
Apenas en enero pasado, un joven con uniforme verde subió a un camión de limpieza en la Ciudad de México y grabó un video con una frase simple: “La vida pide mucho y yo nomás soy un barrendero que pide que escuches su música.”
Tres días después, más de nueve millones de personas le habían hecho caso: el país ya conocía su canción “Sueña lindo, corazón” y su nombre: Macario Martínez.
Han sido 11 meses trepidantes en los que esta estrella del folk y rock ha llevado su música a lugares a los que pocos acceden. De paso, ha visibilizado además a quienes viajaron literalmente con él para lograr su sueño.
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“Me hace muy feliz poder compartir por fin la música que tanto habíamos esperado mostrar”, dice emocionado el joven de 24 años.
“Y me da más gusto que nos voltearan a ver a los trabajadores de limpieza. Durante mucho tiempo fuimos ignorados o tratados con desprecio, y ver que ahora mis amigos de trabajo han vivido momentos tan chidos gracias a todo esto me llena de orgullo”.
Su historia parece sacada de un guion de cine. Este año pasó de barrer las calles a presentarse en la Estela de Luz y ante 70 mil personas en la NFL, durante un show especial en Rams vs. Texans en LA.
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Además, grabó ya una sesión de Tiny Desk vista por millones de personas en YouTube, compuso para The last of us y ha sido felicitado por figuras de la industria.
“Cuando empecé el proyecto tocaba en bares pequeñitos con mis amigos, tenía apenas dos o tres mil oyentes mensuales y ya me sentía feliz. Era trabajar y hacer música, sin pensar que algún día llegaría tan lejos”, comparte.
“Y cuando todo empezó a crecer, lo abracé con mucho cariño. Lo único que tenía claro era que quería terminar mi álbum y hacerlo realidad. Hoy me emociona ver hasta dónde hemos llegado, poder viajar con mis amigos, con mi banda, y seguir escribiendo esta historia”.
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Antes de la viralidad, recuerda, su vida era una rutina con sueños incluidos: fue jardinero, empleado de cadenas de comida rápida y barrendero durante casi un año.
Entre tambos naranjas y madrugadas frías, la fama lo sorprendió. Y aunque lo cambió todo, él asegura que sigue buscando la calma en su música. Para él, la tristeza no es un obstáculo, sino una semilla.
“Cuando estoy triste no escribo de inmediato. Me doy tiempo para llorar, para procesarlo. Luego lo convierto en algo que pueda ayudar a alguien más”, asegura.
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El precio de la fama
No todo ha sido sencillo. Si bien la viralidad lo sacó del anonimato, también lo enfrentó a una ola de comentarios crueles. Hubo quienes dudaron de su autenticidad o lo ridiculizaron por haber trabajado en el servicio de limpieza.
“Sí sentí feo. Me pegaba que quisieran hacerme sentir menos. Pero me rodeé de mis amigos, de mi familia y de mi banda, y eso me mantuvo en pie”, afirma.
“La verdad pude detenerme ahí y rendirme, pero no lo hice. Decidí grabar mi disco. Nunca había estado tan cerca de hacerlo realidad”, comparte el cantante.
Macario lanzó Si mañana ya no estoy, un álbum que, explica, nació del miedo y la melancolía.
Fue publicado el 24 de octubre bajo el sello Morrxs Tristes, dos semanas después de presentarse en el Tiny Desk de NPR, y ahora será la base de su repertorio en el Lunario del Auditorio Nacional, el próximo 15 de noviembre.
“Me inspiró el miedo al futuro, de no saber qué va a pasar. Lo escribí entre los 19 y los 24 años, cuando todo cambiaba a mi alrededor”, comparte el cantautor.
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El disco, de 11 canciones, es un recorrido emocional por los recuerdos de Macario, los amores que no volvieron y la ansiedad del porvenir. En temas como “Estaba lejos” y “Otra vez”, el músico retrata esa fragilidad que acompaña a una generación marcada por la incertidumbre y el desarraigo.
“Este disco para mí es el mar: un lugar donde puedo ir a encontrar respuestas. Trato de cantarle a lo que todos sentimos: al amor, a los amigos, a la familia, al paso del tiempo”, comenta.
El sonido de un nuevo México
Criado entre la Ciudad de México y Veracruz, Macario aprendió a tocar la jarana y a mezclar esos sonidos tradicionales con el folk y el rock alternativo. El resultado es un lenguaje propio, emocional y profundamente mexicano.
“Trato de mezclar tanto los sonidos tradicionales como los de bandas como Beach House o el rock alternativo. Este disco suena a lo que siempre quise tener”.
Esa mezcla se escucha en canciones como “Azul”, donde un ritmo cercano al mariachi se funde con guitarras y sintetizadores. Para él, rescatar los sonidos de México no es un acto folclórico, sino una declaración de identidad.
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“Es una responsabilidad hermosa representar a mi país. Son sonidos muy lindos que habían sido opacados por otros estilos. Me da orgullo llevarlos a otras partes del mundo”, enfatiza.
Su música, dice, es una forma de justicia emocional, de hacer visibles las historias pequeñas, las que no suelen tener micrófono.
“Trato de seguir abriendo espacios para lo que ha sido olvidado o maltratado, como la música tradicional mexicana. Me parece importante ponerla en el mapa, rescatarla y compartirla con respeto”, dice.
“Eso sí: ojalá el siguiente disco sea más feliz”, añade.
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