Con todo y la incertidumbre, el Pitchfork Music Festival  regresa este fin de semana para su segunda edición en México.

Del 2 al 4 de mayo, el Estadio Fray Nano y la Casa del Lago UNAM se convertirán en el epicentro de la música contemporánea alternativa (y de mucho de lo que esa amplia etiqueta puede significar).

El cartel incluye a grandes artistas mundialmente conocidos de la escena del rock alternativo/ hip-hop/ electrónica y, también, ¿por qué no decirlo?, un poco de “música del mundo”.

En esta ocasión vienen Beth Gibbons (Portishead), Earl Sweatshirt y Oneohtrix Point Never, así como Tim Bernardes y Rodrigo Amarante.  Mientras, que del lado nacional, aparecen nombres que, en muy poco tiempo han logrado proyectarse ampliamente; uno de ellos, es Silvana Estrada (que obtuvo un Grammy en 2022). Además de Luz, luz, luz, A veces siempre y Edgar Mondragón. Finalmente, aparece Rosas, artista culichi que transitan entre la canción de autor, el trip-hop y la experimentación.

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El hecho de que Rosas haya sido incluido en este festival evidencia el buen momento que atraviesa en su carrera (además de la inclusión en el Pitchfork, Rosas ha venido abriendo shows para artistas mexicanos legendarios como Julieta Venegas y Porter). Además nos da un buen pretexto para profundizar en su historia y propuesta musical.

Casi un músico

Cuando a Julieta, en una entrevista para FiloNews, le preguntaron qué talentos emergentes  le llaman la atención, no dudó en mencionar a Rosas: “una especie de cantautor pero más raro, muy experimental con la guitarra, con una voz muy especial y el temperamento melancólico de compositores clásicos  como Juan Gabriel. Además, es actor”.

Este último aspecto es muy significativo en el caso de Rosas, pues puede pensarse como la piedra sobre la que ha erguido toda su concepción sobre la música.

Y es que, desde sus inicios como actor, el culichi ha usado su identidad teatral y performera para saltar a lo musical. Esta mentalidad lúdica (la fantasía de un actor que se imagina en los zapatos de un músico) ya estaría presente desde que Víctor Rosas, su nombre real, se estrenara en la escena culichi con Casi Música, junto al trombonista Jorge Peraza y al guitarrista Jezzrel Carrillo, a principios de la  segunda década de los 2000.

En este grupo, Victor no solo cantaba, sino que zapateaba a placer, recitaba poemas y echaba mano constante de una simpática utilería: un aparato oldie en el que reproducía sonidos grabados en un cassette una kalimba y un metalófono.

No obstante, su anunciado carácter de no-músico solía ser puesto en duda cuando los presentes lo escuchaban cantar: su voz era brillante y sus inflexiones tan expresivas que podía pasar por una persona con sólidas tablas musicales. Pero Víctor, realmente, nunca se mostró interesado en asistir a alguna clase de música, por el contrario, hizo de eso una poética en si.

Cuando, al separarse de Casi Música, tomó la guitarra para iniciar su camino en solitario, Víctor continuó haciendo lo que sabía hacer; jugar con formas y acordes que fue “descubriendo” por él mismo.

Rompecabezas de poemas y canciones

A nivel de lírica, Rosas, más que un compositor, se ha nombrado como a sí mismo como un descompositor. Con ello hace alusión al hecho de que, desde los tiempos del grupo, su forma de articular canciones ha sido tomar, a manera de homenaje, fragmentos de otras y reformularlos, dándoles nuevos significados.

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