Culiacán.— La cara de la capital de Sinaloa ha experimentado una transformación drástica en los últimos seis meses. La ciudad ahora se encuentra bajo la sombra del temor e inseguridad por el enfrentamiento entre La Chapiza y La Mayiza, a tal grado que los hombres ya no se atreven a ponerse sombrero en lugares públicos, por miedo a ser confundidos como integrantes de una banda rival, y hay quienes los llevan a reparar aún con huellas de sangre, con una de las pocas personas que se dedican a ello.
Por la calle de Madero, ubicada en el corazón de ese municipio habitado por casi un millón 300 mil personas, se encuentra una pequeña cervecería donde llega agitado un hombre de 82 años portando una de esas prendas. Dice que unas cuadras atrás gente de La Chapiza lo habían interrogado por usarlo, preguntándole a qué grupo pertenecía.
El culiacanense, quien dice ser agricultor y ganadero y porta en la mano izquierda un ostentoso Rolex, señala que nada ni nadie lo va a obligar a quitarse el sombrero, porque lo porta desde que era un niño.
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“¡Claro que no me lo voy a quitar! Por qué lo voy a hacer si lo traigo casi desde que tengo uso de razón”, comenta molesto.
En esa localidad, a la que se le rebautizó como la Capital del Bienestar en 2022, abundan las sombrererías que ahora lucen vacías como sus calles y sus comercios.
Guillermo Guevara, un exacadémico universitario y dedicado desde hace 42 años al negocio de los sombreros y de botas finas de piel de víbora, cocodrilo, avestruz y de anguila, entre otras, comenta que la gente de La Chapiza identifica a los miembros de La Mayiza por el sombrero.
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“Lo que pasa es que existen dos grupos en conflicto. Y a un grupo lo identifica el sombrero, al de El Mayo. Y sí, es riesgo usar sombreros en este tiempo y la propia gente manifiesta que no los compran por el riesgo que los encuentren ahí por el camino con el sombrero y entonces los confundan con el bando rival”, menciona.
El comerciante comenta que ni la pandemia por el Covid-19 golpeó tan fuerte y causó tanto daño a todos los sectores económicos. Por ello, a la violencia registrada desde el 9 de septiembre de 2024 la llaman narcopandemia.
Guevara describe cómo, durante la pandemia, los negocios cerraron durante un mes, pero las ventas no se desplomaron por completo. Sin embargo, ahora con la narcopandemia apenas logra vender unos pocos sombreros y botas, que pueden costar más de 18 mil pesos.
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“Las ventas eran muy buenas. Ahora con este problema que tenemos de violencia, nos han bajado bastante. Ahorita estamos entre un 15% hasta un 10% de ventas normales. La mayoría de los artículos que tenemos aquí son finos, son los más caros y no se mueven para nada”, expresa.
Por el rumbo del Mercado Rafael Bueno se encuentra el local de Leopoldo, quien lleva poco más de 25 años reparando sombreros de todo tipo, principalmente los finos que suelen ser de palma. Porque refiere que “sin sombrero, no hay fiesta”.
Dice a EL UNIVERSAL que durante los últimos meses le han llevado a reparar sombreros que fueron traspasados por alguna bala y que aún tienen residuos de sangre, porque los familiares de las víctimas los quieren conservar de recuerdo.
“Los Panamá son los que más se usan y los que más me traen. Algunos hasta traen herraje de oro y el tafilete es de avestruz”, comenta.
El hombre de 61 años, al que apodan El Polín, El Güero, El Tío o El Chapo externa que incluso ha habido sombreros para reparar que en su interior llevan pequeños sobres de marihuana o de cocaína que regresa a sus propietarios.
Esta crisis de inseguridad ha generado no sólo una cantidad importante de cierre de negocios de todo tipo, sino también la venta de casas y departamentos en todo Culiacán. Los comercios que quedan han decidido reinventarse tratando de luchar para evitar bajar definitivamente sus cortinas.
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Uno de ellos es El Mirador que, con 40 años de servicio, el pasado 2 de marzo cerró sus puertas como restaurante para apostarle más a sus espacios y rentarlos como salones para toda clase de eventos sociales y reuniones empresariales.
