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Cuernavaca.—“La soledad es adictiva, pero también peligrosa, porque una vez que te das cuenta de cuánta paz hay en ella, no quieres lidiar con nadie; y yo he encontrado mucha paz”, dice Ari Telch.
Lo hace desde Cuernavaca, ciudad a la que se mudó hace seis años y donde, lejos de la agitación capitalina, asegura que ha encontrado un ritmo de vida más sereno y bueno para su salud mental.
El actor de "Muchachitas" (1991) y "Mirada de mujer" (1997) recuerda que, tras mudarse más de 30 veces en la CDMX, decidió detenerse.
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“Luego de un periodo de trabajo muy fuerte dije: ‘yo ya no quiero este ruido, no quiero este tráfico, voy a buscar otra forma de vivir’. Y afortunadamente se me dio este cambio muy grato”.
Su rutina hoy es doméstica y apacible: “En mi casa me levanto, veo mi laurel y mi eucalipto, juego y me peleo con mis gatos, agarro mi libro o me pongo a revisar las redes sociales y me la paso muy bien con esa paz, aunque desde afuera alguien puede decir: ‘no, eso es patológico, porque está solo y encerrado’, pero estoy bien”.
De los foros al silencio
Criado en una familia judía en la Ciudad de México, Telch creció entre el humor ácido y la observación minuciosa, rasgos que más tarde se reflejarían en su manera de actuar. Inició estudios de odontología, pero los abandonó cuando vio su vocación sobre los escenarios.
Se formó en teatro y debutó con montajes como "El violinista en el tejado" y "Yankee", de Sabina Berman, antes de llegar a la tv.
En los 80 fue parte de programas como "Cachún cachún ra ra!" y "La hora marcada", donde comenzó a hacerse notar. Pero la fama llegó en los 90, cuando se convirtió en uno de los galanes más populares. Protagonizó telenovelas emblemáticas como "Dos mujeres, un camino", "Imperio de cristal" y "Mirada de mujer", esta última convertida en fenómeno cultural.
En 2002, durante un viaje a Brasil, tuvo una crisis que lo llevó a buscar ayuda médica.
“Comencé a delirar; eso me hizo comprender que algo no estaba bien en mi cerebro”, cuenta.
Fue entonces cuando recibió un diagnóstico que cambiaría su vida: bipolaridad. Hoy ve su padecimiento “como cualquier enfermedad crónica, dígase diabetes, hipertensión, etcétera”, y asegura haber encontrado equilibrio con tratamiento y los medicamentos.
A partir de ese punto, decidió hablar del tema con honestidad y sin dramatismo.
“Trato de ver con humor mi condición, porque ahora comprendo qué sucede con mi mente; eso me permite disfrutar más las cosas cotidianas y el escenario”.
El teatro como refugio
Aunque su carrera televisiva lo consolidó ante el gran público, el teatro ha sido siempre su espacio más honesto. Desde hace más de 40 años mantiene una relación constante con los escenarios.
El contrabajo, de Patrick Süskind, lo confirmó como un actor de carácter y disciplina. También protagonizó La tarea, montaje de gran notoriedad por el desnudo compartido con María Rojo, en una época donde hablar de sexualidad o vulnerabilidad era un tabú.
En tiempo reciente, su relación con ha adquirido otro sentido. Su monólogo D’Mente, con el que lleva siete años, une humor, testimonio y divulgación sobre los trastornos mentales. Interpreta a varios personajes con distintas condiciones psiquiátricas, desmontando prejuicios con ironía y ternura.
“Tenemos que hablar de esto, porque nadie nos enseñó. Hay que educar a la sociedad, al sector salud y a nuestras familias para entender que el cerebro también se enferma, igual que cualquier otro órgano. Por eso hay que comer bien, dormir bien y hacer ejercicio, no para estar ‘buenotes’, sino porque el cerebro lo necesita”.
D’Mente nació como una investigación personal y se transformó en un vehículo para hablar sin vergüenza del tema. Desde entonces, Telch ha participado en foros, conferencias y entrevistas, siempre con el mismo mensaje: cuidar la salud mental es tan necesario como cualquier otro aspecto físico.
La vida después del ruido
A sus 63 años, el actor goza Cuernavaca rodeado de calma. “Por ejemplo, ahorita estuve como seis semanas sin hacer nada, más que ejercicio, cuidándome a mí y mi alimentación, leyendo, viendo el futbol, pasándola muy bien… Luego doy función y regreso a mi casa; entonces, mientras me vaya bien, todo a gusto”, cuenta.
“Uno aprende a valorar lo realmente importante. De joven quieres lujos y viajes, pero con el tiempo entiendes que la paz está en disfrutar lo que tienes. Hoy estoy en un momento de tranquilidad”.
En paralelo, sigue conectado al público y a los escenarios. Entre sus próximas presentaciones destaca la función del 1 de noviembre en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, un recinto emblemático en el que pocos actores de corte comercial suelen presentarse.
“A los actores que somos ‘comerciales’ es difícil que te presten un teatro así, pero qué bueno que nos den chance y nos vamos a divertir mucho. En el teatro yo he encontrado, desde siempre, un gran placer; además, es terapéutico per se, porque tienes la tarea de ser un niño con un personaje y salir a jugar dos horas”, asegura.
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