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Tlapa de Comonfort, Gro.— Mujeres, ancianas y niños indígenas náhuatl de la comunidad de Chiepetepec participaron en la danza prehispánica Mili Mitotiliztli (baile de la milpa). En la ceremonia, que ahora se fusiona con la Iglesia, se espanta el hambre y se despide al dios de la lluvia, a quien se le ofrenda por las buenas cosechas, para dar paso al periodo de pizca de maíz del descendiente del Teocintle. Este rito representa el triunfo del maíz sobre el hambre del pueblo y los malos tiempos.
Al llegar el último día de septiembre, doña Emilia, su esposo don Mario y sus hijos e hijas seleccionan la milpa más bonita, la que de preferencia ya tiene elote, las guías de frijol más gruesas y las calabazas más grandes. Hacen la mejor elección para ofrendar a Totatzin en un recorrido que harán al cerro llamado Sacamatlapa para “espantar el hambre”.
Envuelven milpas en coloridos rebozos y las mecen a paso lento y al compás de las notas de banda.

Dentro de sus hogares también colocan un altar con ídolos heredados por generaciones, piedras finas talladas en forma de maíz o imágenes que representan a sus deidades antiguas antes de la llegada de la Iglesia. Ahí ofrecen comida, pan, veladoras y cerveza en agradecimiento a la ayuda por las buenas lluvias que lograron levantar una buena cosecha de maíz, calabaza y frijol, los alimentos básicos de la población indígena en la región de la Montaña. Ahí, 80% de la población es jornalera agrícola migrante que viaja al norte del país en busca de empleo en los campos agrícolas.

El rito se enmarca en la fiesta de San Miguel Arcángel, que representa la muerte del hambre, porque se cree que este santo mata a Satanás, que representa el hambre o el mal. Con el sincretismo cristiano y mesoamericano, San Miguel representa el triunfo por la vida. Se sabe de algunos historiadores que la danza de la milpa es de origen prehispánico.

“No sabemos cuántos años lleva esta tradición, pero desde nuestras abuelas y abuelos se baila y así seguimos. Tengo 65 años, y desde como a los ocho empecé a bailar. Le echamos pan, flor, ejote de pericón, como si fuera Dios para que nos regale más. Si no bailamos, no hay maíz, por eso, con todo y las enfermedades tenemos que hacerlo para agradecer la vida y cosecha.
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“Los hombres no quieren ir, pero nosotras sí vamos. Si no llueve estamos tristes porque, ¿qué vamos a comer?, nomás sembramos maicito, los que están fuertes y jóvenes se van a trabajar a Culiacán o Nueva York, pero ya grandes no podemos salir”, narra doña Emilia

Luego de algunas horas de ofrecimiento, los participantes con su milpa en brazos acompañan en procesión a la imagen de San Miguel Arcángel de regreso a la iglesia de la comunidad y vuelven a sus casas para ofrecer de comer en sus altares. En los días consecutivos, la población comienza la recolección del maíz que almacenan durante medio año para la subsistencia alimentaria, mientras que el otro medio año tienen que migrar en busca del sustento económico.
