Chilpancingo.— Era 2014 y en Chilapa un grupo criminal dominaba todo desde hacía cuatro años: Los Rojos. Su líder, Zenen Nava Sánchez, El Chaparro, ocupó un lugar predominante en el municipio. Todos lo conocían, muchos se decían amigos de él. Los Rojos arreglaban asuntos de dinero entre vecinos o riñas de borrachos. Casi nada estaba fuera del control de El Chaparro.
La madrugada del 7 de julio de ese año todo dio un giro. La hegemonía se acabó. Ese día fue la primera incursión de Los Ardillos a Chilapa. Oficialmente se reportaron seis muertos.
Dos días después se profundizó la disputa. En pleno centro un grupo delictivo se enfrentó a tiros con policías estatales. Unos 40 minutos duró el intercambio de balazos. Por todos lados se escucharon las armas largas y los cohetazos. Otra vez el reporte oficial dijo que murieron siete personas, seis armados y un agente.
Los testimonios de los vecinos decían otra cosa. Algunos relataron que la calle Insurgentes, donde se dio el enfrentamiento, se convirtió en una carnicería: decenas de cuerpos quedaron tirados acompañados de una gran mancha de sangre. Otros cuentan que los armados arrastraron a sus heridos en medio de la huida. Al otro día en las paredes, las cortinas y las ventanas quedaron los rastros de la balacera.
Desde entonces, los enfrentamientos, los asesinatos, las desapariciones no se han detenido, al contrario, cada vez son más cruentos, más salvajes, más despiadados y peor aún: no se ve el final. En los últimos años en Chilapa se han implementado varias operaciones, una con 3 mil 500 soldados, y nada cambia.
El origen de Los Ardillos
Los Ardillos es un grupo familiar que opera en Guerrero desde hace más de tres décadas. El fundador fue Celso Ortega Rosas, apodado La Ardilla, asesinado el 26 de enero de 2011; el control del grupo recayó en sus hijos. Hasta antes de 2014, Los Ardillos eran conocidos como productores de amapola y diversas drogas que vendían a otros grupos. No había registro de que disputaran el control de territorios que no fueran los suyos.
Ahora, la Fiscalía General del Estado (FGE) los ubica en la región Centro, la Montaña, parte de la Sierra y Acapulco.
Pero su bastión, la comunidad de Tlanicuilulco, en Quechultenango, es impenetrable. Desde años no se sabe de una incursión policiaca o de actos de violencia. Es un territorio donde nada se dispone sin su voluntad, donde su presencia es casi omnipresente.
Su dominio
La balanza entre Los Rojos y Los Ardillos se inclinó en mayo de 2015. Ocurrieron dos hechos que marcaron la disputa. El 1 de mayo el candidato del PRI a la alcaldía de Chilapa, Ulises Fabián Quiroz, fue asesinado.
Él era candidato del entonces alcalde, el priista Francisco Javier García González, a quien las autoridades federales investigaban por vínculos con Los Rojos.
García González apenas esperó que terminara su periodo y se desterró de Chilapa.
Ocho días después vino la incursión que marcó el desplazamiento de Los Rojos. El 9 de julio de 2015 llegaron a la cabecera municipal unos 300 hombres armados a bordo de camionetas. Tomaron la comandancia de la Policía Municipal, les quitaron las patrullas y las armas y se hicieron de la seguridad: instalaron retenes, catearon domicilios y negocios e hicieron detenciones. Todo a la vista de militares, gendarmes y policías estatales.
Los armados se dijeron policías comunitarios y dejaron en claro su objetivo: cazar al líder de Los Rojos. Estuvieron cinco días y no pudieron lograr su objetivo. Salieron pero consigo se llevaron a por lo menos 16 jóvenes que no volvieron. Aquí comenzó el largo caminar de los familiares de los desaparecidos. El colectivo Siempre Vivos tiene documentadas al menos 140 desapariciones en los últimos tres años.
Los Rojos tampoco pudieron regresar. Todo este tiempo, Los Ardillos han eliminado a todo lo que, a su parecer, tenga que ver con Los Rojos y su líder. Por ahora, llevar los apellidos Nava o Sánchez es un riesgo en Chilapa.
Los Ardillos hace un par de años lanzaron una lista con los nombres de sus posibles víctimas y muchos de esos han ido apareciendo en los reportes policiacos cuando se informa de algún crimen.
De 2014 a la fecha los asesinatos son más de 400, en un pueblo que apenas llega a los 25 mil habitantes.
El secreto de su poder
De los dos grupos, Los Ardillos son los que han ido incrementando su poderío en Chilapa y en toda esa región. Alguien que ha seguido su crecimiento y sus operaciones es el vocero del colectivo de familiares de desaparecidos Siempre Vivos, José Díaz Navarro.
Díaz Navarro ha registrado la presencia de Los Ardillos en 12 municipios: Chilapa, Zitlala, Tixtla, Chilpancingo, Quechultenango, Mochitlán, Atlixtac, José Joaquín Herrera, Ahuacuotzingo, Mártir de Cuilapan, Acatepec y Zapotitlán Tablas.
El vocero del colectivo lo tiene claro: Los Ardillos han logrado tanto poder por una razón: por su capacidad para corromper autoridades y comunidades enteras.
Díaz Navarro dice que Los Ardillos tienen en su nómina a policías municipales de Mochitlán y Quechultenango, donde está su bastión, pero también están a su servicio policías comunitarias que operan en Chilpancingo, Chilapa y Zitlala, además del apoyo de la Policía Estatal.
¿Cómo lo han logrado? Díaz Navarro no titubea: por la operación política de Bernardo, hermano de Celso, Iván y Antonio Ortega Jiménez, líderes de Los Ardillos.
Bernardo en 2014, cuando el grupo que encabezan sus hermanos decidió expandirse, era el presidente del Congreso de Guerrero. Ahora, Bernardo es otra vez diputado local por el PRD. Cada vez que se le pregunta por sus hermanos dice que no sabe a qué se dedican, pese a que la organización criminal que encabezan la fundó su padre: Celso Ortega Rosas, La Ardilla.
Desde el Congreso, ha dicho Díaz Navarro, Bernardo Ortega gestionó protección para sus hermanos Celso y Antonio.
El vocero ha seguido de cerca a Los Ardillos por una razón: los responsabiliza del asesinato de sus hermanos, Alejandrino y Hugo, ocurrido en noviembre de 2014.
A Alejandrino y a Hugo se los llevaron hombres armados de la comunidad El Jagüey, en Chilapa, hacia Quechultenango, según las propias investigaciones de Díaz Navarro. Durante tres días siguió a través del GPS la camioneta en la que se los llevaron. El último momento que la tuvo localizable fue precisamente cuando se encontraba en la cabecera municipal de Quechultenango.
Avisó a las autoridades pero nadie se atrevió a entrar al bastión de Los Ardillos. Tres días después, los cuerpos de los hermanos de Díaz Navarro aparecieron en una camioneta incendiada en un camino rural de Chilapa.