Acapulco.— En el patio de la casa de Martha Nova Analco está tirada la arena, las varillas y los tabiques que compró con el apoyo económico que le entregó el gobierno federal tras la devastación que dejó el hace dos años en Acapulco.

Martha vive en la colonia La Máquina, en la periferia del puerto, lejos de la zona turística, en el otro . Su casa —o lo que quedó— está montada en un cerro, que recorre dos o tres veces al día.

Otis destruyó hace dos años la casa de Martha, los vientos le arrancaron el techo de lámina, tumbaron una barda y sepultaron todas sus pertenencias. Apenas quedaron en pie tres paredes que le son muy útiles, pues ahí cocina: tiene una parrilla de dos quemadores y un montón de piedras donde prende la lumbre cuando se le acaba el gas. En la casa aún están los restos de dos roperos podridos por las lluvias y el sol. Martha duerme en un cuarto de tres por tres con techo.

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No ha podido reconstruir su casa porque el dinero que recibió sólo le alcanzó para comprar el material. Los albañiles cobran unos 700 pesos por día. Hace dos años cobraban hasta mil 200 pesos por jornada.

Martha, de 64 años, no puede pagar esa cantidad. Muchos años fue camarera en el fraccionamiento Las Brisas, gracias a ese trabajo pudo comprar, hace más de 40 años, el terreno donde construyó su casa.

Sigue trabajando ahí, pero ahora como ayudante de cocina dos veces al año, en las temporadas de vacaciones. Dice que tiene suficiente para sobrevivir, pero no para más.

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También es catequista y cada vez que la buscan para un rezo asiste porque sabe que le ofrecerán comida, y obtiene algo de dinero aplicando inyecciones, por las que cobra 30 pesos. Martha no sabe cuándo va a reconstruir su casa, no se ha puesto una fecha, pero está segura que lo va a lograr, porque la adversidad no es cosa nueva para ella. Desde los 13 años ha tenido que trabajar, y tras la muerte de su esposo se hizo cargo sola de sus dos hijos.

Hoy no le preocupa reconstruir su vivienda, como muchos en Acapulco busca adaptarse a una nueva forma de vida.

Adaptarse es la palabra que usan muchos acapulqueños para referirse a lo duro que es sobrevivir tras un desastre. Adaptarse significa sobrevivir tras perder el empleo, es escuchar el viento y la lluvia sin que el temor los invada.

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Mientras Martha cuenta su historia, en la Costera Miguel Alemán los trabajos no paran, están abriendo cientos de metros de banqueta; en el Malecón, máquinas hacen zanjas, y en el Jardín del Puerto, siguen probando el MarinaBus.

En enero de este año se puso en marcha el plan de reconstrucción Acapulco se Transforma Contigo. Mientras, el gobierno federal anunció una inversión de casi 8 mil millones de pesos para rehabilitar calles, banquetas, acceso a playa, instalaciones eléctricas, alumbrado público, así como mobiliario urbano. Se busca mantener limpia la zona turística.

Además se construyen pozos radiales, se rehabilitan los acueductos y un sistema de bombeo, además de la modernización de 16 plantas tratadoras de agua residual.

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El asunto es que el plan excluye al Acapulco donde viven los acapulqueños que sufren las carencias de servicios y la violencia.

El Acapulco real

El plan Acapulco se Transforma Contigo lo ejecuta el Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur). Sin embargo, en las últimas décadas el turismo ha sido insuficiente.

Los últimos tres informes del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) ubicaron al puerto como el municipio con más personas en situación de pobreza extrema en todo el país.

En 2010, el Coneval informó que 108 mil 841 personas en Acapulco estaban en situación de pobreza extrema. En 2020, fueron 126 mil 672 las personas que no contaban con los ingresos suficientes ni para cubrir su alimentación; además, 394 mil 861 personas estaban en situación de pobreza.

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En ese censo, el Inegi contabilizó 779 mil 566 habitantes, así que más de la mitad de la población en Acapulco estaba en situación de pobreza y pobreza extrema.

Además, la población decreció 1.25% respecto a 2010. Eso tiene una razón: la ciudad se ha deteriorado, cada vez es más hostil. No funciona la recolección de basura ni la distribución de agua potable; la vialidad y el transporte público son caóticos. No hay espacios recreativos. Es una ciudad muy violenta.