En los últimos cinco meses, el establecimiento cerraba a las nueve de la noche. Y antes de que se desatara la violencia, su horario de cierre era a las 11.
“Fuimos recorriendo el horario dadas las circunstancias. Hay menos flujo de vehículos, las personas ya no salen igual. Se encierran en sus casas a partir de las siete de la noche y ya no salen para protegerse de la violencia”, dice Mariel López, una de las propietarias de ese establecimiento.
La joven empresaria comenta que las celebraciones en ese municipio también cambiaron de horario. Pues dice que el temor ha hecho que las bodas o 15 años, por ejemplo, se celebren muy temprano para evitar riesgos.
“Las bodas y eventos que eran a partir de las ocho de la noche se celebran más temprano. Los eventos que se organizan en mis salones son de dos de la tarde a las seis; de las cuatro a las ocho de la noche, y de las cinco a las nueve. Hay quienes migraron fuera de la ciudad, se fueron a otras partes en busca de nuevas oportunidades. Los que seguimos aquí en Culiacán, continuamos apostándole a nuestra ciudad”, platica.
En los cuatro días que EL UNIVERSAL estuvo en tierras culichis, no hubo día en que no se registraran asesinatos y hechos violentos, como el de los tres policías municipales que desaparecieron el pasado 28 de febrero y cuyos cuerpos fueron localizados el domingo 2 de marzo en la sindicatura de Costa Rica, a unos 40 minutos de Culiacán.
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También ese domingo en las comunidades de Potrerillos del Norote y Pueblo Nuevo, en el municipio de Elota, los pobladores quedaron atrapados en un fuego cruzado que dejó al menos dos muertos, uno colgado y otro decapitado, así como varias viviendas incendiadas y vehículos calcinados.
En esos días, también el colectivo de padres y madres de hijos desaparecidos hicieron el hallazgo de dos cuerpos en la sindicatura de Costa Rica. Susana Guadalupe Ayala menciona que la crisis de inseguridad que enfrenta ese municipio no ha frenado sus trabajos para buscar a sus familiares desaparecidos. Comenta que de 2017 a la fecha han encontrado en esa localidad entre 25 a 30 cuerpos.
“Todo esto es muy peligroso. Realmente no tenemos la seguridad que deberíamos tener. Tenemos que ser bien precavidos para poder salir a campo a realizar una búsqueda”, dice Ayala, quien desde 2016 busca y escarba en la tierra para localizar a su hijo.
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La mujer dice con voz entrecortada que la pacificación de Culiacán aún está muy lejos: “No hay esperanza, porque esto sigue y sigue y está avanzando cada día más. Esta es una plaga que ya nadie la detiene”.
Uno de los sacerdotes con los que cuenta esa localidad y quien pidió omitir su nombre por seguridad, externa que la violencia en ese municipio siempre ha estado latente, pero nunca había alcanzado los niveles como los de hoy en día.
“La violencia siempre ha estado latente desde [el expresidente] Felipe Calderón, pero no al nivel como lo estamos viviendo actualmente en Culiacán, pues ha alcanzado familias, ha afectado comercios y la sana convivencia. Es difícil ir por las calles ya después de cierta hora, esto impide la convivencia. Vemos una situación lamentable y muy triste”, dice.
Comenta tajante que lo que ocurre actualmente en Culiacán, “no tiene precedentes. Los actos y homicidios de alto impacto pues sí existían, siempre han existido, pero eran esporádicos, no como ahora que sabes que a lo largo de una carretera aparecen cuerpos tirados, colgados o desmembrados en hieleras. Este tipo de crímenes atroces, inhumanos, no nos habían tocado”.
Comenta que vivir en esa localidad implica sentirse secuestrado, porque al ocultarse el sol la gente se refugia en sus casas.
“Vivir en Culiacán es sentirse secuestrado. No puedes salir de tu casa. ¿Miedo? Creo que el miedo que todo ciudadano tiene, de que te despojen de tu vehículo o perder la vida en un fuego cruzado o que te alcance un dron con explosivo. Eso están escuchando los niños, quienes están teniendo una infancia muy triste. Ya es un tema cotidiano”, remata.