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Había emoción y expectativa por entrar al que prometían sería el cine elegante de la Ciudad de México, decorado con alfombras mandadas a hacer a China, dibujos reproducidos de antiguas pinturas chinas y pagodas de oro y plata hechas especialmente para que el público sintiera que se encontraba en aquellas tierras llenas de historia y misticismo; la inauguración del Palacio Chino en marzo de 1940 fue todo un éxito, después vino la decadencia y luego el abandono.
La apertura del cine en la calle de Iturbide, a un costado del periódico EL UNIVERSAL fue anunciada por todo lo alto semanas antes de la inauguración, en las páginas de este diario se dieron detalles de cómo luciría el palacio por fuera y por dentro; estaría ubicado en el centro histórico de la Ciudad de México, con dos accesos para el público, uno por la calle de Iturbide, y otra por Bucareli, una de las avenidas más esplendorosas de entonces.
Antes de convertirse en una sala con 400 butacas, este predio albergó el Frontón Nacional y posteriormente a la Arena Nacional, para luego convertirse en lo que por más de dos décadas se conoció como Palacio Chino, una estructura elegante diseñada por los arquitectos Luis de la Mora y Alfredo Olagaray.
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Por dentro, la construcción tendría exotismo, todo el misterio y todo el lujo fastuoso del Oriente: “Los espectadores que el viernes próximo asistan a la inauguración del Palacio Chino, tendrán la impresión exacta de haber hecho un viaje de unas cuantas horas a la remota y legendaria China”, se leía en los anuncios que invitaban al público a asistir a la apertura del recinto, el 29 de marzo de 1940.
La inauguración de un Palacio cinematográfico
Las primeras butacas estaban forradas de terciopelo rojo que combinaban con las costosas alfombras diseñadas especialmente para la ocasión, en las que los empresarios invirtieron unos treinta mil dólares.
Dentro del cine se encontraba una pagoda de plata con nueve techos con un mástil apuntando al cielo; una pagoda de oro con sus aleros curvados para que según la creencia, no se posaran en ellos los espíritus malignos; había un palacio de Ho-Nan, construcción típica de la China provinciana de la Edad Media; el templo de Confucio en la provincia de Shantung; la muralla de Pekín en la puerta de acceso a la calle de Chien-Mien; las estatuas de los Budas en los monasterios de los santos Bonzos.
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La cita para la gran inauguración fue a las 9:30 de la noche, se transmitió por radio, a través de la XEW y la XEWW; a la esperada inauguración asistieron autoridades capitalinas, ministros y cónsules de la República China en México, altos personajes de la Cámara China de Comercio y de la H. Colonia China de la capital.
El programa de inauguración incluyó la transmisión de la película a color “Luna de miel”, producción de Alexander Korda, genio del cine inglés que hizo entre otras películas “La vida privada de Enrique VIII”; la cinta inaugural en el Palacio Chino fue una comedia protagonizada por la australiana Merle Oberon, la inolvidable estrella de “Cumbres borrascosas”.
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El objetivo de inaugurar este cine era dotar a la ciudad de un centro cinematográfico digno y confortable, así como el de los teatros de las grandes ciudades de Europa y Estados Unidos.
La comedia “Un hombre inverosímil” y la película musical “Tú o nadie” fueron las siguientes producciones que se proyectaron en el que pronto se convirtió en el cine-palacio favorito de los capitalinos.

Las lacas de color rojo y los detalles en plata y oro le dieron al lugar un toque de elegancia que se conjugaba con las alfombras y las pinturas que creaban una atmósfera oriental exclusiva de este recinto que se encontraba a unos pasos del cine Regis, del Alameda y del Orfeón, enormes salas que congregaron a cientos de mexicanos.
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Dos días antes de la gran inauguración, la invitación para que el público asistiera decía:
“La más agradable sorpresa aguarda al público, cuando abra sus puertas el palacio Chino. Sus Pagodas, sus Palacios, sus montañas en un derroche de oro, de plata y de lacas, hacen de este cine el más hermoso del continente”.
El lugar, que encerraba tesoros de arte oriental, tuvo pronto sus primeros problemas, pues su elegancia no fue bien recibida por algunas personas que se dedicaron a destruir las butacas, así lo reportó EL UNIVERSAL, ya que tres meses después de la inauguración, los dueños ofrecían mil pesos de recompensa a quien diera información sobre los destructores, quienes hasta habían dejado cigarros prendidos sobre los asientos.

Del esplendor al abandono
La elegancia del Palacio Chino ya no existe desde hace años, el recinto cerró sus puertas en 2017 después de un año de estar inactivo, para entonces lejos había quedado aquel ambiente de gloria con el que se inauguró el 29 de marzo de 1940, hace 85 años.
Muchas cosas cambiaron desde entonces, sobre todo cuando la cadena Cinemex llegó a México en 1995 y absorbió al Palacio Chino, convirtiéndose en Cinemex Palacio Chino, paulatinamente la modernidad extinguió el ambiente de elegancia que albergó en un inicio.

Tuvo modificaciones y se negó a desaparecer, conservó algunos elementos esenciales, pero el tiempo no pudo conservar el encanto que tuvo alguna vez.
El Palacio Chino siguió siendo un cine pero cada vez más deficiente, al grado de sufrir de vendedores pirata que ofrecían boletos a los transeúntes, EL UNIVERSAL reportó la venta ilegal de boletos en los alrededores del complejo cinematográfico, cerca de la Alameda Central y a unos pasos del Paseo de la Reforma.

El 26 de agosto de 2016, Cinemex avisó que el lugar, que llegó a tener 11 salas, permanecería cerrado a partir del 27 de agosto de aquel año y que mantendrían informado al público sobre la fecha de reapertura, la cual nunca llegó.
Tras su cierre definitivo hace casi una década, indigentes volvieron su hogar las afueras del Palacio Chino, las escaleras por las que alguna vez pasaron estrellas del cine de la Época de Oro como Jorge Negrete y María Félix; basura y heces fecales volvieron deprimente el recuerdo del majestuoso cine que tuvo su época de esplendor y belleza, y que ahora está en el abandono.

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*Con información de César Huerta.
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