El humo que envolvió la figura de Enrique Bunbury finalmente se ha disipado. Por fortuna.
Era una bruma odiosa y sigilosa que, lo supo después de enfermar, contenía propilenglicol, un químico que lastimó su garganta hasta hacerle pensar que tendría que bajar de la tarima para siempre.
“En ese momento yo pensaba que se había acabado mi carrera en los escenarios y que no podría continuar”, recuerda en entrevista exclusiva con EL UNIVERSAL.
Hace justo dos años, el 14 de mayo de 2022, esta leyenda del rock en español reiteró lo dicho tres meses atrás, que dejaba los escenarios por problemas de salud, una decisión que definió como dolorosa.
Es la pesadilla de cualquiera: un día alguien te dice que debes abandonar lo que más amas y recomenzar. Con la incógnita de su futuro, el cantante decidió estrechar la comunicación con sus conmocionados seguidores.
“Entonces se me ocurrió la correspondencia”, recuerda. “En las redes sociales todo es más inmediato, más corto, más salvaje. Y me parecía que escribir con ellos (por correo convencional o electrónico) sería más profundo, con mayor desarrollo e interés”.
Fueron nueve meses en los que mantuvo ese diálogo íntimo con sus admiradores. Tiempo en el que su salud le dio una tregua y con ello se disipó la incógnita de volver a los escenarios: lo tenía decidido, regresaría, pero con cautela.
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Pero las preguntas fueron algo transformador, especialmente las que lo incomodaron. Por ello, decidió compartir eso a través de un libro llamado La carta, que llega de la mano de editorial Liburuak. Se trata de una suerte de diálogos sin pretensiones, o quizás sí, de que los lectores también cuestionen sus creencias.
“Lo que más me gustaría transmitir es la capacidad crítica, el no asumir ni asimilar ninguna ideología, y aceptarla por sí misma, sino estar abierto a escuchar y a replantearte problemas”, cuenta.
Reconecta con el todo
A Bunbury se le ve tranquilo en su visita a la Ciudad de México, mientras se sienta sobre una silla de madera en medio de una terraza. Asegura que no piensa mirar atrás, ni siquiera para disfrutar su libro.
“No lo releo, me pasa con las canciones también, que conforme las vas escuchando, al paso del tiempo sólo escucho los errores, por eso no lo hago”.
En este proceso, rescata, encontró una forma de hacer frente a los microdiscursos de las redes sociales donde, considera, el mundo está irónicamente desconectado.
“Estamos tan acostumbrados a leer titulares, a leer tuits, mensajes cortos, memes, este tipo de pequeños videos de TikTok. Todo es fragmentado, todo es incluso rápido, efímero. Y lo que más cuesta es decir no, no quiero fragmentos, quiero la totalidad, quiero entender todo un discurso completo para comprender mejor”, afirma.
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Su reconexión con el todo es mesurada, y ese es quizás uno de los grandes aprendizajes de esta etapa de su vida y obra.
En este tiempo, reconoce, se encontró con virtudes lejanas en todos, como la paciencia y el diálogo, algo que lo conectó con la creatividad, más allá de los reflectores.
“No quiero hacer giras, sino conciertos puntuales y dedicar más tiempo a la escritura, a la composición y a la grabación. Es una necesidad. Lo que me pide el cuerpo es expresarme y dedicarme más a lo creativo que a lo interpretativo”, dice transparente.