
“Déjame hacer una última cosa, si no queda, tan amigos como siempre, ni me tienes que pagar, ni nada”, sugirió Vicente Leñero al productor Alfredo Ripstein, con quien llevaba semanas trabajando un guion que no les satisfacía.
Era 1993. Leñero, quien contaba en su obra cinematográfica con Los albañiles y Cadena perpetua, fue llamado para adaptar la novela El callejón de los milagros, del egipcio Naguib Mahfouz, pero el escritor no estaba logrando su cometido.
“Había entregado dos, tres tratamientos y no quedaba, era un momento complicado y la traducción estaba siendo difícil, quizá no se haría”, cuenta Daniel Birman, nieto de Ripstein, que fue coordinador de producción de la película, y productor cinematográfico.

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“A la semana Vicente llegó y nos entregó el cuentito de Rutilio (personaje gay) y a la semana, el de Alma (la protagonista). Vimos que funcionaba, se hicieron algunos ajustes y seguimos adelante. Si la película comienza con los personajes jugando dominó, es porque Vicente era un gran jugador”.
Así se gestó la cinta que mañana se reestrena en salas mexicanas en versión 4K, a 30 años de ser lanzada originalmente. La historia se ubica en el Centro Histórico de la Ciudad de México, donde la vida de sus habitantes se va cruzando.
El callejón de los milagros, bajo la dirección de Jorge Fons, reunió a un elenco experimentando, encabezado por María Rojo, Ernesto Gómez Cruz y Claudio Obregón, junto a una naciente estrella que ya vivía en Los Ángeles, Salma Hayek.

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Una generación que comenzaba la acompañaba: Tiaré Scanda, Juan Manuel Bernal, Bruno Bichir y Esteban Soberanes; además de otra intermedia: Daniel Giménez Cacho y Luis Felipe Tovar.
El filme se lanzó en apenas una docena de salas, entre ellas las ya inexistentes Latino y Polanco, con más de 2 mil butacas cada una. A la semana solicitaron otras 15 ante la respuesta positiva del público.
En el cine Pecime, al sur de la Ciudad de México, permaneció por 40 semanas, es decir, 10 meses.
Familia fuera del set
El claquetazo inicial se dio el 23 de mayo de 1994, siendo la primera escena la de Alma (Hayek) y su enamorado Abel (Bruno Bichir).

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“Para el papel de Alma se hizo un casting gigantesco, todo mundo audicionó y no convencían. Un día mi abuela le dijo a mi abuelo: ‘mira a esta chava que salió en una novela (Teresa) por qué no la ves’. Y la mandaron llamar, en cuanto Salma hizo la audición, mi abuelo le dijo a Jorge: ‘ella es’”, cuenta Birman.
Los exteriores se rodaron en la zona de la Merced, pero todos los interiores fueron ambientados en la exHacienda de Tlalpan.
“Con Juan Manuel y Esteban nos íbamos a salones de baile para empaparnos del ambiente de la historia. Fue una película colaborativa, el director nos dejaba proponer; le dije que el personaje tuviera esta picardía de decir algo grave y luego en broma. Por ahí aún tengo unos aretes que compré y que usa el personaje”, recuerda Tiaré Scanda, quien interpretó a Maru, amiga de Alma en la historia.
Tovar, en tanto, comenta que no era importante la trayectoria actoral de quien ahí estaba, pues todos eran tratados igual.

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Salma, estrella internacional, porque ya había hecho cosas en EU (My crazy life y Street justice), mostró humildad y profesionalismo.
Tovar, desde un principio, quiso ser Güicho, un empleado de la cantina, pero también, de acuerdo con el propio actor, un “bailarín, ratero, seductor, mátalas callando”.
“Me acerqué al director para comentarle que le faltaba un final y dijo que hiciéramos algo. La escena donde se hinca frente a Susanita (Margarita Sanz) para regresarle el dinero, fue algo improvisado y se volvió hermosísima”, relata.
Un problema que enfrentó la película, cuenta Birman, fue que entonces los Estudios Churubusco no revelaban materiales, por lo que la producción envió los rollos del filme, con bendición de por medio, a un laboratorio de Los Ángeles.
“Fue una película hecha con mucho amor, éramos unas 50 personas entre crew y elenco (menos de la mitad de un promedio actual), por eso se hizo una familia”.
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