Xalpatláhuac, Gro.— Miles de feligreses de diversas comunidades de La Montaña de Guerrero, desde los me'phaa, na savi y nahuas, cruzan el Tlayoltépetl —que en náhuatl significa Cerro del Maíz— para visitar el santuario en busca de mayores abundancias para la temporada de siembra y cosecha.
En la cima del cerro hay una capilla donde la gente deja flores, enciende sus velas y veladoras, que con el humo del copal se desprende un aroma místico para los creyentes.
Para llegar a este santuario se tiene que subir por un camino que se adecuó con pavimento en los últimos años, el cual serpentea por todo el cerro de más de 200 metros de altura. Mujeres y hombres de la tercera edad que pasan a la iglesia suben a su paso hasta que llegan a la cima, donde el misterio de su fe siembra esperanza en sus corazones.
Lee también: Gobiernos estatal y federal analizan estrategias para abatir índices de inseguridad en Guerrero
En este lugar también se encuentra un pequeño tlacolol (cultivo) lleno de huecos que hacen las personas, ya que se tiene la creencia que al excavar en la tierra del cerro con trozos de carrizo o pedazos de madera se puede hallar semillas, pelo de animal o de persona, incluso algún otro objeto que les pueda traer suerte o fortuna para su cosecha, para mejorar la salud o para que el ganado sea fértil.
El filo más delgado del cerro es de más de 50 metros, mientras que los acantilados que existen naturalmente tienen una altura que rebasa los 200 metros, hasta las primeras casas de la comunidad.
La mitad de la vereda es la parte más difícil, la lluvia de cada año ha dejado cada vez más accidentado el cruce y cualquier paso en falso sería fatal. Pero este riesgo no significa nada ante la necesidad de los hombres y las mujeres indígenas de la Montaña que sobreviven en la pobreza y marginación, y su única esperanza es su fe.
Agustina, de la comunidad de Chiepetepec, tuvo que cruzar el Cerro del Maíz con fervor en menos de 20 minutos. Bajó por una ladera, casi en dirección del montículo que está en lo alto, para dejar su vela como las personas acostumbran. Esta vez ha completado dos años de cuatro, que tiene como promesa para su salud.
Cruzar la vereda parece algo sencillo, pero al estar encima de ella se pueden ver los más de 200 metros de altura que pueden ser el destino de la persona que la cruza sin fe. Según Cirillo Villarreal, en 40 años dos personas han caído, teniendo la fortuna de no perder la vida.
Manuel, Felipe y Gerardo cruzaron en grupo la vereda del Cerro del Maíz, los tres son primos hermanos, cruzaron por segunda vez para que este año sus cosechas mejoren, que su ganado se reproduzca y que la salud reine en la familia.