es un rostro imprescindible del cine, el teatro y la televisión. Su historia no es la de un niño prodigio que soñó con los reflectores desde la cuna, sino la de un joven que, por casualidad, encontró en la su destino.

Nació en Jerez, Zacatecas, pero su verdadero hogar siempre fue la Ciudad de México. Estaba lejos del futuro en los escenarios, hasta que, al seguir a una joven hasta un aula de teatro, se encontró de pronto con un mundo al que entró… y del que no ha salido en más de seis décadas.

Hoy, a sus 88 años, con una memoria prodigiosa y ese paso sereno que solo da el tiempo, se permite redescubrir el mundo con otros ojos. Su rutina ya no gira en torno a los sets de filmación, sino a la poesía, la música y la observación de lo cotidiano.

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“Las flores, los pájaros, la lluvia, el frío, el calor… cosas que antes no veía por andar tan ocupado. Y ahora me hacen feliz”, comparte en entrevista con dejando claro que, más allá de la actuación, su papel más profundo ha sido el de seguir aprendiendo de la vida.

¿Tenía planes de ser actor?

No, me dejaba llevar por la vida. Tocaba la guitarra, cantaba con mi padre, que lo hacía para el gasto familiar nada más. Yo no tenía ninguna pretensión, pero sí soñaba: “cuando yo sea grande, quiero ser artista”. Trabajé en una tienda, en un molino de café, en la compañía de luz… Simplemente vivía el día a día sin pensar en una carrera artística.

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¿Qué le hizo seguir por ese gran camino?

Vi a una muchacha hermosa actuar (risas).

Me quedé embobado y la seguí hasta donde entró… era un salón de clases de teatro. Me senté al fondo. A la tercera clase, el maestro me pidió pasar. Entonces, recité un poema que había escrito para mi abuela y terminé llorando. Me aplaudieron, no entendía por qué. Ahí supe que no me iría.

¿Y qué lo atrapó del cine?

Todo. Tengo una frase que me construí y que es: “no fui a la escuela, fui al cine”. Iba todos los días si tenía dinero. Veía a Jorge Negrete, Humphrey Bogart, Errol Flynn… Quería ser como ellos, aunque nunca pensé en ser actor. Solo soñaba con ser como otros. Era un sueño guajiro totalmente.

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¿Cómo fue pisar el set?

Fue en "Viento negro" (1965). De repente, estaba rodeado de actores a los que solo había visto en pantalla. Era mágico, y desde ahí no paré.

¿Hay personajes que se quedaron más con usted que otros?

Sí, Benito Juárez —a quien interpretó en tres telenovelas: Maximiliano y Carlota (1965), La tormenta (1967) y El carruaje (1972), así como en teatro—, me absorbió tanto que la gente me llamaba “señor presidente” en la calle. Incluso unos campesinos me pidieron ayuda creyendo que era él.

¿Y eso afectó su carrera?

Tuvo un efecto de puertas cerradas. Después de esa película iba a pedir trabajo y me decían: “Aquí no trabaja Juárez”. Y yo les decía: “pero yo no soy Juárez, soy José Carlos… denme trabajo, puedo hacer muchos papeles”.

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¿Cómo fue esa confusión con el presidente Juárez?

Mientras grabábamos en Tlaxcala, unos campesinos me hacían señas detrás de cámaras. Me distrajeron tanto. Al terminar me dijeron: “Señor presidente, queremos invitarlo a comer”. Me llevaron al río, comimos ancas de rana, tomamos pulque. Al final me pidieron ayuda. Pensaban que realmente era Juárez. Me partió el alma. Les dije que dejaría a alguien encargado. No quise romper su ilusión.

Y una más: desfilé el 16 de septiembre, por orden presidencial, maquillado y vestido de Juárez, desde Palacio Nacional hasta el Deportivo de Chapultepec, en carruaje. La gente aplaudía en silencio. ¡Fue impresionante!

¿Tuvo encuentros memorables con grandes figuras del cine?

Varios, cuando María Félix amadrinó mis 100 funciones de Los albañiles. Me dio un beso en la mejilla izquierda y, 50 años después, aún no me la lavo. Y otro momento que nunca olvidaré: un día en Churubusco, vi a don Fernando Soler. Fui a saludarlo, se levantó y dijo: “el mejor Juárez que se ha hecho en este país”. Me quedé helado. Venía a felicitarlo y terminó felicitándome. Me dio una lección: “santo que no has visto, no es adorado”.

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¿Cómo es su rutina ahora?

Uy, me siento feliz. Estoy tratando de leer, de escribir, porque, bueno, pues ya la edad ya no te ayuda mucho para que a ser el galán en un llamado, ¿verdad? Sí he estado trabajando, el año pasado hice unos programas de Como dice el dicho, hice una película, La posada, y pues aquí, ahora sí que esperando a que llegue el marchante para ver qué me compra.

¿Qué se descubre en esta etapa?

Que uno es uno mismo, con su alrededor, con de afuera, pero también con lo que pasa dentro: lo que se piensa, lo que se siente, lo que se planea… si es que se puede planear algo a los 90 años. En esta inercia, sigo aprendiendo a vivir. He redescubierto todo eso tan elemental y tan bello como las flores, los pájaros, la lluvia, el sol, el frío, el calor, la música, la poesía... todo eso que me ha hecho muy feliz.

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