Medellín de Bravo, Ver.— Rodolfo López Hernández es un labrador de ladrillo, oficio que aprendió de sus hermanos mayores luego de que su padre murió, pues no hubo más que irse a trabajar a los bancos de tierra y ayudar a que entrara un ingreso a su casa.

Su papá era músico de sones jarochos y cuando murió, Rodolfo era muy pequeño. Él nunca se sintió atraído por la música. Comenta que su papá vivía diferente, que tenía un talento “dado por Dios” y que se enfocó en eso, por lo que no estuvo muy presente en la vida de ellos, sus hijos.

Rodolfo es oriundo de Medellín de Bravo, de la comunidad del Atrancon, una localidad donde la mayor parte de la población ha dedicado su vida a la elaboración de ladrillo rojo y los que no, salen a buscar trabajo porque en la zona no hay más.

Rodolfo López Hernández es un labrador de ladrillo, oficio que aprendió de sus hermanos mayores luego de que su padre muriera. Fotos: de Patricia Morales
Rodolfo López Hernández es un labrador de ladrillo, oficio que aprendió de sus hermanos mayores luego de que su padre muriera. Fotos: de Patricia Morales

Durante la noche, Rodolfo, a falta de más oportunidades, trabaja de velador en una fábrica y de ahí a partir de las 3 de la mañana comienza a labrar.

“Inicié a los 14 años, es un trabajo duro, con sol a plomo, después de un mes uno se termina volviendo profesional”, narra.

Un molde se utiliza para ocho piezas, se embarra de la tierra ya preparada y se deja a secar más de un día al sol. Ya seco se va empilando, formando un horno, hasta que se cierra y se le echa lumbre, llega a estar prendido hasta 24 horas y demora aproximadamente tres días en secarse, ya listo para venderse.

Rodolfo López Hernández es un labrador de ladrillo, oficio que aprendió de sus hermanos mayores luego de que su padre muriera. Fotos: de Patricia Morales
Rodolfo López Hernández es un labrador de ladrillo, oficio que aprendió de sus hermanos mayores luego de que su padre muriera. Fotos: de Patricia Morales

“Siempre hemos sufrido para la venta porque yo no cuento con un transporte para llevarlo directo, quedando a expensas de los coyotes, quienes malbaratan mucho el producto. El millar a mí me lo compran en 2 mil 300 pesos y lo llegan a vender en más de 3 mil pesos; yo me demoro aproximadamente un mes haciendo un horno, pero hay algunos que te compran el millar hasta en mil 800 pesos.

“Tengo que estar invirtiendo, arreglando y cuidando de que no caiga una lluvia y nos desbarate toda la producción”, explica.

Ellos se han visto muy afectados por productores de ladrillo “poblano”, que es hueco y de mejor calidad, lo que baja mucho los costos y también, porque ahora la gente prefiera el block, ya que sale más barato. El ladrillo artesanal se le hace caro al comprador, dice.

Hoy, este oficio, Rodolfo lo ha pasado a las nuevas generaciones, por lo que incluso tiene a sus tres hijos trabajando a su lado.

“En una ocasión mi hijo se hizo 10 millares en una semana, rompió el récord, hasta le dije que lo subiera para récord”, presume.

Como esta historia hay varias en la zona, como la de Juanita García, quien inició desde muy temprana edad con su papá, quien la levantaba a las 3 de la mañana para que le ayudara a elaborar el ladrillo.

“Teníamos nuestras cubetitas, en una cubetita tres ladrillos y en otra otros tres, ahí veníamos con nuestra arena y ya mi papá labraba, ya luego cuando fuimos más grandes ya no era con el papá, ya era con el marido el venir a labrar, he dedicado más de 40 años a hacer ladrillo, ya luego lo dejé y comencé a hacer tamales”, cuenta.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Comentarios