La lluvia caía con fuerza cuando Fernando Delgadillo entendió que una historia de amor no correspondido había terminado.
Llevaba más de dos horas esperando afuera de la escuela de su novia, con la esperanza de que saliera y hablaran, pero nunca lo hizo. Entonces, mientras caminaba de regreso a casa, empapado y con el eco de sus propios pasos, le vinieron ideas a la cabeza.
Lo que comenzó como un sentimiento de despecho se convirtió en una de sus canciones más emblemáticas: “Hoy ten miedo de mí”, un canto al amor desesperado al que se aferra con todo y que, de perderse, desaparece.
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Pero el cantautor de 59 años no sólo le canta al amor. El 5 de mayo de 2003, por ejemplo, subió al Teatro Ferrocarrilero con la bandera del EZLN a sus espaldas. No era la primera vez que se vinculaba con un movimiento social, pero aquella noche tenía un propósito: recaudar fondos para construir minifábricas de calzado en Oventic, Chiapas, territorio zapatista.
Entre la anécdota de despecho y la de la causa social hay décadas de diferencias, pero en todos esos años, la trova lo ha acompañado. Hoy reconoce que el tiempo se ha vuelto un enemigo: la inmediatez, las plataformas digitales, los celulares y los algoritmos lo han devorado todo, dejando poco espacio para la reflexión y la pausa.
“Se ha vuelto muy complejo. Antes siempre jugué con cuatro géneros: el amor, el humor, temas sociales y vivenciales. Ahora me he tenido que inclinar por lo vivencial. El lado del amor a veces no está; luego, para hacer algo chistoso, uno tiene que estar de buenas, pero no siempre es fácil. Y las canciones sociales me han costado trabajo porque los escenarios políticos cambian de un día para otro”, reflexiona el cantante en entrevista con EL UNIVERSAL.
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Reconoce que el proceso de composición ha cambiado y, con ello, el papel del trovador. En alguna época, se podía escribir con calma, dejar que las palabras encontraran su propio peso, moldear una canción hasta que estuviera lista para ser escuchada.
“Pienso e imagino, como civilizaciones de Egipto, donde durante años no cambiaban nada. Las generaciones eran una tras otra, todos hacían las tradiciones y se conservaba fácilmente un quehacer. Ahora todo cambia rápidamente, en una misma vida tenemos tantas transformaciones, en un solo teléfono tenemos acceso a todo, la comunicación se hace en el momento y los cambios, por consecuencia, también”, dice.
Confía en la sensibilidad
En especial, sabe que los consumos se han transformado, pero sigue creyendo en el sentir de la gente, sin importar su edad.
En sus conciertos, por ejemplo, observa generaciones compartiendo un mismo espacio, pero consumiendo la música de forma diferente. Aquellos que lo siguieron en los 90 aún prefieren los discos físicos; sus hijos lo descubrieron en plataformas y otros más lo reconocen sin haber escuchado una canción completa.
“Ha habido grandes cambios. En las plataformas ha habido momentos en los que nuestras canciones se fueron para arriba, pero nosotros ya no, porque es una ínfima parte lo que recibimos del streaming. La pandemia nos alejó de las presentaciones, nos fuimos abajo y las plataformas crecieron. Son incidentes que han puesto de lado este tipo de canciones, que nunca estuvo muy al frente: la trova, la canción de autor”, cuenta.
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Esa sensación de desplazamiento es algo que ha aprendido a aceptar sin rendirse.
Desde su regreso a los escenarios en 2022, ha apostado por la resistencia. Para él, la trova, como las grandes canciones de otros tiempos, debe ser un contrapeso a la vorágine digital.
“Es importante ofrecer alternativas, porque si no, nos vamos a quedar sólo con música regional o reggaetoneros. Con nosotros sigue pasando una especie de revelación, como cuando yo me encontraba con una canción de Agustín Lara. La gente que nos conoce incluso hoy se queda”, afirma.
Justo esa suerte de epifanía en el otro es lo que, asegura, lo motiva diariamente, como la presentación que dio el 22 de enero en El Cantoral y la que dará en El Lunario el 13 del próximo mes.
“A mí me gusta hacer canciones, uno socializa y comparte momentos, pero soy más bien alguien que está en privado. El mundo de la imaginación, ese al que puedo acceder cuando compongo, donde imagino una letra, lejos de todo lo vertiginoso de la vida actual. Lo demás son consecuencias”.