El turismo que no da para todos

Manuel Ruz Vargas, profesor e investigador de la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro) y especialista en desarrollo urbano sustentable, dice que el plan de reconstrucción tiene deficiencias, entre ellas que es a corto plazo y fomenta la dependencia al turismo como único motor económico de Acapulco.

Señala que, de acuerdo con su experiencia, este tipo de proyectos no tienen continuidad ni vigilancia.

El especialista argumenta que el turismo ha generado exclusión, segregación y hasta resentimiento entre los acapulqueños, porque son ellos los que se quedan sin agua y sin luz para favorecer a los visitantes.

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“Los acapulqueños no somos de segundo nivel ni de segunda clase, somos ciudadanos y tenemos el mismo derecho, pero las dependencias tienen un interés muy particular en beneficiar al sector privado y dejan a un lado la cuestión social”, expone.

Ruz Vargas considera que lo primero que se debió hacer en Acapulco, tras el paso de Otis, fue reconstruir el tejido social, trabajar en las comunidades afectadas y atender el medio ambiente. En Acapulco, dice, son más de 180 comunidades que están en pobreza extrema y necesitan atención urgente.

El modelo turístico de Acapulco —señala el experto— ya no beneficia a la población local.

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Uno de los argumentos principales para sostener al turismo como principal fuente económica es que en los hoteles, restaurantes y bares trabajan los acapulqueños de las colonias marginadas.

Eso es cierto, ellos son los meseros, cocineros, garroteros, taxistas y camareras, pero gran parte de sus salarios, incluso propinas, se van en pago del transporte público, sobre todo para los que trabajan en las noches. Por la violencia, el transporte se suspende temprano y los trabajadores tienen que pagar un taxi de al menos 120 pesos —casi la mitad del salario mínimo diario, que es de 278 pesos— para regresar a sus casas. A eso se le suma que las propinas que reciben son bajas porque el turista que llega cada vez consume menos.

¿Por qué no se ha diversificado la economía?, se le pregunta al investigador Ruz Vargas.

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Porque se ha estigmatizado el campo. Se dice que el campo es pobreza, marginación y no hay apoyos. Hay países industrializados o agrícolas que son altamente rentables, vivir del campo es una garantía porque tienes un sustento, primero lo alimentario y después lo económico. ¿Qué es lo que pasa aquí? En la zona rural vienen y quieren sacar el agua, pero esos pueblos no tienen el servicio de agua potable, no tienen ni electricidad. Esas medidas extractivas hartaron a la gente, responde.

El académico sólo recuerda un proyecto para Acapulco desligado del turismo.

”En los [años] 70 estuvo el plan Nuevo Acapulco. Se pensó en desarrollar en el Valle de la Sabana una zona agroindustrial. Dijeron: ‘Vamos a crear el Coloso, como el asentamiento de los trabajadores. Y vamos a hacer el ferrocarril’”, recuerda.

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“Ahorita —agrega— lo del tren, con la tecnología que ya existe es algo realmente que se puede hacer (…) llegan los barcos por Puerto Marqués y se van por tren a Salina Cruz y llegan a Coatzacoalcos, y de Coatzacoalcos a Europa o al norte de Estados Unidos, a Florida. Y por acá hasta Nogales, Sonora; hasta Santa Fe, Nuevo México. Es comunicarte con el Pacífico, el Atlántico y Norteamérica, que es el mercado más importante”.

Seguir soñando

Martha confiesa que tiene mucha fe en Dios y va a lograr levantar de nuevo su casa, pero reconoce que hay días en que se derrumba, cuando ve el esfuerzo de años hecho ruinas.

Cristina Blanco Organista es sicóloga, forma parte de la red de organizaciones sociales Guerrero Primero. Ha trabajado estos años en colonias y comunidades de cerca con los sobrevivientes de Otis.

Dice que el huracán “mermó la salud mental y la calidad de vida de las personas. No hablemos solamente de la cuestión económica, está el entorno violento, las carencias materiales y el deterioro de la salud mental. Nada más rascarle tantito y la gente se quiebra.

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“Muchos están en estado de sobrevivencia y eso hace perder la esperanza, por eso es necesario soñar, porque de ahí nace la creatividad, la energía, la alegría”, asegura la sicóloga.

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