “jefe” que mataba a algún otro del bando contrario.
En octubre de 2023, los hermanos El Toro y El Sultán salieron libres. A los siete meses El Toro empezó a rondar el Cersai en busca de ayuda, lo vieron drogado y en muy malas condiciones; luego de unos días lo encontraron colgado en su casa; a los dos meses El Sultán, su hermano gemelo, hizo lo mismo.
El maestro considera que esta situación es un foco rojo a nivel estatal y nacional: “¿Qué está pasando con los muchachos después del encierro? El Estado los olvida, la sociedad los olvida, la gente los olvida (…) esos suicidios se pudieron evitar, al igual que sigan en las drogas, pero no hay seguimiento institucional”, lamenta.
El menor de todos, El Alushe, salió del Cersai de Chihuahua en diciembre de 2023, ya tenía 15 años, pero reingresó al de Ciudad Juárez en julio de 2024, ahora por secuestro, donde permanecerá cinco años y saldrá libre a los 20.
Mario aconseja a los padres de familia estar más atentos a los contenidos que ven sus hijos en internet, no dar celulares a niños pequeños sin supervisión, y resalta la importancia de que exista una figura de autoridad real en la familia que los corrija a tiempo.