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Huamantla.— Detrás del vestido que portará la virgen de la Caridad durante La noche en que nadie duerme, celebrada cada 14 de agosto en Huamantla, Tlaxcala, hay 60 años de trabajo femenino ininterrumpido.
Seis décadas en las que decenas de mujeres se reúnen entre los meses de mayo y agosto para bordar por meses, días y horas el manto y el vestido de la virgen. Cosen en las finas telas miles de canutillos y cuentas de oro, aunque este año, por primera vez son de plata.
No lo hacen por ganar fama o algún reconocimiento especial, según expresó Elvira Hernández, sino por devoción a la imagen religiosa, a la que algunas de ellas le atribuyen milagros, lo que las motiva a bordar en señal de agradecimiento.
“Que la gente vea en esas puntadas el amor que le tienen a la santísima virgen, cada una de las compañeras. Ninguna de nosotras bordamos porque nos hagan algún reconocimiento o algo en especial, simplemente es para venerar a la virgen”, expresó.
La tradición de bordar el atuendo de la virgen de la Caridad inició en 1878 y continuó hasta 1885, de acuerdo con las crónicas de la historia de Huamantla, uno de los tres pueblos mágicos de Tlaxcala.
A partir de esa fecha no hay registro de la confección del vestido y manto, fue hasta 1963 cuando Carito Hernández retomó la práctica de bordar las prendas apoyada por sus sobrinas y familiares.
Carito, como la recuerdan en Huamantla, dirigió el bordado del vestido de la virgen hasta 2015 cuando falleció; a partir de ese año, sus sobrinas Elvira y Laura se quedaron a cargo de esa encomienda. Se convirtieron en las herederas de una tradición que este 2023 cumple 60 años consecutivos que un grupo de mujeres se reúnen cada año para bordar dentro de las habitaciones del ahora Museo Casa Carito.
Ahí llegan trabajadoras del hogar, maestras, arquitectas, diseñadoras, ingenieras, médicas, abogadas; pasan de sus respectivas actividades profesionales a tomar la aguja, hilo, tijeras y bastidores para empezar a bordar.
“Pudieran decir que cualquiera puede coser o bordar, pero este trabajo tiene su dificultad y calidad; el bordado es una labor fina porque es para la virgen”, expresó Ruth Fernández, trabajadora del hogar y bordadora.
Confeccionar el vestido y manto es un arte, desde cortar canutillos de un mismo tamaño, hasta formar cada figura al ras de la tela, técnica conocida como el bordado sevillano.
También cosen con volumen, técnica que las mujeres denominan el alto relieve o relieve escultórico para el que requieren rellenos de fieltro u otros elementos de mercería como hilaza, cola de ratón, panza de ballena o cordón de algodón. Con eso logran el volumen de las piezas que adornan tanto el vestido como el manto de la virgen de la Caridad.
“Todo este trabajo y mano de obra lo hacemos por amor a la virgen y por la fe”, expresó Luz Lara, también bordadora.
Plata y 60 estrellas
Cada una de las figuras que adornan el vestido y manto de la virgen tiene un significado; este año lleva piezas bordadas alusivas a la oración del Ave María y el Padre Nuestro, una cruz y un holograma que representan a Jesús. También porta tres flores de dalia. Todos esos elementos están bordados en plata.
Antiguamente bordaban en oro, pero este 2023 a petición del donador de los materiales, lo hicieron en plata, perlas finas en tono plateado y zirconias.
Para dejar testigo de que este año se celebran seis décadas de la tradición, las mujeres diseñaron y bordaron 60 estrellas que van zurcidas al azulado manto celestial. Cada estrella representa a una mujer que participó, y en conjunto simbolizan una tradición que se mantiene.
“Bordar es algo que no se puede explicar, son palabras que no le salen a uno, pero en el momento que vives esta experiencia de bordar simplemente puedes sentir lo que significa”, comentó Ruth.
Son mujeres que bordan por tradición, fe y devoción; ninguna de ellas recibe o reclama pago alguno por pasar horas con la aguja, hilos y diminutos canutillos; al contrario, van a bordar porque así agradecen los milagros concedidos por la virgen de la Caridad.
Ruth, por ejemplo, asegura que gracias a la virgen, consiguió formalizar su matrimonio y logró un embarazo a sus 41 años.