Cárdenas.— En la cuna del ostión se escuchan cohetes, cánticos enramas (ofrendas) y oraciones a la protectora de los pescadores: la Virgen de Santa Ana. Esta vez, le rezan para que la mancha de petróleo en la costa no cause un grave daño ambiental a la biodiversidad de la zona rica en pesca, la cual se encuentra semiparalizada.
La comunidad de Sánchez Magallanes apesta y no a pescado, sino a causa del petróleo que recaló en sus playas y arruinó sus redes, boyas y embarcaciones.
Las historias de los pescadores sobre la fuga de aceite podrían escucharse exageradas, pero las fotos y videos filmados por ellos en altamar ponen en duda la postura de Petróleos Mexicanos (Pemex), que minimizó la extensión del derrame, tras calificar como “estimaciones de mala fe” la información exhibida en medios de comunicación sobre una kilométrica mancha.
“La presencia de aceite en altamar es tan larga y densa que hasta podría uno caminar arriba del chapopote”, cuenta Arsenio Ventura, un pescador del lugar.
Desde el 18 de julio, el derrame alcanzó las comunidades de El Alacrán, Sinaloa, primera y segunda, el Manatinero, San Rafael, Ojochal, el Barí primera y segunda, y finalmente Cuauhtemoczín; además, el sistema lagunar tropical Carmen-Pajonal-Machona —de donde esta comunidad recibió el mote de “la cuna del ostión”— también reportó la presencia de aceite.
Las pruebas testimoniales fueron grabadas por pescadores de distintas cooperativas entre el 18 y 22 de julio. En las imágenes se observa la estela de aceite flotando en diferentes proporciones y la dimensión de la fuga sólo es perceptible a unas 25 y 30 millas náuticas (unos 55 kilómetros de la costa). “Esto si no lo ven [las autoridades] ahí sí nadie dice nada, ¡su puta suerte, de veras!”, se escucha decir a un pescador enojado mientras graba el daño.
Los pescadores son desconfiados; ya no le creen a Pemex, sospechan que la fuga proviene de una plataforma y no de la fuga del campo petrolero Ek Balam, donde según Pemex instala una nueva red de ductos, tras vencer su vida útil de 30 años. “No es sospecha, estamos convencidos de que es el derrame de la plataforma que se incendió en la sonda de Campeche [el 7 de julio]”, acusa Fidel Baeza, líder de la cooperativa Las Palmas.
Don Fidel, un viejo pescador filoso, presume que acompañó hace 40 años al presidente Andrés Manuel López Obrador en sus movilizaciones contra la contaminación de la industria petrolera.
Relata que, en ese entonces, López Obrador les enseñó a movilizarse y reclamarle a Pemex. Ahora, asegura que el daño ecológico afecta a unos 5 mil pescadores pertenecientes a 96 sociedades cooperativas y permisionarios registrados ante la Comisión Nacional de Acuacultura y Pesca (Conapesca).
“Es un problema fuerte, un daño ecológico. El hidrocarburo mata la larva de nuestros peces”, explica.
Actividad en espera
La pesca disminuyó desde el fin de semana. Los hombres del mar no quieren navegar y arruinar sus redes, valuadas en 170 mil pesos cada una. “¿Te puedes imaginar todo un patrimonio tirado a la basura por la contaminación?”, lamenta Wilber Cosmopulos, otro líder pesquero de Sánchez Magallanes.
Debido a la contaminación, el producto marino comenzó a escasear. En las bodegas de mariscos casi no hay pez sierra, peto, bonito y jurel; todas, especies marinas que son atrapadas con filamentos (redes). Las tortugas golfinas llegan a morir a las playas, como lo han documentado habitantes a través de videos y fotografías.
Los pescadores especulan que la paraestatal esconde algo. “En el mar, tres días antes [de la explosión en la plataforma Nohoch-Alfa] detectamos que hubo una fuga de hidrocarburo y la mayoría de pescadores la comenzaron a visualizar”, señala Wilber.
Comunidad humilde
La localidad de Sánchez Magallanes, bautizada como “la cuna del ostión”, luce marginada; sus calles en ruinas contrastan con la opulencia de la lujosa residencia de la alcaldesa morenista de Cárdenas, María Esther Zapata.
Las mujeres desconchadoras de jaiba ayudan a sus maridos a paliar los gastos mientras pasa la contaminación. Sus dedos llagados son duros como una varilla, pero flexibles para desmenuzar por cinco horas la pulpa de jaiba, de la que obtienen 70 pesos por kilo. La tarea no es agradable, es dolorosa.
“Sí, no tengo dinero, sé que voy a pescar ostión o jaiba y sé que se lo van a comer mis hijos, pero con esta contaminación hasta miedo me da”, indica una mujer sin dejar de quebrar el cascarón del crustáceo.
La preocupación por la contaminación fue sumergida temporalmente por la fiesta a la Virgen de Santa Ana, la cual fue paseada en la costa en embarcaciones; le oraron y pidieron frenar el daño ecológico. “Tenemos mucha fe en ella y queremos que se acabe esta contaminación”, afirma una mujer.